THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Últimas catetadas de Ayuso

«Hace ya varias semanas que no nos reímos a costa de las melonadas de la líder madrileña, que es algo que solemos hacer cuando mete la pata»

Opinión
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Últimas catetadas de Ayuso

Isabel Díaz Ayuso. | Europa Press

Se detecta cierto nerviosismo entre nuestros lectores porque hace ya varias semanas que no nos reímos (plural de modestia) a costa de las melonadas de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que es algo que solemos hacer cuando nos acordamos de ella, o sea cuando mete la pata de forma clamorosa. Y no solo lo hacemos por el gozo de poner rabiosa a la jauría de sus publicistas y tiralevitas (que en seguida saltan, cual pequineses, a ladrar), ni por ilustrar a los lectores sensatos e inteligentes, sino por tener un poco de honesta, y gratuita, diversión

En este sentido somos (plural de modestia) como el gallo Claudio de las Fantasías animadas de ayer y de hoy, que, de vez en cuando, al sentirse aburrido, sin nada que hacer, decía: «¡Vamos a pegar un poco a ese perro tonto!», y, larala, lala, laralilo, en efecto iba a la caseta donde el fiero perro estaba dormitando, le levantaba la cola, le daba una azotaina en el trasero y salía corriendo.

Hemos dicho que los actos y frases de ‘IDA’ son a veces muy divertidos, pero ahí quizá hemos pecado de frivolidad, no nos duelen prendas en reconocerlo. Pues algo, en esa mirada extraviada, en el rictus torcido de esa boca, en la agresividad chirriante de esos discursos (siempre leídos: se los escribe ese genio de la malicia, MAR) que en acidez nada tienen que envidiar a los que solía pronunciar Pablo Iglesias, en el timbre destemplado de esa voz…, hace pensar en una veta angustiosa y trágica, quizá un desajuste químico o el famoso ‘síndrome del impostor’ que padece quien siente que no está a la altura del puesto que ocupa, que no lo merece.

Y no nos referimos… bueno, voy a abandonar el plural de modestia: y no me refiero a los miles de muertos por coronavirus en las residencias de Madrid, sin atención médica, mientras dimitían horrorizados los responsables de Salud de la Comunidad, mientras ella posaba de Virgen Dolorosa.

Ni a lo que dijo en la Cope Pablo Casado, antes de ser linchado sin contemplaciones por quienes tres años antes le habían encumbrado a la presidencia del Partido Popular (Pablo Casado, ¿te acuerdas de él? En su lucha contra Sánchez quizá no daba en la tecla acertada, pero por lo menos intentaba que no se reprodujesen los escándalos de corrupción en el Partido): 

«La cuestión es si es entendible que el 1 de abril, cuando morían 700 personas en España por la pandemia, se puede contratar con tu hermana y recibir trescientos mil euros de beneficio con la venta de mascarillas».

Reproduzco aquí literalmente la frase de Casado, porque observo que los idólatras de IDA –los ‘IDÁlatras’, podríamos decir– tienden a olvidarla y a perdonar a su ídolo: «¿Quién no roba? ¡Bah, pelillos a la mar!». 

No, no quiero recordar ese pecado original. Ni siquiera me apetece hablar de IDA. Quiero acabar cuanto antes este artículo para poder seguir leyendo Pío Baroja y su tiempo, de Sebastián Juan Arbó, que compré el pasado domingo en el Rastro y está interesantísimo. Pero lo primero es el deber, claro, y he venido a estos párrafos para tranquilizar a mis lectores y asegurarles que en un documento Word anoto cada semana las últimas mamarrachadas de nuestra querida presidenta, y que próximamente las comentaré in extenso.

Tranquilos: no se me ha pasado por alto su viaje ‘de Estado’ a Ceuta para condecorar a los guardias civiles de la frontera; ni otras usurpaciones de las atribuciones del Gobierno, como los tres días de luto oficial por la muerte de una reina extranjera que mantiene una colonia en suelo español (¡hay que ser provincianos!); ni el cargo oficial otorgado al decadente extorero y conductor homicida Ortega Cano; ni la presurosa liquidación de la tan importante «Oficina del español», el chiringuito que creó, a costa del presupuesto público, para darle un sueldo al actor mega-tránsfuga… (¿cómo se llamaba? ¡Toni Cantó! ¡Toni Cantó la Traviata!); ni el penoso papel que representó la semana pasada en la radio de Alsina, donde, para estupor de éste, demostró no tener ni la más pajolera noción de economía ni idea de lo que es la inflación; ni su negativa, encomendándose al mantra «los expertos dicen…» al intervencionismo sobre las compañías eléctricas y el despilfarro de luz en las ciudades que en estos momentos de escasez y tribulación está imponiendo no el Gobierno español sino toda la Europa democrática; ni a la gracieta cansina de ser nombrada «presidenta de Tabarnia»; ni otros desafiantes disparates que se le van ocurriendo. 

No, no vamos a hablar de esas salidas de pata de banco ni de las iniciativas legislativas insolidarias con el resto de España, ni del abrazo del oso que le está dando a Feijóo. Pero tranquilícese el lector: vamos a esperar todavía unas semanas, vamos a darle cuerda a Ida para que se ahorque ella solita con nuevas ocurrencias, y ya cuando eso, ya cuando haya yo acabado de leer Baroja y su tiempo, si le parece nos echamos unas risas…  

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