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Posthumanos

«Con normas como la llamada ‘ley trans’, uno puede ir a la cárcel por defender la ciencia contra la superstición, algo propio de siglos pasados»

Opinión

El Movimiento Feminista de Madrid se concentra frente al Congreso en contra de la Ley Trans. | Europa Press

  • Fernando Fernández-Savater Martín (San Sebastián, 21 de junio de 1947) es un filósofo y escritor español. Aficionado a las carreras de caballos y lector de Borges. Fue profesor de Filosofía. Destaca en el ámbito del ensayo y el artículo periodístico, y además, ha incursionado en la novela y el género dramático.

Es recurrente en ciertos ámbitos el lamento por el abandono de las humanidades en los planes de estudios: cada vez se adiestra más en el aprendizaje de los instrumentos y menos en la reflexión sobre  los fines que podemos alcanzar con ellos. Pero es que la noción misma de humanidad es vista con desagrado y suspicacia. Los humanos no queremos saber lo que nos distingue de los demás seres vivos porque nos avergonzamos de considerarnos privilegiados o al menos excepcionales. Hay una corriente ética que proscribe el especismo, es decir considerar moralmente preferible nuestra especie a las demás. Por cierto, a mi entender en eso consiste precisamente la vocación ética, en el reconocimiento de lo humano por lo humano y tratarlo en consecuencia.

Ahora está bien visto (y muy mal razonado) suponer que los bichos tienen derechos tan respetables como nosotros. Como me dijo algo irritada una señora en el coloquio de una charla: «Los animales también tienen derechos humanos». En parte le di la razón: los animales no tienen derechos ni deberes porque no conocen el simbolismo de lo universal, pero si tuvieran derechos serían derechos humanos, porque son inimaginables unos derechos animales. Aún recuerdo la trepidación que suscité en un debate organizado por la Universidad de Santiago sobre la licitud de utilizar animales en la experimentación médica cuando sostuve que sacrificar a diez mil cobayas para salvar a un niño de la leucemia me parecía moralmente aceptable. Los más jóvenes han aprendido que los humanos son peores que las bestias por insistir en considerarse ángeles: los chicos son pascalianos sin haber leído nunca a Pascal. Ni lo leerán jamás. 

Pero la humanidad está desacreditada también por otras agresiones. ¿Qué de malo hay en fabricar humanos en laboratorio, en programar criaturas huérfanas que no tendrán su derecho biológico y humano a la doble filiación sino que se resignarán a dos padres o dos madres y habrán nacido no de mujer sino de persona menstruante? El ser humano ya no es el fruto dramático de un apasionado mestizaje entre lo masculino y lo femenino, sino el resultado de una combinación bioquímica realizada en laboratorio por encargo de un caprichoso o caprichosa a quien le da reparo follar. Pero es que tampoco el sexo es un dato biológico que pueda servir para caracterizar el destino humano.

«A partir de una evolución geotérmica parcialmente innegable pero no apocalíptica, se han fabricado generaciones de enemigos de la civilización»

Hay que aceptar la autodeterminación del género, que lleva en ocasiones a manipulaciones hormonales y quirúrgicas para lograr que lo que se siente coincide con lo que se es. Hablar del dimorfismo sexual necesario para la reproducción de la especie, ligado a todo un largo tesoro literario que caracteriza nuestra comprensión poética de lo humano, es incurrir en un pecado transfóbico, castigado no solo por los exabruptos de una cáfila de chalados sino también por leyes positivas que convierten el disparate ideológico en obligación social. Con normas como la llamada ley trans, uno puede ir a la cárcel por defender la ciencia contra la superstición, algo propio de siglos pasados. Y en tales preceptos se educa a nuestros hijos…

Aún peor: la persona que se decanta por el humanismo tradicional tiene todos los boletos para convertirse en un adversario cósmico de la única divinidad respetada y venerada hoy: la Naturaleza. Los muchachos y muchachas que muy ufanos de sí mismos lanzan tomate o puré de patatas contra obras de arte que nadie les ha enseñado a apreciar para reclamar que nuestras sociedades renuncien a sus fuentes energéticas tradicionales tienen evidentemente el cráneo lleno de serrín.

Pero ese serrín les ha sido cuidadosamente administrado por quienes hubieran debido intentar educarles: a partir de una evolución geotérmica parcialmente innegable pero en modo alguno apocalíptica, se han fabricado generaciones de enemigos de la civilización exaltadamente partidarios de acabar con el desarrollo que ha mejorado la vida humana, encontrado remedio a muchas enfermedades, aumentado increíblemente nuestras posibilidades de comunicación y transporte, amén de disminuir la miseria en el planeta. Cada vez que oigo a políticos, escritores, músicos, directores de cine y santones religiosos  vociferar que «nos estamos cargando el planeta», «así no tenemos futuro», «hay que cambiar nuestro modo de vida y desacelerar», «ya casi es demasiado tarde para salvarnos»…

Recuerdo a esas sectas catastrofistas que predijeron el final inminente del mundo y promovieron suicidios colectivos. Y siempre con jóvenes como punta de lanza. ¡Malditos sean! Ellos y los medios de comunicación que se prestan a difundir sus razones antihumanas.

21 comentarios
  1. Manijero

    Fernando, otra vez lo has clavado, especialmente lo de: <>
    Y ellos no veneran a la naturaleza. sino a «su naturaleza». La naturaleza como sabemos es dura, tiene sus leyes propias, como la predación, en la que el predador se come a su presa; se alimenta de ella y no mira su estado, edad ni su sexo; por ejemplo.
    Han sustituido aquel comunismo por un naturalismo de salón o de diseño. En un animalismo surgido de la tenencia de mascotas o del veganismo snob y progresista. O antinatural.
    La auténtica naturaleza está en el ser que vive en el campo, del campo y para el campo, que es su vida; quien le sostiene. Pero a ese hombre, o mujer, no lo tenemos ya en la idea actual naturalista. A la vista está que el abandono de esa dureza de la naturaleza de muchos seres por ejemplo de países como China, India y otros en desarrollo para llegar a tener nuestra vida, está socavando la naturaleza en todos los sentidos.
    Su conservación no dependen de una ideología de los países acomodados de políticos idealistas, como la actual que padecemos, sino de lograr para aquellos un desarrollo como el nuestro que no condene al planeta irremediablemente. pero hay tantas diferencias y tan naturalmente infranqueables, que es otra utopía; pero hay que intentar paliarlo acercando esas diferencias.
    Nuevamente me ha encantado leerte.

  2. Fulano

    Un buen artículo aunque no esté de acuerdo al 100 %. Como joven, comparto completamente el reproche a mi generación de haber sacralizado la Naturaleza en detrimento de lo humano, por otra parte a generaciones anteriores os debemos la sacralización del Dinero y el Consumo, no mucho mejor.
    El ser humano se ha desarrollado y ha conseguido los niveles de vida que cita Savater en gan medida gracias a la utlización de los recursos de la naturaleza (energéticos y de materiales), la ciencia seria (me permito recomendar Energía y Civilización, una historia de Vaclav Smil) está avisando que para mantener los niveles de vida actuales es necesario una transición y las transiciones energéticas llevan mucho tiempo y por eso sin infantilismos hay que empezar ya. A la naturaleza le importa un pimiento que la tierra aumente su temepratura 1.5 o 3 ºC y sus altamente probables consecuencias asociadas para el ser humano. Esta transición se debe hacer por necesidad y porque lo importante es lo humano y por eso tirar salsa de tomate a un cuadro como protesta es para meterles unas collejas la verdad.

  3. hector64

    Excelente!

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