THE OBJECTIVE
Carlos Granés

Las memorias de Petro

«Según Petro el populismo latinoamericano es el equivalente de la socialdemocracia europea, una idea, como mínimo, discutible»

Opinión
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Las memorias de Petro

AFP

La actividad política no riñe con la adrenalina. Eso es así en todas partes, siempre hay algo de época, pero quizás no tanto como en América Latina. Allí, lejos de ser una actividad gris y funcionarial, con frecuencia adquiere el fulgor de la aventura, tiende a la epopeya. Es una de las primeras conclusiones que se extraen de las memorias de Gustavo Petro, Una vida, muchas vidas. La sucesión de acontecimientos es propia de un aventurero. Petro pasó por la guerrilla, luego por la cárcel, fue torturado, vivió en la clandestinidad, se incorporó a la vida civil, se
hizo congresista, se enfrentó al paramilitarismo, vivió amenazado… En fin, una empresa vital que nada tiene que ver con el rutinario asenso de un político de carrera que medra en un partido hasta que asoma su oportunidad de salir a la luz pública. En absoluto. Aquí hay acción, pasiones, lucha contra las penumbras; hasta el título del libro tiene connotaciones literarias.

Y es evidente que quien concibe la política como una aventura, llega al poder como un vendaval que lo va a cambiar todo. «Cambiar la historia de Colombia», decía Petro en campaña, eso se proponía, y sus discursos estaban regados de alusiones proféticas. En las palabras que pronunció el 7 de agosto pasado, por ejemplo, durante su posesión presidencial, mencionó la última escena de Cien años de soledad, esa que habla de las estirpes que no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra. Y como si estuviera tomando el testigo de García
Márquez, daba a entender que él, su Gobierno, sería esa segunda oportunidad para los condenados de Colombia. ¿Qué mueve a Petro? ¿Qué lo ha guiado por esa vida turbulenta? Él mismo lo dice en las memorias, «el amor al pobre, la opción preferencial por los pobres». Un sentimiento que no aprendió del marxismo, sino del cristianismo liberador.

Tildar a Petro de populista no es ningún agravio porque él mismo defiende esta expresión de la política, y además describe la actividad del M-19, la guerrilla en la que militó, como «populismo armado». Es más, según Petro el populismo latinoamericano es el equivalente de la socialdemocracia europea, una idea, como
mínimo, discutible. Petro sustenta su actividad política en ese amor a los pobres. Como los ama, lucha por ellos. Pero una cosa es darle dádivas al pueblo por amor, y otra muy distinta garantizar los derechos de la ciudadanía. La política moderna no promulga grandes líderes paternalistas que cuidan, mediante asistencialismo y
relaciones clientelares, al pueblo, sino derechos que cualquier ciudadano puede reclamar, sea pobre o rico, tenga o no afinidad con el gobernante de turno.

«Según Petro el populismo latinoamericano es el equivalente de la socialdemocracia europea, una idea, como mínimo, discutible»

En Petro late, aunque de manera contenida, ese populista de plaza pública convencido de que su palabra «entra en el corazón», «se vuelve huracán» y «genera la multitud, única transformadora de la historia». Aquello que García Márquez lograba con la escritura, insinúa, él lo consigue con la palabra hablada. Puede que no escriba novelas de realismo mágico, pero su campaña sí lo fue. Así la llamó, «campaña mágica». Petro recoge la herencia de Jorge Eliécer Gaitán y de la Anapo, el partido que fundó el general Rojas Pinilla, exdictador de Colombia, en 1961; es decir, recoge la tradición populista colombiana: se siente parte de ella, la
reivindica. Por la misma razón, también defiende las banderas del nacionalismo y del proteccionismo económico, que se manifiestan en una aversión, a veces explícita, otras disimulada, hacia el neoliberalismo, la globalización y el capitalismo.

Pero es verdad que no se trata de una aversión marxista. Es una desconfianza latinoamericanista, fraguada con retazos del cristianismo primitivo que recela de la riqueza y del comercio, del comunitarismo jesuítico que teme la intrusión de agentes extranjeros, y de los movimientos populares que históricamente se han levantado en defensa de la patria. Cristo y Bolívar: valores comunitarios, por un lado; la espada desenvainada, en permanente lucha, por otro.

Y al frente el líder que mueve a la masa y la convierte en motor de cambios históricos; un líder que le habla al pueblo, que lo ama, que lucha por él. A Chávez le reconoce en el libro esas virtudes. No le reprocha haber destrozado la legalidad y la vida institucional venezolana, sino haber copiado el modelo cubano. Estará por
ver si él mismo, en nombre del pueblo, escudándose en ese amor, se sentirá autorizado a pasar por encima de toda institución y de toda ley para escribir en la realidad esa segunda parte de Cien años de soledad.

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