Sobrevivir a la izquierda tóxica
«Donde gobierna una idea tóxica con un político que la encarna perfectamente, como es el caso de Pedro Sánchez, no crece nada salvo la crispación y la pobreza»
Lo confieso. Vi el debate en el Senado entre Sánchez y Feijóo. Cada día estoy más convencido de que para analizar a la izquierda española, y a la woke en general, es necesario echar mano de los conceptos de la psicología clínica. No digo que estén «locos» -término que ya no se utiliza-, sino que es útil para comprender su comportamiento. Ya se hizo hace cien años, cuando se empezó a estudiar la psicología de las masas.
Nuestra izquierda, ese magma que engloba el sanchismo y el podemismo, reúne las características de las personas tóxicas. Resumiendo: es egocéntrica y narcisista, culpa a los demás de sus errores, vive en el victimismo y la ira contra los demás, crea bulos para que la gente confunda la realidad con sus mentiras, manipula y amenaza, y, finalmente, agota al otro.
La izquierda es especialista en dejarnos exhaustos. Nos obliga a atender sus exigencias, a escuchar y pagar su ingeniería social, al tiempo que nos quiere hacer sentir culpables de ser diferentes. Agota nuestra vitalidad y optimismo, mientras nos insulta o presiona. Esta izquierda se empeña en someternos a su control para que seamos dependientes del Estado.
«Esta izquierda necesita que los demás nos sintamos incapaces de sobrevivir sin ellos»
Hasta Pedro Sánchez lo ha confesado en el Senado este martes: «Es peligroso decir a la gente que el dinero está mejor en su bolsillo». Quieren gente sumisa que acepte su inferioridad frente a la superioridad del izquierdista con la manija del Estado en su poder.
Esta izquierda necesita que los demás nos sintamos incapaces de sobrevivir sin ellos, que nos veamos unos niños que precisan de la tutela socialista para salir adelante. Tanta prepotencia y arrogancia tienen un diagnóstico clínico: la toxicidad.
Apliquemos el esquema. Todo lo hace bien Sánchez, según él, y cuando algo sale mal es culpa de la «guerra de Putin», de la derecha española y de los «poderes ocultos» que la apoyan. El presidente se hace la víctima al tiempo que llena de insultos a la oposición para hacerla sentir inferior, fuera de lugar, ridícula. Por eso, Sánchez solo goza, como se ve en su rostro cuando habla, al soltar improperios a Feijóo, justo aquellos que minan su autoestima. Solo le falta llamar «feo» al gallego y soltar que se arregle porque no puede salir a la calle así vestido.
«Bajo la tiranía del político tóxico, tan arrogante como estéril, nadie se siente feliz»
Su discurso se distribuye entre el autobombo por egocentrismo, los insultos a los que no son él mismo, y las mentiras que encajen con su relato actual. Esto lo acompaña de violencia gestual y verbal. Los gestos los hace sobre todo cuando habla su oponente con desprecios ostensibles, destilando una violencia inconsciente. Es el momento en el que busca con la mirada a su tropa para que ría la vejación.
Sánchez es la encarnación de la izquierda que sufrimos. No hay otra con la que sustituirla. De ahí su liderazgo. Ver a diputados y senadores socialistas dar un brinco en el escaño para romperse las manos a aplaudir a su jefe da vergüenza ajena. Sonroja porque es el líder tóxico jaleado por la banda que sigue al matón del colegio, que ríe sus abusos, sus insultos, que alimenta este remedo de bullying.
El panorama es triste. Donde gobierna una idea tóxica con un político que la encarna perfectamente, como es el caso de Pedro Sánchez, no crece nada salvo la crispación y la pobreza. En un país bajo la tiranía del político tóxico, tan arrogante como estéril, nadie se siente feliz a no ser que sean aquellos que disfrutan con la desgracia ajena.
Los efectos psicológicos del sanchismo sobre la situación española se padecerán durante mucho tiempo, incluso cuando las urnas despidan al PSOE. Tendremos una economía hundida, un país roto, un lío de géneros, identidades y sexos, una cultura yerma, unos nacionalismos crecidos, un poder judicial violentado, un Estado colonizado, un CIS de risa, una RTVE de espanto, una ley de memoria democrática guerracivilista, una Transición y una Constitución desvalorizadas, y una población descreída. A ver quién se niega a la terapia.