THE OBJECTIVE
César Calderón

Carta a un joven columnista

«Ni el insulto barato ni la brocha gorda han sido nunca la base de una columna que quiera tener éxito ni por supuesto han contribuido al amejoramiento de la patria»

Opinión
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Carta a un joven columnista

Christin Hume (Unsplash)

Si escribe usted -voy a tratarle de usted a pesar de su edad- una columna de opinión en algún medio de comunicación o si desea fervientemente hacerlo, seguramente andará debatiéndose en un mar de dudas epistemológicas mientras lee a diario y con denodado esfuerzo la miríada de artículos que a diario se publican en nuestro país.

De hecho, si lo que está buscando son referentes de los que poder aprender el oficio en su recién estrenada y nunca antes sospechada vocación de articulista, le reto a que se calce unas buenas botas de monte, medias ajustadas a prueba de mordedura de serpiente, un traje impermeable de explorador, se ajuste el salacot a la cabeza y se aventure a recorrer conmigo la extensa cartografía de los errores que han llevado a la tumba a cientos de bienintencionados columnistas noveles; vamos, el listado de lo que nunca debería hacer si quiere elevarse sobre el alarmante nivel de decrepitud y adocenamiento que comienza a percibirse en este contaminado mundillo.

«Los adjetivos han sustituido a los sustantivos, los machetes al análisis y la casquería a la reflexión»

Un mundo en el que a pesar de que nunca fue el palacio de Versalles del ingenio y la erudición, se practicaba el noble deporte de la esgrima en combates a primera sangre y que paulatina e inopinadamente se ha ido  transformando en un remedo de la escena final de «apocalipsis caníbal», un campo de batalla lleno de barro, sangre, vísceras y miembros mutilados en el que los adjetivos han sustituido a los sustantivos, los machetes al análisis y la casquería a la reflexión.  

La razones son varias, pero conviene huir de lo evidente y elevar la mirada al escenario global.

En este sentido, Jonathan Haidt y Greg Lukianof, autores del imprescindible Coddling of the American Mind: How Good Intentions and Bad Ideas Are Setting Up a Generation for Failure, han publicado hace escasos días un trabajo llamado La Espiral de la Polarización, en el que comparten las conclusiones de sus investigaciones. Entresaco y traduzco algunos fragmentos especialmente ilustrativos:

«La espiral de polarización entre  izquierda y  derecha se ha vuelto más intensa en los últimos tres años. Lo más alarmante es la creciente aceptación de la violencia política como un método justificable para lograr los objetivos».

«Aunque los conservadores devotos y los activistas progresistas representan solo el 14% de los EE.UU., ejercen una enorme influencia en el discurso político estadounidense, ya que expresan apasionadamente su odio mutuo, a pesar de sus inesperadas similitudes».

«Lo que creemos que deformó el tejido del espacio-tiempo social fue la introducción del botón «me gusta» de Facebook en 2009, y el botón RT en Twitter.  Antes de 2009, los feeds de RRSS eran cronológicos: el contenido era personal (en lugar de político) y las RRSS no eran polarizantes».

«La espiral de polarización, alimentada y acelerada por las RRSS, está haciendo que los extremistas de derecha e izquierda sean más extremos, más poderosos y más intimidantes. Ambos lados se retroalimentan. Y eso significa que ninguna de las partes puede ganar».

Desasosegante, ¿verdad?

Pues bien, la primera consecuencia de este tsunami polarizante la estamos sufriendo ya en nuestro país, concretamente en las páginas de opinión de muchos diarios y está haciendo que de forma intuitiva, multitud de columnistas se están plegando a este patrón y contribuyendo activamente a la catastrófica espiral de la polarización anteriormente descrita.

«Sin darse casi cuenta, estará publicando textos indistinguibles de los de gritos de un orangután de Borneo en celo»

Es fácil de explicar: si cuanto más duro es su artículo, más gente lo comparte en las redes sociales y consecuentemente (cree usted) más clicks alcanza, tenderá naturalmente a maximizar ese efecto publicando una columna más dura la semana siguiente, otra más dura en dos semanas y en un par de meses, sin darse casi cuenta, estará publicando textos indistinguibles de los de gritos de un orangután de Borneo en celo, con tres insultos por párrafo y una coda en la que llama a sus lectores a tomar las armas y asaltar el palacio de invierno.

Lo más grave es que esa apuesta por lo fácil, por agradar a un pequeño porcentaje de zorocotrocos con cuenta anónima en Twitter, además de igualar sus textos con los de un adolescente con problemas para gestionar sus hormonas, le sumergen en otra espiral, la de la irrelevancia: su columna deja de ser suya y se convierte en la de ellos, y deviene en material de deshecho perfectamente intercambiable con cualquier libelo de otro autor preso de la misma santa indignación y las mismas urgencias de gloria instantánea.

Sí, claro que sé que es difícil encontrar un tema novedoso, una visión original, un ángulo diferente o una voz propia, me enfrento a ello cada semana con desigual y discutible éxito, lo que tengo claro es que ni el insulto barato ni la brocha gorda han sido nunca la base de una columna que quiera tener éxito ni por supuesto han contribuido de manera alguna al amejoramiento de la patria.

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