La delicada yugular
«La baja densidad de potencia de las energías renovables en comparación con las fósiles o la nuclear obligaría a transformar grandísimas extensiones de terreno»
En su trilogía Fundación (1951-1953), Isaac Asimov sitúa la capital imperial de la galaxia en el planeta Trantor, algo más pequeño que la Tierra y próximo al núcleo galáctico. Trantor acoge a 40.000 millones de habitantes y está todo él cubierto por una cúpula a modo de caparazón de acero de varios kilómetros de grosor, que no es otra cosa que una gran megalópolis donde vive toda la población dedicada a la administración de los vastos dominios del emperador Cleon II. Sólo en los jardines del palacio imperial se podía disfrutar de las hermosas noches de Trantor y de su limpio cielo estrellado.
Muy lejos estaba del espíritu de Asimov cuando escribió La Fundación el imaginar un futuro distópico: Trantor encarnaba «la hazaña más poderosa del hombre; la conquista completa […] de un mundo». Con ese mismo ánimo conquistador, y aprovechando la reunión del COP27 en Egipto, repasaba la visión del mundo en 2050 que la Agencia Internacional de la Energía (iea.org) acaba de poner al día: su escenario Net Zero by 2050, en el que detalla lo que hay que hacer para eliminar por completo las emisiones de CO2 para entonces. Y en mitad de esa relectura se me vino a la mente el Trantor acorazado, a la vista de la cantidad de acero que tendremos que desplegar en los próximos 30 años, y de las extensísimas superficies de tierra y mar que habrá que transformar y adaptar para dar cabida a las nuevas plantas solares y de energía eólica.
El escenario Net Zero en 2050 alcanza el objetivo de cero emisiones de CO2 sobre la base de dos grandes apuestas: 1) el crecimiento de la electricidad, que pasa de resolver el 20% de las necesidades actuales de energía a cubrir el 52% en 2050, multiplicando por 20 veces la producción de la solar y la eólica, que acaban repartiéndose casi por mitades el 70% de toda la producción eléctrica; y 2) el aumento de la eficiencia energética en todos los frentes (industria, transporte y edificaciones), de tal modo que ya en 2030 el consumo mundial de energía será menor que en 2021, y en 2050 menor que en 2030. Esta segunda apuesta se apoya fuertemente en la primera, porque la mayor electrificación en el transporte y en la industria es una de esas fuentes de eficiencia.
Los escenarios a largo plazo son siempre presa fácil de las críticas, más aún cuando su cometido es escenificar un cambio copernicano en sólo 30 años. Sin duda la IEA ha sido prudente al construir este modelo utilizando fundamentalmente la información (técnica y política) de la que disponemos a día de hoy. Y quizá ahí sea donde radica su mayor valor, porque nos permite empezar a identificar las debilidades y los riesgos de sus apuestas y ponernos a trabajar cuanto antes para darles solución. Hoy miraremos solamente a la primera apuesta.
«La Agencia Internacional de la Energía tendría que haber apostado más fuertemente por el crecimiento de la nuclear»
Ya vimos en el anterior artículo que la característica más singular de las energías renovables era su baja densidad de potencia en comparación con las fósiles o la nuclear; baja densidad que nos obliga a transformar y adaptar grandísimas extensiones de terreno para las nuevas plantas de generación, en una gesta incomparablemente mayor que la construcción de las vías romanas hace dos mil años o la de las autopistas chinas a principios de este siglo. Para entender mejor este reto, hay una comparación muy útil: las áreas urbanas de los países más desarrollados demandan densidades de potencia medias de entre 20 y 35 vatios por m2 (W/m2) de superficie urbana (Smil, V. 2015. Power density). Estas áreas urbanas consumen alrededor del 75% de toda la energía de estos países. Pues bien, si nos proponemos abastecer la mitad de la demanda de estas ciudades con energías renovables con densidades de potencia similares a las de las ciudades (como la solar) o hasta diez veces menores (como la eólica), tendríamos que ocupar y transformar tierra y mar en múltiplos de entre la mitad y cinco veces las áreas urbanas de hoy. En los escenarios 2050 para Europa, donde el peso de la eólica es mucho mayor que el de la solar, añadimos más presión espacial si cabe en un continente que presenta unas densidades de población de las altas del mundo.
Con unas energías renovables tan pegadas al terreno, de una escalabilidad que con los años será cada vez más compleja, la apuesta de la IEA de multiplicar por 20 su producción en 30 años concentra demasiado riesgo en solo dos tecnologías. Quizá la IEA tendría que haber apostado más fuertemente por el crecimiento de la nuclear, que solo multiplica por dos en el periodo; o por la captura y almacenaje de CO2 (CCS), que apenas acaba resolviendo el 2% de la oferta de energía eléctrica en 2050. De este modo se mitigaría además el grave reto que supone la interrumpibilidad de las fuentes renovables de energía. Con su tímida apuesta por la nuclear, la IEA no hace más que reflejar el estancamiento de su crecimiento en el mundo occidental (que no en China), y es una prueba más de que todavía hay mucho trabajo y mucha ciencia por hacer para recuperar la reputación y las esperanzas que ofreció al mundo hace 50 años.
Cuando Gaal Dornick se asomó al observatorio que sobrevolaba todo el planeta Trantor, no tuvo ninguna duda de que estaba contemplando «la hazaña más poderosa del hombre». Pero Asimov añade: «No vio sin embargo ninguna de sus debilidades, ni se percató de la delicada yugular que conectaba a los millones de habitantes de Trantor con el resto de la Galaxia». Para que ésta llegue a ser la hazaña más poderosa del género humano, tenemos que estar atentos a las delicadas yugulares que ponen en riesgo nuestros planes, y apostar decididamente por un abanico más amplio de soluciones tecnológicas.