Ciudadano Musk irrumpe en Twitter
«La compra de Twitter por Elon Musk entraña riesgos pero abre un futuro prometedor para las redes sociales»
Merece la pena analizar con calma la toma de control de la red social Twitter por Elon Musk, el empresario más exitoso y rico del mundo, porque en ella confluyen varias tendencias fundamentales en la evolución de los mercados, las ideas y la política.
Mr. Musk es un emprendedor en serie. Antes de comprar Twitter, ya había dirigido un gran número de empresas de éxito, como el sistema de pagos online PayPal, el fabricante de coches eléctricos Tesla, que es hoy la empresa de automóviles más valiosa del mundo, los cohetes espaciales SpaceX o The Boring Company, dedicada a construir túneles para resolver el caos del transporte urbano; además de lanzar diversas iniciativas no lucrativas dedicadas a desarrollar interfaces implantables entre cerebro y computadora (Neuralink) y a extender el uso de la inteligencia artificial (OpenAI).
Pero su compra de Twitter ha enfadado a muchos usuarios de esta red social y ha levantado gran controversia. En su día, Musk se había opuesto a la política de «moderación» y censura de contenidos que llevó a quienes entonces dirigían Twitter a cerrar diversas cuentas, entre ellas la del expresidente Donald Trump, tras publicar éste unos tuits equívocos en enero de 2021, durante el asalto al Capitolio. Además, en las dos semanas que lleva dirigiendo la compañía, Musk, un enfermo de Asperger, ha seguido una conducta un tanto errática, incurriendo también en varios errores y numerosas incontinencias verbales, sobre todo a través de la propia Twitter, red de la que es usuario frecuente y en la que tiene 115,3 millones de seguidores (18 millones menos que Obama pero 11 más que… Cristiano Ronaldo). Por ejemplo, días antes de las pasadas elecciones americanas, pese a ser votante demócrata, pidió el voto para los candidatos republicanos y se hizo eco de una noticia falsa sobre el marido de la Sra. Pelosi.
Todo ello ha generado una grave crisis de confianza. Huyendo de la polémica, algunos anunciantes han paralizado su publicidad en Twitter y están a la espera de que la nueva dirección estabilice el rumbo y concrete su política de moderación, la cual por ahora ha permanecido oficialmente inalterada. Su reserva es lógica, pero también está en sintonía con las demandas del activismo más radical, que quiere ver al odiado Musk fuera de su Twitter.
Tras tomar el control, lo que sí hizo Musk fue despedir a los principales directivos. A los pocos días, también daba por terminado el teletrabajo y despedía a la mitad de la plantilla, una medida dirigida a reducir las pérdidas que ha venido sufriendo la empresa, que, a razón de cuatro millones de dólares diarios, la acercan rápidamente al concurso de acreedores. No es la única empresa tecnológica con problemas. Los despidos que anunció Facebook unos días más tarde confirmaban que todo el sector afronta sobrecostes. Éstos han pasado a primer plano desde que, al ir subiendo el tipo de interés, muchos inversores se decantan por empresas más asentadas, aunque ofrezcan menos opciones de crecimiento que las tecnológicas, lo que ha hundido la cotización de estas últimas. No obstante, Facebook no despidió a la mitad, sino al 13 % de su plantilla, un porcentaje más en línea con los ajustes de otras empresas tecnológicas.
En ese contexto, la toma de control por Musk y el que Twitter haya dejado de cotizar en bolsa, abre nuevas posibilidades pero entraña riesgos notables. De momento, asegura que, al menos por un tiempo, Twitter carezca de rentas apropiables. Si supera su crisis actual, al no cotizar en bolsa, no sólo debería ser menos susceptible al chantaje reputacional, sino que su estrategia quedaría mediatizada por el imperativo de devolver la ingente suma de deuda contraída por la empresa (unos 13.000 millones de dólares) para financiar parte de los 44 pagados por ella. Con o sin concurso de acreedores, la presión para maximizar su valor es ahora máxima, por lo que es de esperar que sea menos complaciente con los rentistas internos.
Pero los riesgos son grandes. Musk acabó comprando Twitter a regañadientes, forzado por unas reglas que, de hecho, obligan a quien presenta una oferta de compra (OPA) a regalar una opción de venta a los accionistas por el tiempo que la empresa receptora tarde en decidir. En consecuencia, si en el ínterin cae la cotización, como sucedió en este caso, ha de pagar el precio anterior, notoriamente excesivo.
«Está por ver cómo es de sólido el núcleo de negocio de Twitter; y también si la mitad de la plantilla despedida era en verdad innecesaria»
Originalmente, Musk pretendía explotar sinergias con sus otras empresas para potenciar la aplicación de inteligencia artificial en Twitter; y, sobre todo, convertirla en una plataforma más generalista. Inspirado por su pasado en PayPal, aspiraba a dotarla de servicios adicionales de tipo comercial y de pagos, lo que situaría la competencia en un nivel superior, en el que la red sería más útil para sus usuarios.
Esta estrategia de desarrollo confronta ahora dos dificultades. La compra se ha estructurado como un leveraged buyout, una compra «apalancada» con esos 13.000 millones de deuda garantizados con los activos de Twitter. La presión que genera esa deuda es sostenible cuando existe un núcleo de negocio sólido y basta con desprenderse de actividades marginales para salir a flote. Dada la caída de ingresos publicitarios, está por ver cómo es de sólido el núcleo de negocio de Twitter; y también si la mitad de la plantilla despedida era en verdad innecesaria.
De momento, Musk parece decidido a seguir quemando dinero tras haber dilapidado ya una fortuna. Para tapar las vías de agua que se han abierto en Twitter, acaba de vender acciones de Tesla por 4.000 millones de dólares, añadiéndolos a los 27.000 millones que ya había invertido personalmente en la compra. Es probable que, por una u otra vía, entrando o no en concurso de acreedores, Musk se proponga reestructurar la deuda y dotar a la empresa de una estructura de capital más estable. Mucho dependerá de cuánto dinero más esté dispuesto a gastar para convertirse, como temen sus detractores, en el Ciudadano Kane del siglo XXI.