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'Animales luminosos': una novela de campus que esconde una tragedia

¿Se puede sobrevivir al tremebundo hype que fue Contarlo todo? La respuesta es sí. Aunque, como toda respuesta taxativa, tiene matices y un pequeño truco

‘Animales luminosos’: una novela de campus que esconde una tragedia

Jeremías Gamboa | Europa Press

Animales luminosos es una novela que nace de un extrañamiento, misma situación excepcional que alimentaba el primer libro de cuentos del escritor peruano Jeremías Gamboa (Lima, 1975), Punto de fuga, publicado originalmente en Perú en 2007 y reeditado en España en 2014, gracias al éxito internacional de Contarlo todo, la novela en la que Gamboa daba cuenta de la formación de un escritor con el que compartía unas cuantas peripecias vitales.

Se preguntaba en su momento el crítico Ricardo Senabre en las páginas de El Cultural que qué iba a ser de Jeremías Gamboa cuando fuese capaz de alejarse más de su sombra. Y lo refería esto al respecto de Contarlo todo. Pero es que quizá se podría pensar que es ahí precisamente donde anida el tuétano de la pulsión narrativa de Gamboa. De ello da cuenta Animales luminosos, cuyo origen se ha de buscar a finales del año 2006, cuando el escritor estaba estudiando en Boulder, Colorado, una maestría en Literatura Hispanoamericana. Era el segundo año en el que Gamboa estaba estudiando en USA y escuchó una conversación entre Keith Huntzinger (amigo boulderiano de Gamboa, a quien -igual que su protagonista- conoció gracias a un intercambio de idiomas español/inglés y a quien está dedicada la novela) y un tercero llamado Todd.

Misma conversación que se reproduce al inicio de esta novela, y que sirve para cuestionar el estatuto de Boulder, si podía considerarse o no una ciudad es lo que se debatió entonces y lo que se debate en la ficción de Animales luminosos. Era ésta una preocupación que también le había atormentado a Gamboa desde el momento de pisar tierra norteamericana; tanto fue así que, al día siguiente de haber escuchado la conversación, ya tenía escrito ese diálogo, en tiempo presente y con un narrador en tercera persona. Sin saberlo, y mucho antes de haber siquiera terminado el primer borrador de Contarlo todo ni de haber finalizado su primer libro de cuentos, Gamboa ya tenía el germen de su segunda novela que, empero, dormiría el sueño de los justos hasta el año 2020.

Historia de un fracaso

Nos cuenta Jeremías Gamboa vía zoom que ha estado ocho años sin publicar, «pero que eso no significa ocho años sin escribir». Así, sólo ha habido un año en el que no ha escrito nada, justo el 2015, el subsiguiente a la publicación de Contarlo todo. Ese año lo que sí que estuvo haciendo fue investigar para un gran libro (que habría de ser la continuación de su primera novela), y con el que tiene aires de familia, asociado a sus experiencias previas a los estudios posdoctorales en la universidad. Es el libro en el que ha estado trabajando (y sigue) todos estos años, un texto que ha ido evolucionando y cogiendo volumen, y del que se ha tomado, como han hecho otros escritores, «y pienso en José Donoso o Joyce Carol Oates», nos dice Gamboa, ciertos respiros. «He tenido estaciones del texto», afirma. De aquí es de donde sale Animales luminosos, y nace de la necesidad de Gamboa de asegurarse de que era capaz de terminar otro libro, después de largos años trabajando en un proyecto de libro sin visos de concluir. Pero también surge de un fracaso, y es que Animales luminosos fue, después de unos breves apuntes de hace 15 años, un cuento fallido llamado «Luces».

