A propósito de Meloni
«Quien busca un revulsivo no vota opciones convencionales. Y quien vive en un ciclo político depresivo desde la crisis del 2008 tarde o temprano buscará uno»
La victoria de Meloni me desagrada, pero mi nivel de preocupación todavía es impreciso. No sé si estamos ante el regreso del fascio o ante una payasa más que se añade al circo populista. Y lo verdaderamente preocupante sería lo segundo. Porque la probabilidad de que una líder implemente un programa fascista, gobernando en coalición y limitada tanto por su Constitución y su Legislativo como por la Unión Europea, es escasa. Si añadimos que la obsolescencia programada se inventó para los gobiernos de Italia, que desde 1946 duran una media de 13 meses, las preocupaciones se disipan aún más. Pero los populistas son demasiado líquidos; no hay confrontación, sino filtración. Es más fácil detener a quien quiere devorar el Estado que a quien se conforma con parasitarlo.
En sus memorias, Meloni reproduce un verso de la canción que Ed Sheeran compuso para la banda sonora del Hobbit: «Si esto ha de culminar en fuego, debemos arder juntos». La verdad, no resulta reconfortante imaginarla en boca de la presidenta de la tercera economía del Euro. Pero el principal valor de Meloni es su peculiaridad, su no-ser convencional. Porque de los políticos convencionales, tecnócratas à la Draghi incluidos, nadie espera mucho. Quien busca un revulsivo no vota opciones convencionales. Y quien vive en un ciclo político depresivo desde la crisis de 2008 tarde o temprano buscará su revulsivo.
«El discurso de Meloni encuentra su fuerza antiestablishment en un mensaje que ensalza la nación, la familia y Dios»
El cuento del líder populista que emerge como respuesta a la corrupción e inoperancia de la política convencional no es nuevo. Pero lo interesante es observar cómo ha cambiado nuestra concepción de lo no-convencional. Meloni no es Pablo Iglesias, ni Beppe Grillo, ni Alexis Tsipras. El discurso de Meloni encuentra su fuerza antiestablishment en un mensaje que ensalza la nación, la familia y Dios. Deberíamos preguntarnos en qué momento estos enclaves tradicionales de la identidad conservadora se volvieron subversivos y por qué. Es una incógnita que una población abierta, secular y partícipe de una cultura global encuentre un componente emancipador en este mensaje.
La libertad de los italianos, en todo caso, no depende tanto de los caprichos de Meloni como de la fortaleza de sus instituciones. Y nos recuerda que en las democracias liberales solo existen dos tipos de partidos: los que perciben la Constitución como un escudo frente a los excesos de los tres poderes del Estado, y los que la consideran un obstáculo para la ejecución de los deseos del pueblo y/o del soberano (Kelsen frente a Schmitt, ya saben). En este clima, es una tranquilidad observar que la composición del Tribunal Constitucional en Italia no es un reflejo ideológico de su Parlamento.