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El 12 de octubre y la simplificación de todo

«La imagen de una América oprimida emancipándose de unos esclavistas colonizadores es efectista y útil sólo para las guerras ideológicas del presente»

Opinión

El Rey Felipe VI. | Europa Press

  • Doctor en antropología y ensayista. Autor, entre otros libros, de El puño invisible y Delirio americano.

La historia, siempre compleja y contradictoria, acaba sufriendo enormes simplificaciones cada vez que llega una de esas fechas que se prestan para alimentar las disputas culturales e ideológicas del presente. Ocurre con enervante recurrencia cada 12 de octubre, cuando se conmemora el desembarco de Colón en una isla del Caribe, y el evento termina reactivando viejos traumas y dividiendo a la gente en bandos enfrentados. Unos enarbolan la hazaña civilizadora de España en América, otros satanizan la colonización del nuevo mundo; se intenta cualquier pirueta iracunda menos tratar de entender con mesura la trágica y fascinante complejidad de aquel proceso de conquista, mestizaje y creación de nuevas sociedades.

Hoy se demoniza a Colón a pesar de que el abnegado navegante nunca tuvo como propósito conquistar nuevos territorios ni colonizar a nadie. El almirante quería abrir rutas comerciales con Asia, y hasta el final de sus días eso fue lo que creyó haber logrado. Nunca tuvo consciencia de haber llegado o de haber descubierto un mundo nuevo, y a lo más que llegó fue a sospechar que había dado con la ubicación del Paraíso. América no asomó en sus deseos o fantasías; fue un accidente, una sorpresa venturosa o fatídica después de la cual no hubo vuelta atrás. Los europeos descubrían que había un nuevo continente, y los nativos de aquellas tierras, que no estaban solos en el mundo. De ahí en adelante, la historia de todos irremediablemente cambiaría.

La llegada de los españoles supuso un reordenamiento de las fuerzas en territorio americano. Se ha dicho que se trató del «encuentro de dos mundos», pero en realidad, como recuerda Carlos Malamud, América estaba fragmentada en muchas sociedades disímiles, unas muy sofisticadas y otras muy primitivas, que sólo empezarían a unificarse al convertirse en parte de un mismo imperio, con un mismo rey y un mismo dios. De esa fragmentación se aprovecharon los recién llegados. La empresa de conquista no fue solo española; ayudaron los huancas, los chachapoyas, los cañaris, los totonacos y los tlaxcaltecas, entre otros, porque sin ellos ni Pizarro ni Cortés habrían logrado derrotar a los incas y mexicas.

«Los indígenas y negros del Cauca y Pasto se mantuvieron leales a la corona. Y no porque hubieran sido engañados por curas o terratenientes, como suele decirse»

Posteriormente, algún que otro criollo nacido en América, como el peruano Juan Francisco de la Bodega y Cuadra, se unirían a las empresas de exploración del norte del continente. En menor grado, la empresa conquistadora también fue un asunto americano, y por eso, de querer desquitarse retrospectivamente de algún imperialista, en Vancouver quizás tendrían que tumbar la efigie de este peruano. Los vínculos entre americanos y españoles no sólo se hicieron visibles en matrimonios, sino en el arte. El barroco fue la síntesis de un estilo europeo y una sensibilidad indígena, que se observa en los motivos que exaltan la fauna, la vegetación y los tipos humanos americanos, además de un sustrato espiritual pagano. Templos como Tonanzintla en Cholula, o Santo Domingo en Oaxaca, deslumbran por igual a europeos y nativos.

