THE OBJECTIVE
Julio Llorente Sanchidrián

El político que quieren

Quizá Feijóo sea el político perfecto para esta coyuntura. En un contexto económico que se sabe malo en el presente y se adivina pésimo en el futuro, los españoles no quieren ni el sectarismo frívolo de Pedro El Apuesto ni el ímpetu patriofolclórico de VOX; mucho menos el histrionismo de cartón piedra de Podemos.

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El político que quieren

El PP obtiene buenos resultados en las encuestas. La última, la de GAD3 para ABC, le adjudica entre 147 y 151 escaños, unos cincuenta más que al PSOE. Qué lejanos se nos antojan aquellos tiempos en los que el partido deambulaba desnortado, títere de un líder ciego a la realidad, y los tertulianos más utópicos fantaseaban con una caída a los abismos electorales. Ahora goza de una salud envidiable, de cuarentón que frecuenta el gimnasio y elude las grasas saturadas, e incluso los más cenizos intuyen la posibilidad de una mayoría absoluta en las próximas elecciones. 

Imagino que los analistas buscan la explicación del éxito de Feijóo. Yo, que no soy un analista sesudo sino un plumilla que firma artículos de dudosa calidad porque es lo único que se me da más o menos bien, también lo hago. Quizá Feijóo sea el político perfecto para esta coyuntura. En un contexto económico que se sabe malo en el presente y se adivina pésimo en el futuro, los españoles no quieren ni el sectarismo frívolo de Pedro El Apuesto ni el ímpetu patriofolclórico de VOX; mucho menos el histrionismo de cartón piedra de Podemos. Desean a un gestor, a alguien que cuadre las cuentas y evite los aspavientos, a alguien que transmita seguridad a los mercados y un mínimo sosiego a los corazones. 

La gente ha identificado en Feijóo a ese alguien. Su aspecto lo delata. Su indumentaria, sobria pero irreprochable, su expresión hierática, como de escultura egipcia, esa media sonrisa que rara vez asoma, esa media indignación que lo mismo, esa voz que sirve para desquiciar a sus rivales y acaso serviría para dormir a los niños aquejados de TDH revelan juntas su condición fiable. La suya es una solvencia que salta a la vista, digamos que perfora la retina del pueblo. Feijóo ―¡las apariencias no engañan!― hará lo que debe hacerse, cumplirá diligente las directrices de Bruselas y eludirá los embrollos ideológicos porque la economía es lo que importa ahora. Hará de la política una burocracia, del gobierno un automatismo. 

Creo, pese a todo, que la virtud electoral de Feijóo es también su vicio, que tras su vocación de administrativo se esconde una depauperación de la política, la cual no es gestión porque, de serlo, mejor estaría confiársela a los economistas. Pero es indiferente lo que yo piense; la democracia permite a la mayoría expresar sus preferencias: en tiempos de bonanza, sectarios monásticamente consagrados al despilfarro; en los de crisis, tediosos gestores de su ruina. 

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