Todos los días vuelve Baudelaire
«El libro es un balance de lo que se ha vivido y cómo, de lo que se ha amado y cuánto, de lo que se ha perdido y por qué, de lo que racionalmente cabe esperar»
Llevo convencido desde hace mucho de que no sólo hay que elevar el ‘cuaderno’ a la categoría de género literario autónomo y aparte, sino de que además hay que empezar a reivindicarlo como uno de los superiores o, al menos, uno de los que, por muchos motivos, con más claridad se amolda a la sensibilidad contemporánea, tal vez el más adecuado para los gustos o incluso las exigencias actuales.
Un cuaderno sería algo parecido al ‘dietario’, en el sentido de que también está formado por notas breves y admite casi todo tipo de materiales: un pensamiento, una lista de recados, una reflexión, el borrador de un poema, un sueño, algo leído en otro libro, un recuerdo, un dibujo, un título para un libro futuro, el inicio de un relato… No sé por qué se insiste tanto en hablar, en esos casos, de ‘fragmentos’: no lo son, desde el momento en que los entendemos como textos autónomos llenos de sentido propio que, simplemente, se presentan yuxtapuestos, uno después del otro. Eso sí: si entendido cada uno de ellos dentro del conjunto adquiere un segundo sentido global, dependiente del resto de textos, o si entre todos levantan un significado general para esa reunión (y, francamente, raro sería que no fuera así), entonces ya empezaríamos a entrar en el muy flexible, libre y poroso territorio de la novela.
«Arranz se inventa un personaje parecido a sí mismo que anota apuntes muy breves sobre el día a día»
Sea lo que sea, el magnético libro que acaba de publicar el aforista, traductor y novelista Manuel Arranz (Madrid, 1950, pero en Valencia desde hace décadas) es un cuaderno personal, muy íntimo, que parece motivado por dos de las muchas citas que en él se recogen. Por un lado, una de William Gerhardie: «Y de pronto me di cuenta de que la única cosa que podía hacer era convertir todo aquello en un libro. Es lo que habitualmente hacemos con la vida». Y, por otro, una de Victor Segalen que salta al cuaderno hacia el final: «Las cosas verdaderamente íntimas no se escriben jamás». Me gusta que en ambas se lea la palabra ‘cosas’, que me parece sagrada en su imprecisión, muy útil en su polivalencia, pero lo importante es que se diría que ante la primera cita Arranz asiente, y ante la segunda se rebela, o por lo menos decide esforzarse por desmentirla.
El libro, a todo esto, se titula Hoy ha vuelto Baudelaire, y en él Arranz se inventa un personaje parecido a sí mismo que anota apuntes muy breves sobre un día a día ya medio otoñal y que, al cabo, dan cuenta de una profunda desmotivación, por decirlo tal vez con suavidad. Los primeros ultrajes de la vejez, el asedio de algunos recuerdos, una soledad no exactamente deseada, el escepticismo hacia los asuntos del mundo, el extrañamiento del que se siente ya lejos de todo… Felizmente, perdura la curiosidad por los libros y el impulso de leer libros muy variados, libros nunca leídos, lo cual hace que, entre otras muchas cosas, tengamos aquí una convincente celebración de la lectura, la constatación de la compañía profunda, perfectamente real y definitiva que los libros pueden procurarnos.
La lista de autores y títulos convocados en Hoy ha vuelto Baudelaire desde su mismo título sería jugosa y significativa, pero me importa mucho más la trama más privada, ese autorretrato crudo de un hombre en sus tribulaciones, en su combate con el cuerpo, los malos recuerdos, la primera desorientación. Uno de los momentos más altos del libro es cuando el narrador, en duermevela, oye claramente cómo su madre le habla desde otra habitación, y lo asume con naturalidad, sin miedo, aunque por supuesto la madre lleva muerta lustros. Por otro lado, si a mí, con 42 años, ya me pasa eso de que «sueño que las cosas que han sucedido no han sucedido nunca. Que sólo han sido un sueño», puedo imaginarme y temerme lo que ocurrirá con 30 años más.
«La deliberada vaguedad del libro es testimonio implícito de la propia falta de planes de su autor, de su protagonista»
La deliberada vaguedad del libro es testimonio implícito de la propia falta de planes de su autor, de su protagonista. El hombre echa la vista atrás, un poco a su pesar pero sin poder evitarlo, y saca sus agridulces conclusiones. «Qué absurda es la vida sin amor», piensa, o se lamenta: «Hacer daño a quien amamos. ¿Cómo podremos evitarlo?». Apuntes tan graves como ése contrastan con otros que parecen más anodinos, como consignar que «Hoy me he comprado una colonia», pero en cuanto se piensa un segundo se comprende su particularidad y su importancia, el punto de ilusión que implican, el provisional cambio de humor que anuncian, la esperanza de una salida optimista a ese bloqueo vital.
Y por cierto que, desde Con las palabras, el cuaderno de aforismos que Arranz publicó en 1992, nos llega un fragmento que ilumina tres décadas después este libro nuevo: «Escribir algo tan íntimo, tan personal, que al escribirlo uno piense: esto sólo puedo haberlo escrito para mí, pues sin duda soy el único lector capaz de comprender todo lo que encierran estas palabras. Ésta es la única forma de ganar lectores, de llegar hasta ellos».
En Hoy ha vuelto Baudelaire se da muchas vueltas al tema de la memoria, y también hay anotaciones sobre la naturaleza misma de la realidad, hay alguna pequeña digresión metaliteraria… pero el cuaderno se ilumina cuando queda claro qué es lo que más preocupa a su narrador (y, con él, seguramente a su autor). Es básicamente un balance de lo que se ha vivido y cómo, de lo que se ha amado y cuánto, de lo que se ha perdido y por qué, de lo que racionalmente cabe esperar todavía. Siendo así, ¿a quién podría no importarle este libro? Y hay una cita de Marina Tsvietáieva que, en su difícil desnudez, es estructural para entender las búsquedas de Arranz: «Lo que quiero es algo muy modesto y mortalmente sencillo: que, cuando yo entre, el otro se alegre».
Tan «mortalmente sencillo», sí, y tan trascendentalmente complicado.