Olor a humanidad
«En política, no hay mejor sentido que el olfato. Menudean políticos elogiados por su enorme visión y sus audaces teorías, que luego pinchan en hueso»
Armando Zerolo sostiene en Época de idiotas (Encuentro) que la nostalgia política es una forma de anosmia, esto es, una pérdida total de olfato. Cuando el olfato se pierde, desaparece el gusto por el momento presente, y entonces el romántico se echa en brazos de la nostalgia. Yo diría que, más que padecer anosmia, el nostálgico padece fantosmia, cuanto que se deleita con olores inexistentes. Ignorante, según Fontanelle, no es quien desconoce las causas de lo que existe, sino quien conoce las causas de lo que no existe. De ahí que el olfato del romántico no se encuentre en estado de atrofia, sino de entumecimiento por saturación.
Ir por la vida pulverizando ambientador solo lleva a embriagarse de pachulí. Cierto es que las esencias que embriagan al romántico son puras y delicadas, y por eso se disipan en cuanto descienden de la estratosfera. ¿Tan mal huele el mundo contemporáneo? Puede que Sevilla en verano huela a azufre, pero en primavera huele a azahar. Mejor sería dejarse de bálsamos y almizcles e inhalar el aire fresco. Como decía Ramoncín, más vale pájaro en mano que pollo en fotografía.
«Los nostálgicos barecitos que, cortados por el mismo patrón (máquinas de pinball, carteles de Rocky y música de los 80´), abren a puñados por el centro de Madrid miran, paradójicamente, al futuro»
Curioso es que, en ocasiones, la nostalgia trueque su dulzona tufarada por el áspero olor de la chamusquina. Los nostálgicos barecitos que, cortados por el mismo patrón (máquinas de pinball, carteles de Rocky y música de los 80´), abren a puñados por el centro de Madrid miran, paradójicamente, al futuro: el del empresario que se llena los bolsillos con la panoja de nuestros niños de 40 años. Deletérea es para éstos su propensión a mirar con lagrimeo la dichosa EGB; lucrativa, en cambio, para otros tantos.
Acierta Zerolo al recordar la importancia filosófica del olfato. Nietzsche no se explicaba la escasa veneración que recibía nuestra facultad de husmear como sabuesos, virtud a la que, en Crepúsculo de los Ídolos, comparaba con un espectroscopio. Cuesta encontrar una imagen más ilustrativa del alma astuta, diligente y certera que la de un perro de caza siguiendo el rastro de la presa.
No habría Proust sin la fragante madalena mojada en té. Tampoco habría escrito Marx su mamotreto sin el pestilente olor del alcantarillado londinense. ¿No decía Claudio Rodríguez que Sirio, el perro de Aleixandre, olía desde lejos el tufo de los malos poetas? Pues el lector entrenado no puede leer a nuestros columnistas ‘canallitas’ sin que lo invada un intenso hedor a cuarto cerrado y sábanas sin mudar. Cada cosa, en resumidas cuentas, tiene su olor.
«El político hábil ventea el mundo que le rodea, cual si fuera un perro perdiguero, y luego, si puede, lo saborea»
En política, no hay mejor sentido que el olfato. Menudean políticos elogiados por su enorme visión y sus audaces teorías («teoría» viene del griego theoréin: observar), que luego pinchan en hueso. ¡Ver para creer! También los hay que, a pesar de su capacidad de «escucha», no alcanzan a oír el ruido de la calle. El político hábil ventea el mundo que le rodea, cual si fuera un perro perdiguero, y luego, si puede, lo saborea.
Sabida es la relación etimológica de sabor y sabiduría. El sabio discriminaba qué alimentos eran sanos y cuáles dañinos en función de los sapores y, por esa razón, era considerado sapiente. El tonto, que no tiene paladar, se come cualquier hamburguesa con extra de azúcar, sal y metanfetamina. Pero antes de catar hay que husmear.
Hay quien prefiere el ambientador de pino al olor a monte. Pero el buen pastor huele a oveja. Al anular el olor a humanidad, el higienista anula lo humano. Desde la noche de los tiempos, el indio se embadurna de polvos de colores, el torero se empapa de sangre y el mecánico de aceite. Obvio es que hay cosas que huelen mal. Pero es preferible el olor a bosta a la asepsia del sanitol. Si queremos ser caballeros, habremos de tener caballerizas. Donde hay civilización, hay también estiércol.