THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

Ayuso, los sueldos y los jueces

«Es una paradoja que el bipartidismo esté revitalizándose en los sondeos mientras se escenifica esta coreografía para tratar de controlar la cúpula judicial»

Opinión
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Ayuso, los sueldos y los jueces

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. | Europa Press

Isabel Díaz Ayuso, con la partitura de MAR, cada semana coloca desde la cámara parlamentaria madrileña un mensaje directo al mentón de la actualidad. No suele fallar. Raramente no se convierte en un hit en las redes, viralizado como pólvora. A menudo le basta con el unamuniano «de qué se habla que me opongo», dándose un cierto aire de outsider. Esta vez ha sido la polémica de los sueldos, después de que la oposición la criticase por cobrar más que el presidente del Gobierno y Más Madrid presentara una iniciativa parlamentaria para impedirlo por ley. Ahí puso Ayuso pie en pared:

«Quiero señalar con respecto al sueldo que se me compara con el presidente del Gobierno, ya que a los señores de la izquierda les preocupa tanto… que en mi sueldo no va ni el Palacio de la Moncloa, con todo el personal de servicio incluidos jardineros, ni va el Falcon, ni dos residencias de verano, ni un servicio de maquillaje y peluquería, ni gastos de mis familiares que luego son declarados secretos de Estado, ni tengo pensión vitalicia, ni en un futuro tengo garantizado despacho, oficina, coche oficial, viajes gratis y escoltas… Tampoco tengo residencia oficial, como ocho presidentes autonómicos, ni pensiones vitalicias como otros tantos. Mi Gobierno tiene sus sueldos congelados desde hace doce años, un Gobierno que ahora tiene nueve consejerías frente al triple de ministerios del Gobierno de Sánchez…»

Esto es aquello de ir a por lana. Fue un fraseo sincopado de zasca tras zasca, en el que sólo parecía faltar Andrés Montes exclamando al final ratatatatata. Y sí, Ayuso muy a menudo incurre en brochazos trumpistas, muy factoría Steve Bannon, con excesos que antes o después acabarán por tener efecto boomerang, pero a veces convierte la brocha gorda en un florete y sabe aprovechar muy bien su minuto de oro, como en esos cincuenta y tantos segundos de ahí arriba.

Claro que siempre, o casi siempre, hay un abuso de la demagogia en el debate de los sueldos políticos. De hecho, no hay nóminas disparatadas, y ni siquiera elevadas. Otra cosa es incurrir en el pecado de la hipocresía, como desprendía María Jesús Mancafinezza Montero al ser interrogada por la subida que los ministros se han concedido a sí mismos, por encima de diputados, funcionarios o la mayoría de trabajadores, mientras piden a la ciudadanía española «arrimar el hombro». Montero tiró del manual de los ricos, para defender que es necesario que no sólo los adinerados puedan dedicarse a la política, y por tanto concluyó que la subida era cuestión de «calidad democrática».   

«La ministra de Hacienda ha dejado claro que la calidad democrática bien entendida empieza por uno mismo»

¿Pero cómo no lo habíamos entendido antes? ¡Es por calidad democrática! Lo que no se explica es que sea un 4%, y no un 8%, que es el doble de calidad democrática. Sobre todo ahora que la ministra de Hacienda ha dejado claro que la calidad bien entendida empieza por uno mismo. Concretamente por la nómina de uno mismo.

Y éste sí que es uno de esos asuntos que se comentan en el metro o en los autobuses de hora punta. No el sistema de elección del Poder Judicial o el bloqueo de los nombramientos, como sostenía Pilar Llop –cuando haces Llop ya no hay stop– por cierto desaparecida, seguramente por recomendación de sus asesores para evitar que pueda caer en la tentación de aportar algún otro argumento. En el imaginario de un pasajero de un vagón del metro, mientras va y viene por la cuesta de enero en que se ha convertido cada mes del año con una inflación de pendientes y curvas equiparables al Tourmalet, las posibilidades de que su mala leche se proyecte en el Falcon o el servicio de peluquería y maquillaje de Sánchez antes que el Tribunal Constitucional, de cero a cien es cien.

Conste que esto es una fatalidad porque realmente sería saludable que en el Metro y los autobuses sí se hablase de la negociación del poder judicial, no tanto de las cuestiones más abstrusas del sistema o de los perfiles manejados con ventajismo en el intercambio de cromos, pero sí de la manera en que PP y PSOE, PSOE y PP, ahondan desde hace años ese agujero negro de la –aquí sí, María Jesús– calidad democrática española. Es una paradoja que el bipartidismo esté revitalizándose en los sondeos mientras se escenifica esta coreografía con lo peor del bipartidismo, mantenida por unos y otros durante décadas para tratar de controlar la cúpula judicial.

Cuando se ven en la oposición, entonces claman que cambiarán el sistema para despolitizarlo; pero en el poder le secuestran el proceso al Congreso y se lo llevan a Moncloa para convertirlo en una extensión más de ese poder omnímodo, frontalmente o a las malas desde atrás como delataba el WhatsApp indecente de Cosidó. Y así década tras década, entre trampas y faroles. Pocas veces ha encajado tan a medida la imagen barojiana de la política como una timba de tahúres. 

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