THE OBJECTIVE
Carlos Granés

Cuando la performance se sale de madre y te arruina la campaña política

«El populismo siempre ha explotado con mucho éxito la escenificación del conflicto, el gesto sentimental y melodramático y la teatralización de la rebeldía»

Opinión
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Cuando la performance se sale de madre y te arruina la campaña política

Performance de 'Las Indetectables' en Chile. | RRSS

A estas alturas no debe haber un solo votante en las democracias occidentales que no haya notado la manera en que se ha estetizado la política. Antes no podía haber fiesta infantil sin magos o payasos; ahora no puede haber protesta social o campaña política sin batucada, simbología, camisetas con mensajes y gestos performáticos. Conscientes de que así funciona la nueva economía de la atención, los políticos recurren a todas estas tácticas para asegurarse unos segundos de cobertura mediática. Quien no hace ruido, no sale en la foto. 

Y por eso en la política contemporánea hemos visto mucho ruido, mucho carnaval. Desde la impresora que sacó Gabriel Rufián en el Congreso hasta la enorme bandera española que Vox desplegó sobre el peñón de Gibraltar, desde las cadenas humanas el día de la Diada en Cataluña hasta el beso de Pablo Iglesias y Xavier Domenech en el Hemiciclo. También hemos visto a Trump con su gorra de Make America Great Again, y a Boris Johnson lanzarse en tirolina o derribar un muro de cartón con una retroexcavadora. Ni hablar de la toma del Capitolio en Washington o del referéndum independentista en Cataluña, que mezclaron la farsa con el sabotaje constitucional; ni de los estallidos sociales latinoamericanos, que son vandalismo, performance, carnaval, grafiti y política, todo al mismo tiempo. 

El populismo siempre ha explotado con mucho éxito la escenificación del conflicto, el gesto sentimental y melodramático y la teatralización de la rebeldía: una camiseta o un corte de pelo que romperán las cadenas de la opresión. En todas partes ha ocurrido, pero el país que ha llevado esta dinámica a extremos desquiciados quizás sea Chile. No en vano la performance más famosa del mundo, Un violador en tu camino, la única que se ha viralizado, la creó un colectivo feminista chileno, Lastesis. Era sólo la punta del iceberg, porque la política profesional ya se estaba llenando de elementos performáticos

La diputada Pamela Jiles, por ejemplo, celebraba sus victorias parlamentarias corriendo con una especie de capa fucsia, y el joven diputado Gabriel Boric asistía al Congreso con un corte mohicano. La Asamblea Constituyente exacerbó todos estos elementos: los sacó de la calle y los llevó a la institución. Durante las sesiones una convencional dio un discurso con el torso desnudo, enseñando las cicatrices de su doble mastectomía. Otra, que había ganado popularidad durante el estallido por disfrazarse de Pikachu, llevó su personaje a las sesiones de la Asamblea, y otro más la secundó disfrazándose de dinosaurio. Un convencional teatralizó un supuesto cáncer, que no tenía; otro sacó su guitarra y cantó coplitas desde el estrado, y todos los demás celebraron una ceremonia indígena. Como no podía ser de otra forma, el cierre de campaña del Apruebo también tuvo como plato fuerte una performance. Y entonces ardió Troya.

«El populismo siempre ha explotado con mucho éxito la escenificación del conflicto, el gesto sentimental y melodramático y la teatralización de la rebeldía»

Ocurrió en Valparaíso hace una semana: los partidarios del texto constitucional que se votó este domingo convocaron un acto al aire libre al que llegaron tres mil personas, entre ellos muchos niños. En el escenario el público se encontró a ‘Las Indetectables’, un colectivo trans y anarquista cuyas performances mezclan, sin consideración alguna por el buen gusto, la música, el pornoterrorismo, el ultraje a los símbolos patrios y cualquier otra zafiedad que transgreda los código morales y estéticos del espectador. Para esta ocasión, cómo no, tenían algo especial: Abortar Chile, una performance cuya escena cumbre, el momento más visualizado en las cadenas de whatsapp nacionales durante la última semana, era la extracción rectal de una bandera chilena. ‘Las Indetectables’ acababan de escenificar un acto pornográfico contra un símbolo patrio, y no en un antro contracultural sino en una campaña política y en streaming para el país entero.

Las críticas y las protestas fueron inmediatas. Se les había salido de madre la performance a los políticos, y su reacción fue la más absoluta hipocresía. Se desmarcaron del evento. Los defensores del Apruebo salieron a rechazar el espectáculo, y en un acto surreal la cuota comunista en el Gobierno, Camila Vallejo, compareció para defender de la ofensa a las familias y a los símbolos patrios. Ante el escándalo, ante la evidencia de que como poderes instituidos ya no les quedaba bien la transgresión y la irreverencia, todos se desmarcaban de los hechos. No es sólo que cancelaran a ‘Las Indetectables’. La Fiscalía las investiga ahora por «ultraje público a las buenas costumbres», un cargo que suena a todo aquello -ese legado pinochetista- que el actual Gobierno quería borrar con la Constituyente.

Quizás sean estas performers quienes acaben pagando las consecuencias de un largo proceso de decadencia en el que la teatralización populista, el abuso del gesto y del símbolo, el recurso fácil de la transgresión y la insolencia, acabaron confundiendo la política con un espectáculo más, entretenido y trivial. Pero no, no son ellas las responsables. Los responsables son los políticos que se valieron de este juego y que hoy se retiran del escenario, con cara compungida, condenando las transgresiones de las que tanto se sirvieron para llegar a donde están. 

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