A Sánchez le doblan el brazo
«Cuando el presidente se sienta en una mesa de diálogo, tiene que sostener las presiones de los que le han llevado a La Moncloa y allí le permiten seguir»
El otro día, en un programa de una televisión inequívocamente de izquierdas y muy partidario de Sánchez y su Gobierno socialcomunista, me preguntaron si no me parecía a mí que a Feijóo le habían doblado el brazo los sectores más radicales del PP y de Vox a la hora de interrumpir las negociaciones con el PSOE para renovar el CGPJ.
Mi respuesta venía dada por la misma metáfora que había usado mi interrogador. El que llega a cualquier negociación –y no sólo a las que se refieren al Poder Judicial- con el brazo ya doblado es el propio Sánchez.
Para empezar es un político carente de credibilidad, y esto es una forma suave de decirlo. Porque la realidad es que Sánchez es un mentiroso acreditado y documentalmente demostrado. Ha mentido a todo el mundo y siempre. Desde su famosa tesis hasta sus radicales afirmaciones acerca de la incompatibilidad somnífera que le producían los comunistas de Podemos, que se demostraron una mentira flagrante para engañar a los electores. Y no digo nada de la contumacia con que negó su disponibilidad para llegar a acuerdos con los que ahora defienden lo que ha sido y sigue siendo ETA, para, a continuación ceder a casi todas sus pretensiones, con Grande-Marlaska de peón dedicado en cuerpo y alma a proporcionar alivio y felicidad a los peores asesinos.
«Tenemos un presidente que no se avergüenza de gobernar con aquellos que aseguró que nunca gobernaría»
Un mentiroso en política es lo peor que puede haber. El político que miente, aunque sólo sea una sola vez, debería quedar descalificado para siempre.
Así ocurre en el mundo anglosajón, y ahí tenemos reciente el caso de Boris Johnson, al que sus mentiras son las que se lo han llevado por delante. O el histórico caso de Richard Nixon, que tuvo que dejar la presidencia de los Estados Unidos por sus mentiras cuando el famoso Watergate. Desgraciadamente, aquí no pasa lo mismo y tenemos a un presidente del Gobierno que no se avergüenza de gobernar con aquellos con los que aseguró a los ciudadanos que nunca gobernaría.
Claro que todos, incluso los políticos, podemos cambiar de opinión. Yo diría más, es muy saludable que, si las circunstancias cambian, también cambiemos de criterio y de opinión. Pero no ha sido este el caso, además de que, cuando se produce ese cambio, es imprescindible explicar bien a los ciudadanos por qué antes se decía una cosa y después se dice la contraria. Por ejemplo, por qué a Sánchez le quitaba el sueño pensar en ‘podemitas’ en el Gobierno y luego le entusiasman.
Pero no voy a insistir en su condición de mentiroso. También, cuando llega a las negociaciones y a las conversaciones con la oposición, viene ya con el brazo doblado por el peso de sus apoyos. A veces se olvida que es el presidente del Gobierno de España con menos apoyo popular directo de la historia: sólo 120 diputados. El resto son los que le apoyan para que sea su Frankenstein. Y eso quiere decir que, cuando se sienta en una mesa de diálogo, su brazo tiene que sostener las pretensiones de los que le han llevado a La Moncloa y allí le permiten seguir.
Y estos socios tienen, todos ellos, el objetivo final de acabar, no sólo con el régimen de la Constitución del 78, sino, en muchos casos, piénsese en independentistas y filoterroristas, acabar con la misma existencia de España.
De manera que todo lo que diga y haga Pedro Sánchez estará siempre manchado por ese vicio de origen, es decir, por la presión de sus socios para que todos sus actos de gobierno sean pasos en la dirección que ellos marcan, la de la destrucción del régimen del 78 y, al final, de la España que el mundo conoce desde hace 3.000 años (D. Antonio Domínguez Ortiz dixit).
«Todo lo que decían los socialistas en esa mesa era humo para esconder cesiones radicales a los independentistas»
Todo esto ni es nuevo ni es desconocido, y a pesar de todo, el PP de Feijóo, para demostrar su buena y decidida voluntad de llegar a acuerdos beneficiosos para los españoles, se sentó a la mesa de negociación, haciendo como que no tenían en cuenta que enfrente sus interlocutores estaban con el brazo doblado por sus hipotecas con Frankenstein y por sus innumerables mentiras.
Pero todo tiene un límite y comprobar que todo lo que los socialistas decían en esa mesa era humo para esconder cesiones radicales a los independentistas fue la gota que colmó el vaso. Por supuesto que la estrategia de Sánchez, no sólo porque se lo exigen sus socios, sino también porque a él le gusta, es la de hacerse con unos tribunales, empezando por el Constitucional, de amiguetes que sancionen lo que a él se le vaya ocurriendo para caminar hacia ese terrorífico objetivo final. Y por supuesto que esto lo sabemos todos los que contemplamos su trayectoria. Pero es de agradecer a Feijóo que, a pesar de todo, intentara ese diálogo, porque así ha quedado aún más demostrado cuál es el fondo y la forma del comportamiento de Sánchez y su Frankenstein.
Ahora sólo falta que lo sepan explicar bien a la opinión pública. Tarea difícil, teniendo en cuenta el control absoluto que la coalición sanchista-podemita-separatista-bilduetarra tiene sobre los medios de comunicación, pero a esa tarea Feijóo y el PP no pueden ni deben renunciar.