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Carta a un joven columnista

«Ni el insulto barato ni la brocha gorda han sido nunca la base de una columna que quiera tener éxito ni por supuesto han contribuido al amejoramiento de la patria»

Opinión

Christin Hume (Unsplash)

  • Fundador y Director General de la compañía de consultoría estratégica Redlines.
    Ha dirigido campañas electorales tanto en España como en diversos países de América latina, y es analista político habitual en diversos medios de comunicación.
    Es autor de los libros : «Guía práctica para abrir Gobiernos» (Goberna, 2015), «Otro Gobierno» (Algón Editores 2012), y «Open Government – Gobierno Abierto» (Algón Editores, 2010).
    Le encantan los platos de cuchara, sufre con cada partido del Athletic de Bilbao y no se pierde un concierto de Los Planetas.

Si escribe usted -voy a tratarle de usted a pesar de su edad- una columna de opinión en algún medio de comunicación o si desea fervientemente hacerlo, seguramente andará debatiéndose en un mar de dudas epistemológicas mientras lee a diario y con denodado esfuerzo la miríada de artículos que a diario se publican en nuestro país.

De hecho, si lo que está buscando son referentes de los que poder aprender el oficio en su recién estrenada y nunca antes sospechada vocación de articulista, le reto a que se calce unas buenas botas de monte, medias ajustadas a prueba de mordedura de serpiente, un traje impermeable de explorador, se ajuste el salacot a la cabeza y se aventure a recorrer conmigo la extensa cartografía de los errores que han llevado a la tumba a cientos de bienintencionados columnistas noveles; vamos, el listado de lo que nunca debería hacer si quiere elevarse sobre el alarmante nivel de decrepitud y adocenamiento que comienza a percibirse en este contaminado mundillo.

«Los adjetivos han sustituido a los sustantivos, los machetes al análisis y la casquería a la reflexión»

Un mundo en el que a pesar de que nunca fue el palacio de Versalles del ingenio y la erudición, se practicaba el noble deporte de la esgrima en combates a primera sangre y que paulatina e inopinadamente se ha ido  transformando en un remedo de la escena final de «apocalipsis caníbal», un campo de batalla lleno de barro, sangre, vísceras y miembros mutilados en el que los adjetivos han sustituido a los sustantivos, los machetes al análisis y la casquería a la reflexión.  

La razones son varias, pero conviene huir de lo evidente y elevar la mirada al escenario global.

En este sentido, Jonathan Haidt y Greg Lukianof, autores del imprescindible Coddling of the American Mind: How Good Intentions and Bad Ideas Are Setting Up a Generation for Failure, han publicado hace escasos días un trabajo llamado La Espiral de la Polarización, en el que comparten las conclusiones de sus investigaciones. Entresaco y traduzco algunos fragmentos especialmente ilustrativos:

«La espiral de polarización entre  izquierda y  derecha se ha vuelto más intensa en los últimos tres años. Lo más alarmante es la creciente aceptación de la violencia política como un método justificable para lograr los objetivos».

«Aunque los conservadores devotos y los activistas progresistas representan solo el 14% de los EE.UU., ejercen una enorme influencia en el discurso político estadounidense, ya que expresan apasionadamente su odio mutuo, a pesar de sus inesperadas similitudes».

«Lo que creemos que deformó el tejido del espacio-tiempo social fue la introducción del botón «me gusta» de Facebook en 2009, y el botón RT en Twitter.  Antes de 2009, los feeds de RRSS eran cronológicos: el contenido era personal (en lugar de político) y las RRSS no eran polarizantes».

«La espiral de polarización, alimentada y acelerada por las RRSS, está haciendo que los extremistas de derecha e izquierda sean más extremos, más poderosos y más intimidantes. Ambos lados se retroalimentan. Y eso significa que ninguna de las partes puede ganar».

Desasosegante, ¿verdad?

Pues bien, la primera consecuencia de este tsunami polarizante la estamos sufriendo ya en nuestro país, concretamente en las páginas de opinión de muchos diarios y está haciendo que de forma intuitiva, multitud de columnistas se están plegando a este patrón y contribuyendo activamente a la catastrófica espiral de la polarización anteriormente descrita.

