Los 'saludados' de Antonio Pau
«Las personas extraordinarias se caracterizan principalmente por no considerar en absoluto extraordinarias sus peculiaridades, por ser incapaces de entender el estupor que causan»
Siento hacia la personalidad y la obra literaria de Antonio Pau una curiosidad semejante a la que Antonio Pau ha demostrado sentir hacia todos los rincones de la realidad y de la Historia. Y convengamos en que hay algo reconfortante en el hecho de que haya acabado en el Consejo de Estado alguien que, siendo todavía un niño, y sin haberse anunciado, se escapó del colegio para llamar al timbre de Azorín y conversar un rato con él. Victoria Camps ha contado que, cuando Pau interviene envuelto en su toga, los demás consejeros no sólo atienden con especial entrega. sino que toman notas. En 2011 recibió la Medalla Lichtenberg, por su aportación a la difusión de la cultura alemana en España, que se ha encauzado a través de decenas de libros (entre ellos las biografías de referencia de Hölderlin, Novalis, Rilke o Thibaut) y de traducciones. Y siendo también uno de los mejores conocedores de la historia de Madrid, o un experto en el tango (escribió una celebrada monografía, que le prologó Ernesto Sabato), aparte de editor medio secreto y poeta plenamente oculto, es también el albacea de Julián Ayesta (suya fue, en 2001, la edición de los Cuentos, que incluían un prólogo-biografía de 120 páginas), pasó su infancia en Tánger (la contó en su precioso Tánger entonces) y convive en su casa con miles de libros, obras de arte, algún fantasma romántico… y con una serpiente pitón. Pero dejémoslo aquí, sobre todo porque las personas extraordinarias se caracterizan principalmente por no considerar en absoluto extraordinarias sus peculiaridades, por ser incapaces de entender (ellos, que entienden todo al vuelo…) el estupor que causan.
«La lectura de un buen libro siempre tiene algo de reclusión buscada, de apartamiento gozoso, de crecimiento privado y silencioso y solitario»
Pero en lo que no he podido dejar de pensar es en la clasificación de posibles formas de fuga que organizó en 2019 en su magistral y celebrado Manual de escapología. Teoría y práctica de la huida del mundo, fundando una disciplina muy estimulante, justificada por la cantidad de casos conocidos y, francamente, por el impulso psicológico que seguramente todos sentimos con preocupante fuerza en algún momento de nuestras sedentarias y rutinarias vidas. En alguno de sus libros (creo que en El viaje vertical), Enrique Vila-Matas reflexionó con razón sobre esa extraña envidia que sentimos cuando oímos que se dice de alguien aquello tan clásico de «lo dejó todo y desapareció», y a eso, a ese instinto, se acogió Pau para proponer una taxonomía curiosa y divertida, pero también sabia y llena de erudición. Y ese Manual de escapología era, en sí mismo, una forma de huir, pues la lectura de un buen libro siempre tiene algo de reclusión buscada, de apartamiento gozoso, de crecimiento privado y silencioso y solitario. Sus 30 variantes de la fuga ofrecían consuelo, curiosidad, envidia o rechazo…, pero ante todo ofrecen la felicidad consumada de su lectura. Y, recogida en el capítulo sobre la alabanza de aldea, una gran cita de Antonio de Guevara, fechada en 1539: «No sería mal consejo que el hombre retraído procurase de leer en algunos libros buenos, así historiales como doctrinales; porque el bien de los libros es que se hace en ellos el hombre sabio y se ocupa con ellos muy bien el tiempo»… Algunos libros buenos: de eso, justamente, se trata.
Tras ese compendio Pau ha publicado libros sobre gatos o sobre herejes, se ocupó de un catálogo sobre los 130 años del Código Civil (Pau es el secretario general de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación) o antologó los textos literarios del sacerdote José Álvarez Iglesias. Y, mientras gesta o prepara decenas de nuevas ideas, o avanza en muchas otras, este 2022 nos ha dado otro curioso opúsculo, un librito titulado Saludados (editorial Comares) en el que, recogiendo aquella célebre distinción de Josep Pla entre «amigos, conocidos y saludados», Pau ofrece semblanzas de personas ilustres a las que apenas conoció superficialmente en alguna ocasión: apenas un saludo, una breve conversación, una coincidencia en una comida o en un jurado, quizás –como mucho– un mínimo intercambio de cartas.
Por apenas 80 páginas van desfilando brevemente todas esas personas que figuran después en el índice onomástico, y entre quienes hay nombres que, en puridad, fueron más que saludados para Pau, como José Jiménez Lozano o José Antonio Muñoz Rojas. Pero otros, como Cela, Alberti, Juan Goytisolo, José María Valverde, una ya centenaria Ángeles Santos o Carlos Bousoño sí fueron, según se cuenta, apenas los protagonistas de una breve visita, una consulta, acaso una felicitación cortés por alguna alegría recibida. Sin la menor mitomanía ni la más remota inmadurez, en Saludados sí se rastrea casi cierto afán de «coleccionismo» de saludos o tarjetas, y es obvio cómo se divierte el autor al recordar, desde aquella visita infantil a Azorín aludida arriba, a sus charlas con Aleixandre (sigue comprobándose que no hay una sola persona de este mundo que no pasara por la casa de Velintonia), sus encuentros con Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Rosales o José Hierro («aquel hombre de aspecto oriental, como de tártaro o de mogol»…), o su relación con viudas y herederos de escritores, músicos, juristas, pintores o religiosos sobre cuya obra trabajó Pau en algún momento. Entre la nómina de saludados también están Vargas Llosa, María Victoria Atencia, Sergio Ramírez o Carlos Murciano, de modo que todavía hay tiempo para que se conviertan en amigos o, al menos, conocidos, y haya que excluirlos de ediciones futuras de este libro.
Este libro bellísimo y sencillo tiene voluntad de laconismo, de que cada una de las crónicas y semblanzas sea tan breve que de algún modo quede reflejada así la fugacidad del encuentro, del intercambio, del topetazo, del sopetón. Pero Pau es un escritor magnífico, sabio y divertido, y son muchos los momentos en que surge esa gracia o esa emoción, como cuando afirma que hay nombres, como los de Macedonio Fernández, Felisberto Hernández o Plinio Apuleyo Mendoza, que ya contienen en sí mismos todo el realismo mágico, o cuando dice que «llega un momento en la vida del hijo en que los padres nunca terminan. Eso sucede siempre cuando mueren. En vida se les da por sabidos».
Y, por otro lado, es reconfortante y justo cualquier texto de este mundo, sea del género que sea, que termine, como éste, con un aplauso a Carlos Pujol.