MyTO

La traición de la libertad

«Al levantarse -sin aplaudir, por supuesto: una ceremonia no debe ser un circo-, el Rey habría mostrado su reconocimiento hacia un símbolo de la independencia americana»

Opinión

La espada de Simón Bolívar. | Europa Press

  • Ensayista, historiador y catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid.

Siempre que un imperio colonial cedió a la independencia de sus colonias a través de un proceso conflictivo, las imágenes históricas de éste se vieron sometidas a la presión ejercida desde el nacionalismo. Rara vez fueron tenidas en cuenta las causas del independentismo, ni reconocidos los propios excesos al combatirlo. Y a la inversa en cuanto a lo segundo. Tenemos cerca el ejemplo de la guerra de Argelia, sobre la cual Francia ha preferido casi siempre cerrar los ojos, hasta el punto de prohibir durante muchos años la proyección de La batalla de Argel, la película de Gillo Pontecorvo en la cual era descrita con toda precisión la estrategia elaborada por el general Massu para desmantelar las redes terroristas del FLN sobre la base de un recurso sistemático a la tortura. Incluso un general francés, veterano de Indochina y Argelia, Paul Aussaresses salió a la palestra para legitimar tal barbarie, y el manifiesto de intelectuales en su contra estuvo encabezado por un escritor no francés, Juan Goytisolo.

Hace pocos años participé en un Congreso sobre la Memoria Histórica organizado por la Academia de las Ciencias de Bruselas, y pude comprobar hasta qué punto los organizadores belgas trataban de eludir el análisis del mayor genocidio colonial contemporáneo, el cometido en el Congo bajo la dirección de Leopoldo II a fines del siglo XIX. En un país tan apegado a la defensa de secesionismos ajenos, a nadie se le ocurrió hasta 2018 instalar una simple placa en las afueras de la capital en homenaje a Patrice Lumumba, el protagonista de la independencia congoleña, poco más tarde asesinado por los servidores de los intereses económicos de Bélgica.

Nada tiene de extraño que la colonización española en América y Asia, el mayor imperio colonial del mundo moderno, haya sido sometida también a ese tipo de tensiones, por encima de los siglos transcurridos. El problema indígena seguía vigente y su presencia impidió el paso al olvido, aun cuando desde España, a pesar de celebrarse en 1992 el quinto centenario del descubrimiento de América, poco se hiciera. El Gobierno socialista de la época, si no me equivoco con Alfonso Guerra como director de orquesta en la sombra, perdió la ocasión de pacificar la cuestión al conmemorarse el medio milenio, analizando la complejidad del tema y eludiendo tanto el triunfalismo nacionalcatólico tipo Alba de América como el masoquismo de la leyenda negra.

Formé parte entonces de la Comisión preparatoria de dicho Quinto Centenario, presidida por un médico socialista fiel a las directrices recibidas, Luis Yáñez, y comprobé que prevalecían el miedo y la visión tradicional de los tres siglos de dominio americano. Aún estaba lejos la iniciativa de exaltar «la primera globalización». Y así como la carabela mal equilibrada dio un vuelco en su presentación pública ante el estupor de Yáñez, signo de la inconsistencia de los festejos oficiales, el hecho más sobresaliente de 1992 fue la ocupación por indios chiapanecos de San Cristóbal de las Casas, demoliendo la estatua del conquistador Mazariegos.

«Era la ruptura simbólica con la epopeya del descubrimiento y la conquista, y sus ecos siguen bien vivos en la América de hoy, unas veces de carácter reivindicativo, otras de forma grotesca como en la exigencia de petición de perdón al rey de España»

Era la ruptura simbólica con la epopeya del descubrimiento y la conquista, y sus ecos siguen bien vivos en la América de hoy, unas veces de carácter reivindicativo, otras de forma grotesca como en la exigencia de petición de perdón al rey de España, por parte del mexicano López Obrador. Hasta ahora no ha tenido efecto alguno la inteligente propuesta de Enrique Krauze de abrir un debate científico, con especialistas americanos y europeos, para evitar que prosiga el tratamiento demagógico de la «disputa de la conquista» por ambas partes

En todo caso, júzguese como se quiera, es un tema sensible en torno al cual conviene que actúen con un máximo de discreción quienes ostentan representaciones de alto valor simbólico, como era el caso del rey de España en Bogotá. Mi posición, perfectamente discutible, es que al levantarse -sin aplaudir, por supuesto: una ceremonia no debe ser un circo-, habría mostrado su reconocimiento hacia un símbolo de la independencia americana, desde la metrópoli que entonces se opuso a ella. Valía, creo, la pena, sobre todo para dejar de alimentar la irracionalidad.