«Sin darse casi cuenta, estará publicando textos indistinguibles de los de gritos de un orangután de Borneo en celo»

Es fácil de explicar: si cuanto más duro es su artículo, más gente lo comparte en las redes sociales y consecuentemente (cree usted) más clicks alcanza, tenderá naturalmente a maximizar ese efecto publicando una columna más dura la semana siguiente, otra más dura en dos semanas y en un par de meses, sin darse casi cuenta, estará publicando textos indistinguibles de los de gritos de un orangután de Borneo en celo, con tres insultos por párrafo y una coda en la que llama a sus lectores a tomar las armas y asaltar el palacio de invierno.

Lo más grave es que esa apuesta por lo fácil, por agradar a un pequeño porcentaje de zorocotrocos con cuenta anónima en Twitter, además de igualar sus textos con los de un adolescente con problemas para gestionar sus hormonas, le sumergen en otra espiral, la de la irrelevancia: su columna deja de ser suya y se convierte en la de ellos, y deviene en material de deshecho perfectamente intercambiable con cualquier libelo de otro autor preso de la misma santa indignación y las mismas urgencias de gloria instantánea.

Sí, claro que sé que es difícil encontrar un tema novedoso, una visión original, un ángulo diferente o una voz propia, me enfrento a ello cada semana con desigual y discutible éxito, lo que tengo claro es que ni el insulto barato ni la brocha gorda han sido nunca la base de una columna que quiera tener éxito ni por supuesto han contribuido de manera alguna al amejoramiento de la patria.

9 comentarios
  1. Pinton

    «Amejoramiento» tiene una única acepción en el DRAE: «1. m. Der. En el derecho de la comunidad de Navarra, en España, reforma consistente en acrecentar el contenido de las normas forales.».

    Alguno de los diarios de esa comunidad autonómica le llevan dedicando durante las últimas semanas algunos artículos a ese asunto. Me temo que cuando allí lo usan para sus artículos lo hacen de manera más apropiada que en su texto.
    Lo de «zorocotrocos», por cierto, aunque no es una palabra que reconozca todavía ese diccionario, seguro que sí se lo ha entendido cualquiera de los lectores, tambien los de fuera de Navarra.

  2. ToniPino

    Me temo, César, que te van a crujir, por moderadito, aseadito y modernete, que diría el otro. No sé si son poco o muy activos en redes sociales, pero en canales de YouTube y en medios digitales, a activos no les gana nadie.

  3. ToniPino

    El dato del 14% de conservadores devotos y activistas progresistas en la sociedad norteamericana me parece lo más interesante. Diríamos que son los hiperventilados. Si relacionamos esto con el artículo de García Domínguez de hoy, podríamos decir que el dato quizás podría confirmar el peso que tienen las guerras culturales en el voto, que solo afectarían a una pequeña proporción de votantes.

    Efectivamente, las columnas con más palabras gruesas, juicios sectarios y análisis menos finos son las más aplaudidas. Las columnas más analíticas generan pocos comentarios.

    Todo arranca después de la Segunda Guerra Mundial, tras la derrota del nazismo y el fascismo y la decadencia del conservadurismo, cuando la izquierda comienza a imponer su pensamiento en el aparato cultural y en las leyes. Reagan reacciona y gana las elecciones con su “mayoría moral” conservadora. Tras la caída del comunismo, la izquierda se rearma e inicia su guerra cultural con el feminismo radical, la ideologización de la homosexualidad y la teoría crítica de la raza. La derecha conservadora reacciona y se lanza a la lucha, y así llegamos a esta situación de fuerte polarización, que también ha llegado hasta nosotros.

    Es lógico que un extremismo produzca otro de ideología opuesta y que el segundo justifique su existencia y considere que con la moderación no se gana. Yo creo que hay otras opciones, pero así funcionan algunos sectores de la sociedad, pequeños, pero muy ruidosos.

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