Así, en 2020, justo en el confinamiento estricto (y Perú sufrió uno de los confinamientos más fuertes), encerrado en casa con su pareja y los niños, rescató Gamboa esta historia de sus años en Colorado, y se puso a escribirla. «Lo que hice -nos cuenta- fue algo extraordinario para la literatura: salía a la noche, mientras todos estaban confinados, y yo estaba en la madrugada, sin mascarilla, fumando en Lima mis American Spirits. Había terminado de escribir una primera versión de la novela más larga y me dije, pues voy a escribir un cuentito, porque no tenía resultados ficcionales prontos, no tenía esa sensación de logro. Hacía mucho tiempo que no lo vivía». Y de ese cuento fallido fue que salió su segunda novela. El truco aquí es que la presión Gamboa la somete sobre su novela más larga y ambiciosa, en la que «estoy trabajando y quizá nunca se publique». Y es que «probablemente haciendo eso ya liberé la presión de la escritura y Animales Luminosos empezó como una cosa relajada, porque, cuanta menos presión te pones, tu posibilidad de liberar la escritura es mayor», confirma. Es como la película Master and Commander, nos dice, que ponen un barco falso como señuelo. Y se ríe. «Ya la gente se tiró sobre ella, sobre Animales luminosos, y, a pesar de ser pequeñita, parece que se ha defendido bastante bien», nos cuenta con gesto pícaro. Vaya, que «la presión me la saqué de una manera inconsciente», reconoce.

Una (aparente) novela de campus

Jeremías Gamboa quería escribir una novela de campus, más metafórica y poética que Contarlo todo y, para ello, invoca los auspicios de Julio Ramón Ribeyro y Enrique Verástegui, le da forma de cuento (con sorpresa emergente hacia el final, à-la-Piglia) y la dota con un swing de nouvelle; con un punto de partida: un chico saliendo a la noche. Así, Animales luminosos se abre con la ya mentada escena en la que varios amigos discuten sobre si Boulder es o no una ciudad. Se trata de una entrada balzaquiana, con el narrador dándonos una visión de pájaro de un restaurante, con aires hopperianos. Pronto, sin embargo, lo que simula una aparente ligereza, va tomando consistencias mayores. Y es que nuestro protagonista, Ismael, es un latinoamericano con un oscuro pasado de violencias, del que quiere huir, que lleva ya unos largos meses estudiando en Boulder, pero encerrado en sus libros, sin amigos, contactos afectivos o relaciones sociales; es una no-persona que vive en una crisálida. 

Nos confiesa Jeremías Gamboa que ya cuando él era un veinteañero vivía esa época de la vida con nostalgia. Ahora, además, al tener una hija adolescente, su acercamiento es mucho más paternal, comprensivo, empático, pero, al mismo tiempo, crítico. Nos dice sobre Ismael, el protagonista / proyección del autor, que «es un chico al borde los treinta que no tiene capacidad de ingreso al mundo de Boulder, por ello es un observador, está tratando de comprender las reglas de ese mundo, y eso produce una enorme soledad. Una de las cosas que más te aísla del mundo es no tener el idioma de ese mundo. Yo lo he vivido también en mi estancia en USA, porque tengo un inglés tardío».

Poco a poco Ismael verá cómo su sueño se va desmoronando, ya que su visión idealizada de los States (forjada en películas, series, libros) choca con la realidad resquebrajada de Boulder. Y sucede lo mismo con sus nuevos amigos, que irá conociendo durante la larga noche que dura la novela, quienes, a su vez, tienen una visión romántica de Latinoamérica que no tiene nada que ver con la realidad. «Hay un choque cultural de expectativas causado por la propaganda de los países», nos dice Gamboa. Así, la novela busca no solo los puntos de contraste entre ambos mundos, culturas e idiomas, sino que también se centra, por sobre todo, «en los puntos en los que se encuentran, y uno de ellos es la diferencia de extracto social», afirma el escritor peruano.

Ismael, en su cualidad de migrante, es un desvalido, una suerte de minusválido, y en él recrea Gamboa las mismas sensaciones que él tuvo al llegar a Estados Unidos. De ahí la estructura de la novela en una sola noche y en tiempo presente, nos dice Gamboa, ya que «necesitaba hacerle sentir al lector la angustia del tiempo presente, puesto que el migrante vive en tiempo presente. Su día a día es agotador».

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