Desconozco la repercusión del episodio en América, pero resulta evidente que por lo menos en España tal irracionalidad se ha desencadenado, aprovechando la relevancia del protagonista. Unidas Podemos siempre tiene cargadas las armas para exhibir un republicanismo basado en el descrédito del Rey, y estuvo en su papel, por exagerado, fácilmente rebatible. La relativa sorpresa ha consistido en los comentarios emitidos desde distintos medios conservadores, empeñados siempre en dar la razón al Gobierno, que los presenta como auténticos reaccionarios.

Su blanco ha sido en esta ocasión la figura de Simón Bolivar, acusado de todo, incluso de militar incompetente, de pre-neocomuinista, y por encima de todo, de traidor a España. Resulta de veras difícil discutir posiciones hasta tal punto comprometidas una voluntad de descalificación.

Para empezar, Simón Bolivar pertenecía a la élite criolla de Venezuela, tenía orígenes familiares vascos, entre otros, que se remontaban a fines del siglo XVI. Se encontraba, pues, profundamente enraizado en América, su familia no acababa de llegar desde la península.

Por otra parte, la historiografía ha venido a confirmar la visión de las tres «naciones» que compartían el espacio de la América hispana: peninsulares, criollos e indios. Lo explicó con total claridad Alejandro Malaspina, el marino que dio la vuelta al Pacífico hacia 1790 y ofreció una explicación luminosa del problema: salvo en la explotación de los terceros, no existía punto de encuentro para las dos primeras. La raíz era el atraso económico de España, incapaz de satisfacer la demanda del nuevo continente y obligada a sostener su dominio forzando el monopolio de la metrópoli sobre el comercio y otorgando el poder a los peninsulares, es decir, frustrando las expectativas de la «nación» criolla. No es Bolívar quien proclama la opresión, sino un ilustrado al servicio del Rey, en la línea del anterior ministro José del Campillo. Costumbres diferenciales consolidadas, la base territorial, el ejemplo de la independencia de los Estados Unidos, hicieron el resto, mientras el hundimiento de la marina española en la batalla de Trafalgar privó a la metrópoli de toda posibilidad de conservar las Indias a medio plazo. Solo faltaba la invasión francesa de 1808, y el consiguiente vacío de poder, para que la insurrección por la independencia se generalizara. De guerra entre españoles, nada, aunque como en todas las independencias hubiera trasvases de lealtad.

El fracaso posterior de Bolívar resultaba inevitable, dada la configuración del Imperio español. Su referencia ideológica era el pensamiento ilustrado, con Rousseau en primer plano, y su modelo el de los Estados Unidos de Norteamérica. Es el esquema que despliega en su Carta de Jamaica, de 1815: primero, independencia; luego, integración; por fin, orden constitucional. Solo que las colonias británicas, no solo compartían objetivos políticos y económicos comunes frente a Inglaterra, sino intereses comunes en el propio desarrollo y en la conquista del espacio hacia el oeste hasta el Mississippi, primero, y el Pacífico finalmente. En cambio, el espacio hispanoamericano se encontraba enormemente fragmentado en todos los órdenes, del Río de la Plata a Florida, y el sueño bolivariano de confederación era solo eso, un sueño impracticable. Lo cual no disminuye su grandeza, lo mismo que su calidad de líder militar -de ahí el símbolo de la espada– que en Carabobo y en Ayacucho logró la independencia de esos fragmentos de imperio frente a España.

Por eso resulta absurdo calificar a Bolívar de traidor. Defendió los intereses de la «nación» criolla y logró las independencias, de Venezuela y Colombia a Perú y Bolivia. Si en la década de 1800 hubo en España traidores a su patria, estos fueron los miembros de la Trinidad gobernante -como les calificaba la propia reina-, con Manuel Godoy a la cabeza, quien en contra de la versión edulcorada de Emilio La Parra en su biografía, abrió la puerta a la invasión napoleónica de donde surgió la . catástrofe de la guerra de Independencia, y todo por satisfacer su aspiración de «independencia» (esto es, convertirse en soberano, a costa de ceder en todo al emperador). En palabras de Napoleón, fue el bribón que me abrió las puertas de España. Sin olvidar a su apasionada María Luisa y al inepto Carlos IV, quienes entregaron el país a Napoleón, renunciando a su propia dignidad política y personal.

Ese fue el panorama observable con anterioridad y que contempló de cerca Simón Bolivar durante su estancia en Madrid de 1802 y 1803. Se trataba de una monarquía degradada política y moralmente, opresora de América, pues no tenía justificación alguna que la mayoría de los ingresos de la Real Hacienda tuviese ese origen (la mitad de México). Y que en 1808 se autodestruyó. Si aún alguien califica erróneamente su conducta de traición, como la de San Martín, el combatiente de Bailén, debería reconocer de antemano que fue una traición por la libertad. Desde el sentimiento de fraternidad hispanoamericana, el respeto a los monumentos de ambos en España se encuentra plenamente justificado, a modo de contrapunto del que conmemora en Santa Ana, de Venezuela, el armisticio de 1820 entre realistas y patriotas, con el abrazo entre Bolívar y el general español, Pablo Morillo. Ponía fin a la «guerra a muerte» e inauguraba un comportamiento «civilizado» de los dos bandos en la contienda.

