Feijóo y sus amistades peligrosas
«El político gallego se la juega porque espera que el desprecio a Sánchez sea más fuerte que las náuseas que provocan en el electorado del PP los nacionalistas»
Cunde la alarma en el electorado de la derecha. Resulta que Feijóo quiere restablecer relaciones con el PNV y Junts. El gallego se la juega porque espera que el desprecio a Sánchez sea más fuerte que las náuseas que provocan los nacionalistas. Piensa que la situación económica será tan mala que la gente querrá quitarse al PSOE de en medio a cualquier precio.
Este PP no quiere provocar entusiasmo, sino el consuelo, la aceptación del mal menor, el trágala para sobrevivir, la vista gorda. Está buscando un electorado que vote tapándose la nariz y cerrando los ojos. Ese es el plan, presentar un antisanchismo de programa de contabilidad.
La argumentación es agarrarse a la necesidad de un constitucionalismo más amable aún con los nacionalismos rupturistas. La España de 1978 no es la de hoy. Tras décadas de inmersión se ha llegado a un extraño equilibrio entre la identidad española y la local. Lo nacional únicamente sirve para el deporte, mientras que para el resto cada uno solo se siente de su terruño.
El PP y la derecha en general han perdido esa batalla. El PSOE nunca la dio. El españolismo en algunas regiones ha quedado como un movimiento reactivo, de protesta ante el rodillo nacionalista. Es lo lógico tras décadas de cesión para completar mayorías parlamentarias en el Congreso de los Diputados, de dádivas que han agigantado a los rupturistas.
La solución de Feijóo a este panorama es oportunista. Da por hecho que el combate es inútil. Que los escaños que Vox saca en el Parlamento de Cataluña partiéndose la cara en las calles no sirven para tener una mayoría en Madrid. También da por liquidado a Ciudadanos, que fue un espejismo esperanzador e irrepetible.
La crisis de la coalición nacionalista, entre ERC y Junts, también supone una oportunidad para Feijóo. Considera que el electorado catalán está harto de sus partidos independentistas, y que se siente engañado por unos cantamañanas de banderita y lazo amarillo. Por eso insiste en que el secesionismo ha perjudicado la economía catalana. Es hora, dice, de dejarse de historietas y trabajar por lo fundamental, que es el bolsillo sin perjuicio de los servicios públicos. Cree que así podrá hacerse con dos tipos de votantes: el catalanista no fanático y el socialdemócrata.
«Lo único que no va a aceptar el gallego es que alguien de su partido lo eclipse»
Esto encaja con su idea del nacionalismo amable. Feijóo sostiene que es posible sentirse nacionalista o regionalista -la diferencia es muy sutil-, y querer la unidad de España. Por eso deja que cada presidente autonómico haga y deshaga a su gusto. Es un PP de taifas como base del proyecto de Feijóo para España; esto es, libertad en la autonomía mientras no perjudique al conjunto. Lo único que no va a aceptar el gallego es que alguien de su partido lo eclipse.
Si este modelo genera identidades locales excluyentes da igual. Feijóo cree que esto es algo muy secundario, una cuestión de la intimidad de cada uno que no destiñe la existencia de un proyecto común. De esta manera se puede apoyar la inmersión lingüística «en positivo», como dicen ahora en Génova, y dedicarse a lo importante, la economía.
Los nuevos mandatarios populares defienden esta posición con una afirmación tan rimbombante como inquietante: «No somos ni duros ni blandos. Simplemente, somos un partido de espectro amplio». Esto solo tiene un significado. Este PP quiere ser un partido para la derecha, el centro y la izquierda, el españolismo y el rupturismo nacionalista pero poco, el elector liberal, el conservador y el socialdemócrata. La argamasa será la seguridad económica.
Todo esto es un plan muy estudiado, pero precisa que rueden cabezas en Cataluña. Cayetana ya se puede despedir de su representación por Barcelona. No repetirá en las próximas elecciones generales porque su discurso y estilo no encajan. La posición de García Albiol, el popular resistente de Badalona, será singular, y conseguirá que se le trate como si fuera un presidente autonómico: libertad de acción mientras gane en las urnas.
La otra necesidad es convencer al electorado fiel del PP, el que ha aumentado creyendo que Sánchez era nefasto para España no solo por los dineros, sino por sus aliados. ¿Es posible que el votante popular vea con alegría que Feijóo pacte ostensiblemente con el PNV y Junts para ser simpático en Cataluña y País Vasco? Cosas más difíciles se han visto, pero ahora mismo no recuerdo ninguna.