THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

Los viejos demonios

«Se percibe entre los políticos el suave aliento de los males de nuestra historia: la inquina, el tribalismo, el desprecio de las instituciones, la falta de cultura liberal»

Opinión
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Los viejos demonios

Erich Gordon

Esta confusa etapa política que atravesamos quizás empezó con una frase: «Usted no es una persona decente, Sr. Rajoy». ¿La recuerdan? Fue pronunciada por Pedro Sánchez en un debate electoral retrasmitido por varios canales de televisión una semana antes de las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015. Rajoy, algo descompuesto ante una acusación tan grave, le replicó con dureza: «Se trata de una afirmación ruin, mezquina y deleznable».

El debate versaba en aquel momento sobre el caso Gurtel y la corrupción en el PP. Con la frase de Sánchez se desbordaron todas las formalidades habituales en los debates políticos y, probablemente, se rompieron algunos puentes en las relaciones personales, además de constituir un aviso para navegantes de otros partidos.

El todo vale, el insulto sin límites, había comenzado: los adversarios ya se habían convertido en enemigos y las polémicas ya no se establecían en términos políticos sino personales y morales. Empezaba una nueva etapa en la política española, la de la polarización: dos bloques antagónicos e irreconciliables, no diversos partidos pugnando por atraer legítimamente el voto de los electores. Pero nadie podía pensar hasta dónde llegaríamos en los años siguientes.

Hasta entonces y desde la Transición, la política española había discurrido entre límites de una cierta corrección. Suárez tuvo que soportar muchos desprecios y se le maltrató con saña pero, a la postre, quienes le hundieron fueron sus compañeros de partido. A Carrillo se le recordaba Paracuellos y a Fraga su pasado franquista. Eran armas legítimas en la contienda política porque no podían negar los hechos aunque fueran del pasado, incluso del pasado juvenil como era el caso de Carrillo.

«En los 90, el ambiente empezó a crisparse. Se había emprendido un mal camino: utilizar mentiras en lugar de hechos demostrados»

En los noventa la tensión aumentó y se sobrepasaron ciertos límites porque se generalizó el uso de algunas falsedades al acusar a todo un partido por lo que habían hecho algunos de sus miembros. El PP diciendo que los socialistas eran unos corruptos -y alguno los hubo- y el PSOE acusando a los populares de franquistas -y algunos lo habían sido en el pasado- y llegando incluso a utilizar la imagen de un doberman para señalarlos como fieros y violentos. El ambiente empezó a crisparse, se cargaban las tintas del contrario sin argumentos políticos, se había emprendido un mal camino: utilizar mentiras en lugar de hechos demostrados.

Los chistes sobre el bigotillo de Aznar fueron críticas facilonas, pero en el fondo quien quedaba mal era el que las profería porque demostraba no tener recursos dialécticos de mayor calado. El Pacto Antiterrorista propuesto por Rodríguez Zapatero y aceptado por el PP,  no por los demás partidos, fue un ejemplo de la necesidad de aunar voluntades y tener sentido de Estado. Rodríguez Zapatero fue un político bien educado en las formas pero cometió dos graves errores de fondo que dejarían rastro: el estatuto de Cataluña de 2006 y la primera Ley de Memoria Histórica.

En cuanto a lo primero, se mostró débil al apoyar el pacto de los socialistas catalanes con ERC para formar gobierno con el fin de aprobar un nuevo estatuto. En cuanto a lo segundo, remover el asunto de la guerra civil significaba, más allá de la letra de la ley, una vuelta al trágico enfrentamiento cainita que ya parecía superado por el nuevo clima de entendimiento en la Transición, cuyo fruto más visible fue una Constitución consensuada y aprobada por una apabullante mayoría.

Pero la semilla de la discordia se sembró entonces: la unidad territorial empezó a resquebrajarse, el espíritu guerracivilista asomó la cabeza. La España de los sentimientos, de las pasiones, de los bloques irreconciliables. Empezaba a socavarse la consciencia constitucional cuya base era la reconciliación, la concordia, el acuerdo. Se daba paso a la enemistad, al rencor y a la hostilidad. No entre ciudadanos, claro, sino entre políticos que, naturalmente, fueron envenenando el espíritu de muchos ciudadanos, contaminaron el ambiente.

«En esta lamentable encrucijada nos encontramos, en la España de los bloques irreconciliables»

De repente, se consideró que lo único importante era alcanzar el Gobierno, procurando sobre todo que los contrarios, el otro bloque, no volviera a gobernar nunca jamás. Se infiltró entre nosotros el virus populista; se empezaron a olvidar las bases mínimas de toda democracia, por ejemplo el espíritu de tolerancia y la división de poderes; se desconfió y combatió el sistema constitucional, ese despreciado «régimen del 78»; se menospreció la necesidad de los pactos entre afines para gobernar, bastaba la suma de escaños, simplemente los números, aunque fuera entre socios con finalidades incoherentes. Del debate político se pasó al insulto moral, -«usted no es una persona decente»-, sin aportar pruebas ni motivaciones, prescindiendo de la presunción de inocencia, principio fundamental de la razón ilustrada.

Y en esta lamentable encrucijada todavía nos encontramos, en la España de los bloques irreconciliables, no en una España plural y diversa en busca de acuerdos razonables. Nuestros políticos, los unos y los otros, no saben, o mejor, no quieren, alcanzar un pacto para renovar un órgano como el Consejo General del Poder Judicial porque, entre sus funciones, está la de designar magistrados del Tribunal Constitucional cuyo voto será decisivo para resolver asuntos a los que se ha comprometido el Gobierno para seguir conservando el apoyo en las cámaras de los independentistas catalanes que, además, arrastran a Bildu y, casi siempre, al PNV.

No importa dar una imagen politizada de la justicia, es decir, socavar una de las bases democráticas del sistema, porque lo que sólo importa es ganar, ganar y ganar, como en el fútbol. Se percibe entre los políticos el suave aliento de los viejos demonios de nuestra historia: la inquina, el tribalismo, el desprecio de las instituciones, la falta de cultura política liberal. Se encuentra a faltar la tolerancia y la inteligencia. Las enseñanzas de la historia. O salimos de esta, o volverán a envenenarnos.

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