Hermana, yo no te creo
«Lo inquietante de esta izquierda clerical es que cuestione la libertad de todos y esté consagrando la idea de que sólo hay que tolerar a los tuyos»
Uno de los eslóganes de mayor éxito del sanchismopodemismo es: «Hermana, yo sí te creo». Como cabía esperar, solo era cuestión de tiempo tener la frase completa: «Hermana, yo sí te creo… mientras defiendas lo que yo defiendo».
De todas las imposturas que quedan tras el episodio chusco del Colegio Mayor Elías Ahúja, esta es seguramente la de mayor calado, y ya es decir, a la vista del catálogo delirante de fantasmagorías desde una clase dirigente casi al completo elevando los aullidos de testosterona adolescente a drama nacional hasta la investigación de la Fiscalía por delitos de odio. El cortejo asilvestrado de la chavalería se ha convertido en un esperpento valleinclanesco.
Y de repente ahí apareció la respuesta de las chicas del Santa Mónica declarando, con cierta perplejidad, que ese grito de los verracos inmaduros de enfrente sólo era un juego colegial de balconada a balconada. En ese punto debieron callarse, avergonzados, todos los idiotas que se habían lanzado a una caza de brujas o de niñatos. Esas chicas de dieciocho o veinte les estaban recordando que la comunicación se materializa en el receptor, que sabe cómo interpretar el mensaje que le dirigen no sólo por la literalidad del diccionario de la RAE sino por el contexto. Un ejemplo básico para la tropa: si alguien lee «Veneno» en el bote de un laboratorio químico, sabe que eso significa peligro amenazante; pero si alguien lee «Veneno» en el bote de una perfumería sabe que eso significa seducción sofisticada. El contexto es esencial en la competencia comunicativa.
«Este es el ridículo de lo sucedido: las jefazas oficiales del feminismo negándoles a la chicas que pudieran pensar por sí mismas»
Otra cosa es la pandilla de incompetentes que creen que sus postulados ideológicos, sus mandamientos morales o su instinto oportunista prevalece sobre la realidad. Pero ahí estaban las veinteañeras dando una lección a la clase política y a la curia mediática: para interpretar un mensaje uno se guía por la experiencia sociocomunicativa y dispone de metarreglas, porque la comunicación es algo más que bits y no se pueden establecer significados al margen de las relaciones socioculturales. Efectivamente es lo que permitía a cualquiera entender, en su día, que Iglesias no pretendía azotar hasta sangrar a una presentadora de televisión. Y esas muchachas habían entendido que sus amigos, hermanos, novios o esos tipos que se cruzaban en el barrio o en las facultades, estaban simplemente citándolas a un cortejo sexual provocador cuyo máximo pecado es no haber tenido el ingenio mínimo para hacer siquiera un pareado elemental rimando con capea. Pero háblale de esto a esas monjas alférez del feminismo con talante de clérigas implacables.
Este es el ridículo tragicómico de lo sucedido: las jefazas oficiales del feminismo negándoles a las chicas que pudieran pensar por sí mismas. Se ha pasado del paternalismo al maternalismo; por cierto muy semejante al paternalismo machista de siempre, que aspiraba a prescribir a las mujeres cómo actuar, cómo pensar, cómo vestir, pero ahora bajo la batuta de mujeres con espíritu ayatolá.
«Es innecesario señalar el modo en que esa clase política y mediática mira para otro lado ante la violencia nacionalista»
Este lunes, en una cadena de radio, se hablaba del «vídeo aterrador del Colegio Mayor». ¿De verdad? ¿Esto es lo que entienden por terror? Es innecesario apelar a Irán, o incluso señalar el modo en que esa clase política y mediática mira para otro lado ante la violencia nacionalista en la universidad catalana –violencia real– por no mencionar los ongietorris en el País Vasco. Pero ahí estaban las ministras hablando de «terrorismo sexual» –sí, terrorismo de los muchachos con espinillas del colegio mayor– y de «cultura de la violación». La inefable titular de Igualdad leyó las palabras de los chavales en el Congreso con delectación enfermiza, y vio ahí «la intimidación y el miedo para que las mujeres no tengamos margen para decidir». Como diría el castizo, hay que joderse y agarrase para no caerse.
Esas muchachas han aprendido una buena lección. Juana Rivas es «hermana, yo sí te creo» aunque haya cometido delitos. La víctima del marido de Mónica Oltra es «hermana, yo no te creo» aunque fuese víctima de graves delitos. Esto se regula por afinidades ideológicas. Las mismas que permiten justificar las letras de Valtonyc («que explote un bus del PP con nitroglicerina cargada»; «Sofía en una moneda pero fusilada»; «A ver si ETA pone una bomba y explota», «todos aquellos que tienen miedo cuando arrancan su coche, que sepan que cuando revienten sus costillas, brindaremos con champán»… ) pero condenar el bullshit de Los Meconios; escandalizarse del tuit bobo de Casillas del «soy gay» pero no si es un tuit sobre Irene Villa o un torero corneado. Los gritos del balcón no se juzgan por los gritos, sino por el balcón: colegio de niños bien.
A sus destinatarias, por pensar por ellas mismas libremente, les esperaba el «hermana, yo no te creo». Ninguna sorpresa, por demás. Lo inquietante de esta izquierda clerical es que haya llegado a cuestionar la libertad de todos, que exige convivir también con lo que te disgusta, y esté consagrando la idea de que solo hay que tolerar a los tuyos.