THE OBJECTIVE
Javier Benegas

Una democracia de mierda

«La política no puede ser una actividad al albur de un puñado de ignorantes a los que solo les preocupan mantener las apariencias y lo políticamente correcto»

Opinión
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Una democracia de mierda

Varias alumnas a la entrada al colegio mayor Santa Mónica. | Europa Press

«La democracia no nos ha traído más que mierda», esta frase la escuché recientemente en boca de un buen amigo, y la verdad es que me impresionó. Fuera del contexto de la conversación que mantuvimos, lo lógico sería deducir que quien la pronunció es un tipo con preferencias autoritarias. Pero nada más lejos de la realidad. Al contrario, es un defensor de la libertad, de la democracia y el Estado de derecho. Y lo ha demostrado durante décadas más allá de las palabras, con esos hechos que son amores y no buenas razones. Precisamente por eso me dejó impresionado. 

Por supuesto, he escuchado sentencias parecidas, provenientes incluso de personas ilustradas, pero que, a diferencia de mi buen amigo, desde siempre han considerado la democracia como una maldición, en algunos casos, poco menos que una plaga bíblica o una penitencia que Dios impone a las sociedades que han dejado de creer en todo lo que es más grande que ellas mismas. 

Estos detractores, que también suelen serlo del capitalismo, me han llegado a comparar desfavorablemente las sociedades actuales con las del Viejo Régimen, pues, en las segundas, el común, espoleado por la fe, obraba el prodigio de elevar los chapiteles de las catedrales hasta el cielo. Algo que resulta admirable, habida cuenta de su pobreza. 

Pero si usted, querido lector, hubiera venido al mundo con una expectativa de vida que, con suerte, rozara los 30 años, y además fueran 30 años muy sufridos, supongo que también se aferraría a Dios, construiría catedrales o cuando menos adoptaría un enfoque bastante más místico, qué remedio. Vivir en la pobreza y con la muerte pisándote los talones influye en el sentido que le otorgas a la vida. No es lo mismo aspirar a vivir a penas tres décadas que más de 80 años. El nivel de bienestar y, sobre todo, la cercanía o lejanía de la muerte altera las prioridades de la gente. 

«La actitud displicente es incompatible con la verdad mínima que necesita la democracia para no desmoronarse»

Cada época tiene su contexto, por supuesto. Y la frase «la democracia no nos ha traído más que mierda» es coherente con el momento en que se pronuncia y también con su contexto. No es un repudio de la democracia, sino un grito desesperado, un rabioso golpe en la mesa para que los políticos aparten por un momento la mirada de sus propios asuntos y tomen conciencia del peligro que corremos. 

Vivimos momentos críticos, en los que la actitud displicente y pacata, travestida de moderación, resulta incompatible con la verdad mínima que necesita la democracia para no desmoronarse. Nos guste o no, hay que posicionarse, estudiar los problemas y decidir la forma de abordarlos. Y, si es preciso, escupir contra el viento, en España y en Europa. En definitiva, hay que retratarse, no instalarse en la indefinición o, peor, definirse solo para quedar bien y no dar la nota, como ha sucedido a cuenta del linchamiento mediático de un grupo de adolescentes. Un asunto en el que nuestros políticos han actuado como en aquel chiste en el que un amigo le cuenta a otro que se topó con dos matones que estaban golpeando a un pobre hombre. Y cuando su interlocutor le pregunta «¿Y tú qué hiciste?», él contesta: «Me sumé a la pelea. Entre los tres le dimos una soberana paliza».

Si frente al nauseabundo linchamiento de un puñado de chavales, emergen personas con coraje, capaces de demostrar que es posible tener la inteligencia y los reflejos suficientes para no dejarse arrastrar por la turba de lo políticamente correcto, como ha demostrado en este mismo medio Guadalupe Sánchez Baena o en El Confidencial Juan Soto Ivars, ¿por qué los líderes políticos, que disponen de muchos más recursos, se comportan de forma tan mezquina?

El asunto del Elías Ahuja es un asunto menor, casi diría anecdótico, por más que la prensa lo magnifique. Pero, en política, partiendo de la anécdota se suele llegar a cuestiones bastantes más trascendentes. Así, recientemente, a propósito de la «tasa solidaria», el responsable económico del nuevo PP declaró: «Si lo que plantea el Gobierno de España es lo mismo que dice Bruselas […] no podríamos oponernos, porque lo dice Europa». Y uno se pregunta: ¿qué demonios es Europa para este personaje? 

Cuando algunos criticamos determinadas directivas de la Unión Europea, por considerarlas contrarias al interés general de los ciudadanos europeos, se nos suele tirar de las orejas argumentando que, al fin y al cabo, las decisiones de Bruselas las toman nuestros propios representantes nacionales. Pero ¿qué clase de representantes son aquellos que, a lo que parece, entienden Europa como una entidad con vida propia que les descarga de sus responsabilidades? ¿Qué es España sino Europa y qué son los españoles sino europeos? ¿Dónde están nuestros campeones nacionales, más allá de Vox, a la hora de cumplir con sus obligaciones y advertir, a alemanes, austriacos y holandeses, que la agenda que promueven desde la UE nos aboca al desastre?   

«Esta crisis es culpa de los mismos que ahora se erigen en salvadores… con el dinero de los contribuyentes»

Que un personaje como el actual presidente compadree con los salvadores del mundo mientras a los españoles nos fríe a impuestos, me indigna, pero no me sorprende. Al fin y al cabo, más allá de su propia catadura, el socialismo consiste básicamente en quitarles a unos lo que es suyo para dárselo a otros. Un proceso de redistribución de la riqueza en el que, inevitablemente, además del arbitrismo, acaba imponiéndose la ley de las consecuencias adversas; es decir, que quien se arroga el poder de quitar y repartir tiende a tener tener la mano muy larga y a guardarse, para él y los suyos, la mayor parte del reparto. 

Ante este inevitable desenlace, que se repite una y otra vez a lo largo del tiempo, conviene no dejarse engatusar con la «justicia social» del Gobierno alemán que, liderado por el socialdemócrata Olaf Scholz, se ha comprometido a pagar la factura del gas y la calefacción de diciembre a los hogares y Pymes alemanas para hacer frente a la crisis energética. Después de todo, esta crisis es culpa de los mismos que ahora se erigen en salvadores… con el dinero de los contribuyentes. Tiene retranca, nos arruinan y nos salvan simultáneamente.      

Pero lo que me desespera, de igual forma que al autor de la frase con la que comienzo este artículo, es que los que deberían ser la alternativa a todos estos desmanes parezcan entender la política nacional como un cenáculo donde lo único que importa es conservar la posición y cuidarse del qué dirán hasta heredar el poder. Y a nivel internacional, una especie de club social de dedo meñique estirado cuya regla de oro, si se quiere hacer carrera, es aceptar acríticamente los dictados de los miembros con más peso y sus amistades peligrosas.     

Sin embargo, la política, aunque hoy se perciba tan degradada que no parece ni política, es mucho más que todo esto. De ella, nos guste o no, dependen demasiadas cosas importantes. No puede ser, por tanto, una actividad al albur de un puñado de ignaros a los que solo les preocupa mantener las apariencias y manifestar en cada ocasión lo que consideran políticamente correcto. 

Si queremos que sirva para afrontar los problemas, en vez de ser el problema, necesitamos apartar de la política a todos estos frívolos y promocionar a gente seria, con las ideas claras. Individuos que, aun atendiendo sus propias ambiciones, evidencien, no digo ya cierto honor y cierta ética, porque son palabras demasiado grandes para una época tan estrecha, sino un mínimo coraje y altruismo. 

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