15 comentarios
  1. Incandescente1

    Lo primero, que deshilachados los argumentos, cogido todo con alfileres y siendo categórico donde hay más que dudas razonables. «Por eso resulta absurdo calificar a Bolívar de traidor. Defendió los intereses de la «nación» criolla y logró las independencias, de Venezuela y Colombia a Perú y Bolivia»

    Esto en sí es un contradicción total!!!
    Nación criolla??!!??????,los indios no eran de esa nación????, los recién llegados no eran de esa nación? Los criollos que no querían traicionar a su patria, da igual el tiempo que llevasen en america, no eran de esa nación?? Esa nación era racial o mejor dicho racista???? O además de racista era también patrimonialista (esto me suena a Convergencia y ERC…?? Quién decidía cuál era el territorio de esa nación?
    Si alguien, ciudadano de una «nación» (criolla) «logró las independencias, de Venezuela y Colombia a Perú y Bolivia», es decir lucha y toma las armas contra su patria, de la que es en ese momento miembro, no encuentro otra palabra más apropiada que TRAIDOR.

    «Mi posición, perfectamente discutible, es que al levantarse -sin aplaudir, por supuesto: una ceremonia no debe ser un circo-, habría mostrado su reconocimiento hacia un símbolo de la independencia americana, desde la metrópoli que entonces se opuso a ella. Valía, creo, la pena, sobre todo para dejar de alimentar la irracionalidad»

    Esta parte es perfectamente discutible, por deshilachados, incoherente y ridícula, vamos por partes:

    «al levantarse -sin aplaudir, por supuesto», en español popular, «sólo la puntita», qué argumento más bobo!!!, que sigue con otro más impreciso e incoherente, «habría mostrado su reconocimiento hacia un símbolo de la independencia americana,» Debe el Rey de España mostrar un reconocimiento a un traidor que lucho con las armas contra la patria que él encabeza? Esa independencia fue beneficiosa? Fue «democrática»? Fue solidaria con la difícil situación que atravesaba la península (España era todo, aquella parte y la de aquí? La respuesta es NO.

    Luego habla de «irracionalidad»…. El corazón I corrupto de Santa Teresa y el sable de Simon Bolivar, este último, mucho más ridículo!!!

    Yo no soy monárquico, pero aplaudo el gesto de Felipe VI, por digno y coherente.

    En cuanto a este tío, no me hace más que convencerme más de la desgracia de la intelectualidad española desde hace más de un siglo. Qué pocos se salvan!

  2. Gallipato

    Por el gesto de la puñetera espada: ¡Viva el rey! ¡Bien por Felipe VI!; lo grita un NO monárquico, conste.
    Ya está bien de tanto pillársela con papel de fumar y proclamar correcciones políticas de chichinabo alentando culpabilidades y remordimientos históricos que carecen de todo fundamento.
    Fuimos lo que fuimos, somos lo que somos, y a mayor honra de España.
    Qué cansinos los intelectuales de cataplasmas y paños calientes.

  3. Grossman

    El autor confunde la historia con un cuento fuertemente ideológizado del tipo “luchador por la libertad”

    Para empezar los conceptos conquista y colonización de America son falsos y cortos para explicar lo que pasó.

    España no conquistó America porque era imposible, los españoles por número eran insuficientes para conquistar todo un continente y mucho menos para colonizarlo.

    Los españoles lo que hicieron cuando llegaron fue integrarse en las sociedades existentes, empezando por sus guerras civiles y luchas internas, coaligandose con unos contra otros para al final convertirse en las nuevas élites que eran totalmente criollas o mestizas.

    En una segunda fase unas sociedades que desconocían la rueda se trasladaron a la época moderna y desarrollaron unas economías pujantes, siendo así que Ciudad de México era una de las más ricas del mundo.

    La independencia no es más que una guerra civil entre americanos para ver quiénes eran las nuevas élites ante una metrópoli arruinada e incapaz de poner un mínimo de orden.

    Simón Bolívar no fue un luchador por la libertad si no el primer dictador bananero de America. La historia que siguió la conocemos todos, unos países ricos en recursos y que lo llegaron a ser realmente iniciaron el declive hacia la miseria, el populismo, el socialismo e incluso el ridiculo.

    Y de eso va lo del cuchillo bolivariano, del ridiculo de unos sátrapas que no se cansan de hacer gansadas.

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