THE OBJECTIVE
Esperanza Aguirre

Un día inolvidable

«Al aprobar la Ley de Memoria Democrática se han cargado el logro más valioso de los españoles en los últimos 200 años: el espíritu de la Constitución de 1978»

Opinión
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Un día inolvidable

El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. | Europa Press

El pasado miércoles, en los pasillos del Senado, después de ser aprobada la Ley de Memoria Democrática, el Ministro de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática y Secretario del Consejo de Ministros (¡que por títulos no quede!), manifestaba eufórico que era «un día inolvidable para la democracia española, un día emocionante para todas las víctimas».

Creo que utilizó el adjetivo «inolvidable» como algunos futbolistas utilizan el «histórico» para referirse a un gol que acaban de marcar, pero, probablemente, no sabe hasta qué punto lo que dijo es verdad. La aprobación de esta repugnante Ley será inolvidable porque, con ella, Bolaños y los que la votaron se cargaron el logro más valioso que los españoles han alcanzado en los últimos 200 años: el espíritu de la Constitución de la Concordia de 1978.

Ni soy historiadora ni pretendo dar clases de Historia a nadie, pero sé que cualquier persona mínimamente informada de lo que ha sido la Historia de España desde la Guerra de la Independencia hasta 1978 sabe que, salvo la Restauración (1876-1923), ese periodo vivió el enfrentamiento constante entre las llamadas dos Españas. Un enfrentamiento que llevó a los españoles hasta a tres sangrientas guerras civiles (las dos Guerras Carlistas, con más de 200.000 combatientes muertos y un número indeterminado de civiles, y la última Guerra Civil del 36-39). Un enfrentamiento que provocó una constante inestabilidad política, económica y social (revoluciones, expulsiones de reyes, dos repúblicas absolutamente fallidas, golpes de Estado y dictaduras). Todo porque en cada momento una de las dos Españas quería, no sólo imponerse a la otra, sino, además, su simple y pura eliminación.

«Los constituyentes de 1978 gritaron el ‘¡nunca más!’ más emocionante de nuestra Historia»

Todo esto lo sabían muy bien, pero que muy bien, los diputados constituyentes el 78. Lo sabían sin que nadie les hubiera impuesto por Ley ninguna interpretación de la Historia. Por eso, porque conocían muy bien que la Historia de los dos siglos anteriores había sido un inmenso fracaso, gritaron con sus corazones y con sus palabras el «¡nunca más!» más emocionante de nuestra Historia. Nunca más el odio como motor de la política, nunca más la exclusión del adversario, del que no piensa como tú, nunca más la pretensión de que tu España elimine a la España del otro.

Y de ese abrazo emocionado y emocionante de todos los representantes de los españoles salió la Constitución de la reconciliación y de la concordia, la Constitución en la que no había ni vencedores ni vencidos. Una Constitución elaborada con el espíritu de la Transición, que sorprendió a todo el mundo fuera de nuestras fronteras y que sigue ahí para ejemplo de todos los países que quieren terminar con dictaduras y acceder a la democracia.

Los constituyentes del 78 actuaron con generosidad y con inteligencia porque ellos sí sabían Historia y no como los chiquilicuatres de Podemos y los sanchistas (me resisto a llamarles socialistas porque todavía albergo la esperanza de que en algún momento los socialistas de verdad rescaten esas siglas para que en España se restaure la convivencia y la concordia políticas), niñatos ignorantes y sectarios, nacidos y criados en una de las democracias más avanzadas del planeta, la que crearon sus padres y abuelos, a los que ahora han decidido aplicarles una enmienda a la totalidad.

«Esta ley busca que la derecha quede excluida para siempre de la democracia española»

Cuando una ve a estos políticos sanchistas y comunistas, unidos a los terroristas de Bildu y a los independentistas, elevando al rango de ley una interpretación absolutamente sectaria de la Historia y descalificando la Transición y la Constitución, no tiene más remedio que rebelarse. Y por supuesto, desear que, cuando Feijóo sea presidente del Gobierno, un minuto después de jurar su cargo ante el Rey, anuncie la derogación inmediata de esta Ley infame. Sólo así hará que nos olvidemos de la fecha en que Bolaños, otro de esos niñatos, saltaba de felicidad por haber aprobado este bodrio infecto, que pretende resucitar el drama de las dos Españas, con la miserable intención de que la que él dice representar acabe y machaque a la otra, la de los que no piensan como él. Porque, que no se engañe nadie, esta Ley es eso lo que busca: que la derecha quede excluida para siempre de la democracia española, que, según los que han votado esta siniestra Ley, tiene que ser para siempre el coto privado de comunistas, sanchistas, terroristas y separatistas.

Y un último apunte: la mención que Bolaños hace de «las víctimas» es la desvergonzada coartada, detrás de la que intentan esconderse los autores de la fechoría. Claro que las víctimas merecen todo nuestro respeto, nuestro apoyo y nuestro cariño. Pero todas. Porque casi cien años después de la última Guerra Civil, tenemos el deber de mirarlas así a todas y pensar que todos los que murieron y los que mataron entonces lo hicieron porque pensaban que lo hacían por una España mejor, aunque hoy sepamos que casi todos estaban equivocados.

Y que los que sí acertaron plenamente fueron los que en el 78 se dieron el abrazo de la reconciliación, que, sin duda, es el momento más glorioso de la Historia de España de muchos siglos. Ese momento que estos incalificables políticos se alegran de haber denigrado y anulado.

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