Trenes hacia Lisboa
«Quien haya estado en Oporto lo sabe. Hay algo balsámico en esa lentitud portuguesa, como en el lento adiós de los tranvías»
Ese articulista de alta velocidad que es Alberto Olmos tenía, tiene, un libro llamado Trenes hacia Tokio. La preposición lo dice todo. Ese hacia tiene algo de porvenir, de futuro. Lo contrario que pasa ahora con la conexión ferroviaria Madrid-Lisboa.
¿Puede haber algo más poético que viajar de noche, desde Madrid a Lisboa? Pues ya no se puede hacer. Con la pandemia, se canceló aquel servicio y parece que jamás se volverá a reanudar. Era un tren «lento y entrañable», ha dicho Enric Juliana, y me apena no haberme subido jamás a él, porque lo que prima es la alta velocidad, la asepsia y el progreso.
Si algo me gusta de Portugal es su relación peculiar con el progreso. Quien haya estado en Oporto lo sabe. Hay algo balsámico en esa lentitud portuguesa, como en el lento adiós de los tranvías, por citar otra novela, de Manuel Rico esta vez.
En la era de la inmediatez y el bajo coste, se busca el tren más rápido pero las obras son en cambio lentas. Hasta 2031 no estará terminado el corredor atlántico, que conectará cuatro países (Portugal, España, Francia y Alemania), y al que a última hora se sumó la España noroccidental. Finisterre lo habría sido mucho más de haberse quedado marginados de este proyecto ferroviario crucial.
Falta un periodismo de obras. De proyectos en marcha. Infoxicados hasta el tuétano, no sabemos, en el momento decisivo, qué película ver o qué libro leer. Vivimos en una nebulosa relativas a las cosas que importan y hemos aprendido a convivir con ello. Como los dos años de prórrogas y nuevos presupuestos abusivos de la empresa que se supone va a instalarnos el ascensor, y que sus octogenarios vecinos no verán estrenarse, pese haber pagado religiosamente las infladas partidas de costes.
«Lisboa y Madrid son las únicas capitales europeas que no cuentan hoy con conexión directa por tren. ¿Dónde está el progreso ahí? ¿De quién es la culpa?»
Lisboa y Madrid son las únicas capitales europeas que no cuentan hoy con conexión directa por tren. ¿Dónde está el progreso ahí? ¿De quién es la culpa? En la senda del iberismo, nada más desazonador que esa ruptura ferroviaria. Porque a menudo las distancias, las fronteras, tienen más que ver con los puentes que con los kilómetros.
Decía Fraga que tenía el Estado en la cabeza. Supongo que es lo que le cuadra a todo estadista. ¿Incluiría a Portugal en sus cábalas de animal político? ¿Alguien piensa en términos peninsulares? Cuando pensar en términos nacionales es cada vez más raro, dudo mucho que esa posibilidad se dé, pero puestos a realizar el ejercicio, es evidente que Portugal mira de norte a sur, con la prioridad de ver sus ciudades conectadas entre sí con salida a Galicia, con la conexión con Vigo como prioridad. En 2030, la ciudad gallega y Oporto estarán a una hora en tren.
Es decir, iberismo hacia arriba, o iberismo de aromas galaicoportugueses, que congelan ese corredor sentimental entre las capitales de los dos países vecinos más lejanos. Lo dice Benjamín Prado en un aforismo: «Los vecinos, esos seres cercanos tan lejanos».
No queda claro si la futura conexión, que ya sería de alta velocidad y todo el copete, sería vía Badajoz o por Salamanca-Medina del Campo y paradita en una ciudad que desconocía hasta hoy: Aveiro.
Mi ignorancia me corroe como un virus tóxico. Wikipedia amplía la colleja con unas fotos ofensivas, de preciosas, de un Aveiro colorista y canalizado (¿en España no hay ciudades con canales?) que está considerada la «Venecia de Portugal».
Planeo con mi novia un viaje a Braga, la ciudad con el topónimo quizá más incómodo de Europa, pero también la Roma lusa, además de tener el estadio de fútbol más fardón del sur de Europa, aprovechando la colina como los antiguos anfiteatros griegos.
Recuperemos cuanto antes la conexión con Lisboa. Yo me subo a ese tren.