THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Salman Rushdie y los paños calientes

«En todos los sucesos en los que está involucrado de alguna manera el islamismo radical convertimos a cuatro fanáticos en la voz de su comunidad»

Opinión
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Salman Rushdie y los paños calientes

El expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. | Europa Press.

Pasan los años pero los argumentos son los mismos. En 1989, el ayatolá Jomeini anunció la fetua contra Salman Rushdie. Una parte de la intelectualidad liberal más o menos respetable y biempensante justificó tal ataque contra la libertad de expresión (y contra la vida, porque la idea de censura de Jomeini era el asesinato) con relativismo, whatabaoutism (¿Y Occidente qué?), medias tintas o directamente cinismo (era irresponsable cabrear al islamismo radical). Años después, cuando ocurrió algo parecido tras la publicación de las caricaturas de Mahoma en el periódico danés Jyllands-Posten, los argumentos se repitieron. El entonces presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, escribió junto al presidente turco Recep Tayyip Erdoğan (!) una tribuna en el International Herald Tribune en la que decían que la publicación de las caricaturas «puede ser perfectamente legal», pero que deben «ser rechazadas desde un punto de vista moral y legal» y que «no hay derechos sin responsabilidades y respeto por las diferentes sensibilidades». 

Tras el atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo ocurrió lo mismo: surgió gente que decía que la libertad de expresión está muy bien pero que si alguien es capaz de matarte por unos dibujos quizá estás haciendo algo mal. Es lo de siempre: la inversión de la carga de la prueba. El asesino no tiene que justificar mucho por qué ha matado, es solo un fanático; es la víctima la que tiene que reflexionar sobre si ha provocado a alguien hipersensible y perturbado.

«Cuando justificamos las acciones de los fanáticos anulamos las voces dentro de esas comunidades que no aceptan ese radicalismo»

El reciente ataque a Rushdie no ha provocado el mismo revuelo que la fetua de 1989, quizá porque han cambiado muchas cosas desde entonces. Pero siempre hay alguien dispuesto a ponerle paños calientes a la situación, como aquellos medios (entre ellos The Guardian o, en España, El Diario) que afirmaban desconocer el motivo del ataque; su cautela por no editorializar se convertía en una frivolización del suceso. 

En casos como el de Rushdie, y en todos los sucesos mencionados en los que está involucrado de alguna manera el islamismo radical, ocurre también algo que ha señalado Kenan Malik en su libro Multiculturalism: convertimos a cuatro fanáticos en la voz de su comunidad. El ensayista de origen indio sostiene que cuando justificamos o relativizamos las acciones de los fanáticos como si fueran representativas de toda su comunidad, damos más poder a esos radicales y anulamos las voces dentro de esas comunidades que no aceptan ese radicalismo. El intento por respetar distintas sensibilidades (ese eufemismo) y no caer en una visión orientalista desemboca precisamente en orientalismo y esencialismo: el musulmán es siempre un fanático sediento de sangre y por eso no hay que provocarlo nunca. 

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