THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Vox pierde la virginidad

«El partido de Abascal es ya un partido más, con el nepotismo de una oligarquía que hace y deshace a su antojo, sin democracia interna. Bienvenidos a la realidad»

Opinión
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Vox pierde la virginidad

Macarena Olona. | Europa Press

Le ha tocado ahora a Vox. Es una regla de los partidos políticos. Una vez que se institucionalizan; es decir, tocan poder y hay que repartir dinero y cargos, la ingenuidad y la pureza salen por la ventana. Por mucho que hayan presentado el carácter prístino, desinteresado y patriótico de su trabajo en el partido no son más que personas en una organización.

Ya le había pasado a otros partidos virtuosos, los de la hornada de la nueva política. Me refiero a Ciudadanos y Podemos. Ahí siguen estos dos, generando más pena e indiferencia que esperanza. Los viejos del lugar, los que arrancaron en ambos partidos, recuerdan entre suspiros y lágrimas lo que fueron los primeros pasos. Tantas ilusiones y camaradería encaminadas a hacer el bien, a servir a la gente, que se perdieron tontamente por el camino. Es la melancolía de la virginidad. 

Luego llegaron las envidias, las banderías internas, las purgas, la lealtad como principio supremo, y la colocación de amigos y amantes. Después se produjeron las decisiones incomprensibles de la cúpula y el palo y tentetieso, porque a toda organización se le aplica la ley de  hierro de las oligarquías. Es el momento de las primeras bajas, las de aquellos que creían en «la causa», no en «el efecto» en los bolsillos. 

Tras el primer tsunami no quedan en el partido de la nueva política los más valiosos, sino los más listos. Es entonces cuando el sistema los engulle y los convierte en unos políticos más. Sueldos que calman la necesidad material, y egos saciados por el vasallaje de los de abajo. 

Cuántas estatuas de barro ha construido esta hornada. Una de ellas es Macarena Olona, que ha perdido la oportunidad de irse con elegancia. Uno esperaba que una abogada del Estado, una persona que ha trabajado duro para obtener un estatus profesional, volviera a su ámbito privado con dignidad, en silencio, al menos para diferenciarse de los que se quedan. 

«Es fácil confundir la venganza personal con el servicio a una causa»

No ha sido la única en irse. Otros lo han hecho en provincias pero no han provocado portadas de periódicos. Es muy probable que Olona, despechada por el maltrato interno, pensara que su denuncia era una forma de servir a Vox. También es fácil confundir la venganza personal con el servicio a la causa. Es así cómo nos hemos enterado de que Vox es un partido más, con el nepotismo de una oligarquía que hace y deshace a su antojo, sin democracia interna. Vale. Bienvenidos a la realidad. 

Por eso es enternecedor leer en las redes cosas como «Solo queda Vox». No. En las críticas a los chicos del Elías Ahuja que cantaron a las chicas de otro colegio mayor también han estado los dirigentes de Vox. Ortega Smith ha soltado que los coros «no se pueden entender como una broma», y que «degradan y denigran la condición humana». Parece un plagio de un socialista cualquiera, o de Cuca Gamarra. 

No ha sido el único. Rocío Monasterio, que no pertenece precisamente al círculo de Ortega, ha declarado: «Me parecen una vergüenza. No es admisible. Hay escenas que son vergonzosas». Ojo, no son declaraciones de Adriana Lastra, sino de la arquitecta de Vox, sin alusión al contexto, a la libertad, o al repudio a la corrección política como hubiera hecho hace años. 

Españoles, Vox se ha integrado, que diría Arias Navarro. Sus luchas internas, el quítate tú que me pongo yo, su confusión con el resto de partidos, incluso el carácter intercambiable de sus políticos, era una cuestión de tiempo. En un segundo plano quedan las críticas al pensamiento único, a la hegemonía cultural de la izquierda, tanto como quienes con esfuerzo y sabiduría las construyen. Veremos cuánto duran estas personas en la formación.

También influye que Vox se ha desinflado. Quería ser la gran alternativa de la derecha española contra la izquierda, y resulta que Feijóo se lleva a los antisanchistas. Es otra consecuencia de las elecciones andaluzas, que Vox se ha dado cuenta de sus limitaciones. No pasa nada. No hay que revolverse e insultar a diestro y siniestro. Aceptar la realidad en política es madurar, y Vox ya no es un niño. 

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