Pedro (Sánchez) el Cruel
«El presidente, que es un villano con suerte, se ha topado con un aliado inesperado para convertir el derroche en un acto de ‘amor’ hacia el ‘pueblo’: la inflación»
Hay frases que definen épocas pero que, sin embargo, no provienen de los grandes nombres propios de la historia, en los que suelen destacar filósofos, estadistas, intelectuales, científicos o militares que cambiaron el curso de una guerra. Son frases acuñadas de forma involuntaria por hombrecillos grises, a menudo miserables, que anticipan los desastres.
En el caso de España, hay una que brilla con luz propia, la que José Luis Rodríguez Zapatero le espetó a su vicepresidente económico en los albores de la gran debacle económica de 2008: «Pedro, no me digas que no hay dinero para hacer política». Zapatero estaba indignado con su responsable económico porque se había atrevido a sugerir reducir el gasto y guardar algo, aunque solo fuera la calderilla, para afrontar el inminente batacazo.
Esta indignación no provenía solo de su irresponsabilidad: Zapatero sabía muy bien que gobernar y gastar constituyen, en España, una misma regla. Basta con mentar la palabra austeridad para provocar eczemas en la delicadísima piel del político. Y, todo sea dicho, tampoco tiene demasiado predicamento a pie de calle. No es de extrañar, por tanto, que ya en plena tormenta, otro personaje siniestro, a la sazón ministro de Economía, reafirmara esta sentencia con una petite phrase de su propia cosecha: «Es muy deprimente gobernar sin dinero».
Y aquí estamos de nuevo, condenados a pasar por el aro de esta regla inescapable, con el agravante de que, en lo privado, somos más pobres que entonces —covid e inflación mediante— y, en lo público, estamos un billón de euros más endeudados.
Las dos legislaturas anteriores se saldaron con un incremento de la deuda de 354.000 millones de euros imputable a Zapatero y 423.000 millones a Rajoy, que, con su habitual desparpajo, se excusó en la «herencia recibida». Con Sánchez, por ahora, hemos sumado otros 300.000 millones al debe (datos del mes de agosto). Y aún queda más de un cuarto de legislatura por delante y sin propósito de enmienda. Al contrario, Sánchez, que es un villano con suerte, se ha topado con un aliado inesperado para convertir el derroche a cargo del contribuyente en un acto de amor hacia el pueblo: la inflación. Y es que gracias a la inflación la recaudación del Estado ha aumentado en 22.586 millones (datos de julio). Un ingreso extraordinario que podría sumar unos miles de millones más de aquí al final del ejercicio.
«Los presupuestos son una lotería de subsidios acompañada de mucha propaganda»
Con este botín en sus manos, he aquí que el Gobierno nos anuncia que nos va a regalar los presupuestos más sociales de la historia. Básicamente, una lotería de subsidios acompañada de mucha propaganda. Pero que nada de bajar impuestos porque es insolidario.
La pedrea empieza con los 100 euros al mes para familias con menores de cero a tres años, una medida que ya existía para las madres que estaban trabajando. La diferencia es que ahora se incluirá a las que no trabajen, aunque para ello deberán cumplir determinados requisitos que, por razones calculadas, no podrán ser satisfechos en infinidad de casos.
Y es que los subsidios siempre tienen letra pequeña. Lo lógico sería que, si usted tiene un hijo menor de tres años, bastara con presentar la partida de nacimiento de su niño o niña y el Documento Nacional de Identidad que acredite el parentesco para que el Estado le abonara 100 euros mensuales. Pero eso sería demasiado fácil y, sobre todo, incompatible con el embudo burocrático que tan buen servicio presta a los gobernantes falsamente pródigos.
Otra medida de gracia, sumar las familias monoparentales a las ayudas que reciben las familias numerosas convencionales, también tiene filtro. Aquí la condición es que la madre o el padre que ejerce en solitario esté a cargo de al menos dos hijos, cuando la proporción claramente mayoritaria de este tipo de familias es de un único hijo (72% en el caso de los hombres y 67% en las mujeres).