Esta negociación entre lo americano indígena y lo español volvió a ser patente durante las campañas de independencia de principios del siglo XIX. Al menos en Colombia, como cuenta Marcela Echeverri, los indígenas y negros del Cauca y Pasto se mantuvieron leales a la corona. Y no porque hubieran sido engañados por curas o terratenientes, como suele decirse. En Esclavos e indígenas en la era de la revolución, la historiadora demuestra que estas dos comunidades estaban muy al tanto de las normas jurídicas de la Corona, y que su decisión de mantenerse leales al rey se fundó en la defensa de sus propios intereses. Después de meditarlo, eligieron el amparo de leyes foráneas que salvaguardaban los derechos comunales sobre sus tierras y mantenían formas tradicionales de autoridad, como el cacicazgo, al incierto republicanismo e igualitarismo civil que prometía Bolívar. La historia es tan paradójica, tan llena de contradicciones, que esos ancestros negros a los que tanto alude en sus discursos anticolonialistas la vicepresidenta de Colombia, Francia Márquez, bien pueden haber defendido al ejército realista.

La imagen de una América oprimida emancipándose de unos esclavistas colonizadores es efectista y útil sólo para las guerras ideológicas del presente. El pasado es más ambiguo y complejo, ya lo dije, y está lleno de mezclas, encuentros y desencuentros fatales y felices. Un último ejemplo: el español. Si hay algo que los latinoamericanos hemos aprovechado bien, sin duda ha sido el idioma que trajeron los conquistadores. La literatura americana está llena de cimas deslumbrantes, varios ochomiles que ofrecen rutas fascinantes a la naturaleza humana, y hasta los caudillos antiimperialistas han estremecido audiencias con arengas antiespañolas que siempre truenan en un sabrosísimo español.

Odiar a España es, en últimas, odiarnos un poco a nosotros mismos, pero quien puede extrañarse de ello. Al fin y al cabo, nada más español en este mundo que renegar de España.

El Rey preside un desfile del 12 de octubre con más de 4.000 militares y 84 aeronavesEl Rey preside un desfile del 12 de octubre con más de 4.000 militares y 84 aeronaves
3 comentarios
  1. Asurbanipal

    ¿Tras la «sorpresa» no había marcha atrás? ¿Era obligado, era inevitable, que los españoles y después otros se lanzaran a dominar aquellas tierras y a sojuzgar a sus habitantes?

    ¿Abnegado, Colón? Después del «descubrimiento» su codicia y su ambición  insaciables quedaron bien al descubierto.

    Para explicar casos como el de los «indígenas y negros del Cauca y Pasto» puede ser muy útil el concepto de «alienación cultural». (Pero tampoco está bien «desalienar» a palos).

    La mayoría de los españoles no solemos renegar de España ni odiarla. Como las gentes de otros países respecto del suyo, renegamos de algunos rasgos del nuestro que consideramos odiosos o simplemente indeseables, con la aspiración o el deseo de enmendarlos. Esa crítica rigurosa y constructiva es una muestra de auténtico patriotismo, frente al «pasotismo» o la indiferencia por un lado, y la exaltación incondicional por otro. Si los españoles somos especialmente críticos, a mí me parece más una virtud que un vicio.

    Lo mejor es conocer y reconocer la verdad histórica de la conquista y el dominio de Hispanoamérica, por dura y deprimente que sea. Negarla no mejorará nuestras relaciones con esos países. Tampoco que ellos la conviertan en un agravio permanente sin salida. Vivimos ya en otro mundo.

  2. ToniPino

    Lo peor de todo es que entre los españoles se haga una guerra cultural de dos bandos, el que vilipendia la conquista y colonización de América y la ve como un genocidio del que no hay nada que celebrar, y el que la glorifica como una epopeya, un gran gesta imperial, continuación de la Reconquista.

    Ya sé que muchos no están para ver luces y sombras, y todo les viene bien para dar la “batalla cultural”, hasta con los conguitos. Ya ves, con la que está cayendo y algunos se dedican a la guerra cultural de los conguitos. “Somos los conguitos y estamos requetebién, vestidos de chocolate, con cuerpo de cacahué. Somos redonditos…”

  3. 23xtc

    UNA COSITA «latinoamericanos» no, HISPANOS. El término delata que no está a favor que existe una comunidad hispana, iberoamericana si se incluye a Brasil por Portugal. No sé si se lo han dicho

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