THE OBJECTIVE
Eduardo Laporte

El 'Opus' no es lo que era

«El futuro del Opus Dei pasa por asumir su presente, un presente que rompe con un pasado de privilegios: el papa Francisco lo ha igualado al resto de congregaciones»

Opinión
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El ‘Opus’ no es lo que era

El papa Francisco y el prelado del Opus Dei, Fernando Ocáriz Braña. | EFE


Entre incendios, olas de calor insurfeables y esa guerra arrealista del norte de Europa que no acaba, parece que se nos colaron asuntos no tan menores. Camarillas vaticanas. Intrigas de dicasterios con sotana. Folletines de sacristía y prelatura con pesadillas de camarlengos. O, lo que es lo mismo, el ‘franciscazo’ que el sumo pontífice asestó, con estivalidad y alevosía, a la prelatura personal fundada por san Josemaría Escrivá de Balaguer en 1928, el Opus Dei.

¿Y qué sabemos del ‘Opus’? Poco, pues si algo ha caracterizado a esta «iglesia dentro de la iglesia» es su tendencia a la opacidad. Sirva un ejemplo: la negativa de miembros de la Obra (de Dios) invitados a participar en este programa cualquiera, donde se analiza con notable rigor el movimiento de Bergoglio.  

El Opus. Los que nos hemos criado en Navarra quizá lo conozcamos mejor. Como para saber que entre ellos no hablan de «el Opus», sino de «la Obra», o de «el Opus Dei». Si dice «el Opus», no es de lo nuestros. Despectivamente, los llamábamos «opusianos», que tenía más carga peyorativa que ese cursi «opusinos» que se escucha de Soria para abajo. 

Los opusianos. Al lado de mi colegio, en Pamplona, había un centro de jóvenes de la Obra que acudían allá a realizar sus ejercicios espirituales. Aunque no sabíamos bien qué hacían esos «soldados de Dios» allá dentro. Les tirábamos piedras. Así éramos de chavales. Los ochenta, los noventa, Navarra. Gracias, Francisco, por tu perdón universal. 

Estudiamos en universidades del Opus. En la cafetería del edificio central de la Universidad de Navarra, filosofábamos tras la espalda del santo que más rápido alcanzó las bóvedas celestes: la sotana pétrea de san Josemaría presidía el claustro-jardín del Faustino, escultura nuclear en ese edificio austero, neocastellano, neoherreriano, que lo cierto es que inspiraba respeto, una llamada a la introspección, a cierta ascesis. Lo mismo que el campus verde escocés que rodeaba a nuestras facultades, sumergiéndonos en una burbuja de saber que nos generaba cierto rechazo, pero también una extraña fascinación. Descubrir, más tarde, las facultades madrileñas, tan pedestres, reivindicativas y sucias, tuvo algo de jarro de agua fría de realidad. 

Teníamos, y tenemos, amigos, amigas, exnovias, muy vinculados a esa suerte de masonería a la inversa. Tanto como para conocer Torreciudad, la meca del Opus Dei, donde los rasgos del carácter personalista y megalómano (como le cuadra a todo aquel que quiere cambiar el mundo) se muestran más acusados. Como ese santuario de líneas retrofuturistas que bien le valdría de localización a George Lucas, marketing moderno de las religiones del futuro, como el GIGAPAN que permite escudriñar el retablo de Torreciudad: «Si se mandara imprimir a máxima calidad, el tamaño del papel sería aproximadamente el de una pista de tenis». 

El nuevo ordenamiento jurídico del Opus Dei lo iguala al resto de congregaciones, iglesias, parroquias, diócesis y organizaciones eclesiales bajo el mandato de Roma, poniendo fin a una excepción

¿Y cuál es el futuro del Opus Dei? De entrada, asumir su presente, un presente que rompe con un pasado de privilegios. El nuevo ordenamiento jurídico del Opus Dei lo iguala al resto de congregaciones, iglesias, parroquias, diócesis y organizaciones eclesiales bajo el mandato de Roma, poniendo fin a una excepción que, tras la insistencia de monseñor Álvaro del Portillo, el papa Juan Pablo II concedió en 1982. 

Se creó entonces ese Opus Dei que a muchos les generaba recelos. La hipernormativizada formación religiosa que no tardó en labrarse el marchamo de ultraconservadora, asociada a cilicios, exámenes de conciencia, sobrias residencias de numerarios sometidos a una extrema castidad y régimen semicomunista de renuncia a sus posesiones materiales, entregados ellos y ellas, al apostolado seglar con mayor ahínco si cabe que los que lucían clergyman.  

Amigos cercanos al entorno comentaban que la base social del Opus Dei, los «pitufos», como también se autodenominan con sorna entre ellos, estaba estancada en unas ochenta mil almas, entre numerarios, supernumerarios y agregados, repartidos en todo el mundo. Como si hubieran llegado a un cul de sac histórico, presos quizá de una falta de relato, agotados, por trillados, esos discursos neoluteranos o neocón del culto al trabajo (y por ende del dinero). El propósito de Jesús al difundir su mensaje era luchar contra las tribus. Contra las mil y una sectas judías que se peleaban en sus ritos y liturgias por adorar a Dios. Católico significa universal. Lo contrario a lo exclusivo, a lo cerrado. Lo abierto, lo unido. Así que este pertinente motu proprio dictado por el papa Francisco debería entenderse, en Barbastro y en Roma, como una oportunidad para ejercer de nuevo un catolicismo centrado en el carisma, y no en otros intereses. Y entonces quizá vuelva a ser un movimiento con tanto tirón como entonces.

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