La ayuda a la dependencia también es peccata minuta. En España, a fecha de diciembre de 2021, había 1.415.578 personas dependientes, de las cuales 193.436 no recibían ninguna prestación a pesar de tener derecho a ella. La lista de espera fluctúa, según comunidades autónomas, entre los 120 días de Ceuta y Melilla a los casi 800 de las Islas Canarias. A esto hay que sumar la proporción, tanto o más significativa, de personas dependientes que reciben una ayuda claramente insuficiente. Con estos datos en la mano, 600 millones de euros es poco más que una limosna.
No quiero ser demasiado exhaustivo, pero no puedo pasar por alto la prórroga de la gratuidad del abono de Cercanías y Media Distancia de Renfe durante todo 2023, porque al no diferenciar entre quien necesita esta ayuda y quien puede pagar el billete de su bolsillo, lo cierto es que todos, incluidos los que menos ingresos tienen, van a pagarse mutuamente el abono con sus propios impuestos, aunque no se percaten.
Tampoco parece razonable la subida del 8,5% de las pensiones, no porque nuestros jubilados no lo merezcan, ojalá pudiéramos, sino porque quienes van a soportar este esfuerzo añadido a duras penas pueden cubrir sus propias necesidades. Recordemos que, con el sistema piramidal y por la gracia del desplome demográfico, la nómina de un pensionista recae sobre 1,9 trabajadores en activo. Es verdad que la ley obliga a esta subida, aunque hasta cierto punto, pero no menos cierto es que cuando al Gobierno le conviene, no tiene reparos en cambiar la ley o, si es preciso, ignorarla, como sucede con Cataluña.
«Sospecho que el propósito de Sánchez es distraer el foco de su incompetencia económica animando disputas cainitas»
Y qué decir de la subida salarial del 9,5% repartida en tres años a los funcionarios (el que venga después de esta legislatura, que arree). Nada tengo contra los empleados públicos. Me remito a lo dicho anteriormente: ojalá viviéramos en Jauja. Pero no es así, ni mucho menos. Extramuros del Estado, la precariedad y la estrechez resultan cada vez más agobiantes, las subidas salariales son un eco del pasado y la espada de Damocles del desempleo constituye el presente continuo.
Con estas prebendas arbitrarias, Sánchez parece apostar por el agravio. Sospecho que el propósito es distraer el foco de su incompetencia económica animando disputas cainitas, enfrentando a jóvenes y viejos, asalariados del régimen general y autónomos, trabajadores privados y públicos. Divide et Impera.
Lo mismo cabe sospechar del enfermizo empeño por separarnos entre ricos y pobres. En una sociedad que languidece sin remedio, convertir la riqueza en un estigma ha llevado al extremo de considerar rico a quien gana más de 21.000 euros al año. Y obscenamente rico al que logre alcanzar la inaudita cantidad de 40.000 euros anuales. Una cifra mitológica que, sin embargo, está 21.000 euros por debajo del salario medio de Noruega, 17.000 del de Suecia, 12.500 del de Alemania, y apenas 2.000 euros por encima del de la muy venida a menos Francia. No deberíamos preocuparnos por lo que tiene el vecino, sino preguntarnos por qué somos, en conjunto, tan pobres.
No sé si es mejor deflactar el IRPF o bajar impuestos directamente para darle un balón de oxígeno a los hogares españoles. Ni siquiera me interesa el eterno debate sobre la curva de Laffer. Bajar impuestos por sí solo puede no ser la panacea. Incluso, como le ha sucedido a la primera ministra británica, Liz Truss, te puede salir el tiro por la culata… si no lo acompañas con otros compromisos creíbles y necesarios. Pero lo que sí sé es que deflactar el IRPF o bajar impuestos repercutiría de forma positiva en la renta disponible de las familias. Y eso sí sería una demostración de amor al pueblo, clara, directa y transparente.
Mi conclusión es, pues, que Sánchez no es un gobernante generoso sino extremadamente cruel. Porque, gracias a la inflación, se ha encontrado con un botín de decenas de miles de millones de euros que provienen de una sociedad extenuada. Sin embargo, más allá de organizar tómbolas, no va a devolver este dinero injustamente detraído. Lo va a usar en su propio beneficio, para pagarse la campaña electoral más larga y cara de la historia.