Por qué Trump sigue siendo popular
«La economía de EEUU no radica en que la clase media sufra un proceso de decadencia y sí en los bajos de los ingresos de la clase trabajadora»
Existe una fórmula muy sencilla para lograr entender que una cosa como Donald Trump, quien acaba de anunciar su vuelta a la carrera presidencial entre muestras de acongojada consternación del ‘establishment’ liberal, siga resultando tan popular a día de hoy entre la mitad de los norteamericanos. Y ello pese a haber coronado cuatro años de ataques desde la Casa Blanca contra el orden establecido con un intento apenas disimulado de golpe de Estado.
Una fórmula muy sencilla que, por lo demás, nada tiene que ver con las manidas teorías al uso sobre la perversa maldad intrínseca de las recetas políticas fundamentadas en ese concepto tan vago e impreciso que, a falta de imaginación para designarlo de otro modo, suele llamarse populismo.
Porque lo que de verdad explica la persistencia en el tiempo del fenómeno Trump no son todas esas cantinelas teóricas sobre las técnicas de manipulación de masas a través de las redes y los grandes medios audiovisuales de comunicación, sino algo tan prosaico como un simple vistazo a las estadísticas fiscales y laborales de un país, Estados Unidos, que oficialmente continúa figurando como el más rico del mundo.
Y es que Trump resultaría por entero inconcebible si ahora mismo 121 millones de norteamericanos, todos pertenecientes a la clase trabajadora local, no tuvieran unos ingresos que, en promedio, rondan los 18.500 dólares brutos anuales, esto es, antes de impuestos y transferencias. No, querido lector, no se me ha colado ninguna errata involuntaria en la frase anterior: para la mitad de los trabajadores de la primera potencia económica del mundo, todo lo que puede ofrecer el mercado laboral de esa nación son unos 18.500 dólares brutos al año (cifras oficiales del Gobierno norteamericano referidas a 2019).
«Trump descubrió, he ahí su único talento político reseñable, el modo de capitalizar toda esa inmensa montaña de sufrimiento humano»
De lo cual, sin embargo, no cabe inferir en absoluto que la clase media, como pretende otro tópico recurrente, se esté extinguiendo poco a poco en el país. Bien al contrario, la clase media goza de excelente salud como categoría sociológica en Estados Unidos. Y la prueba de ello reside en que los casi 100 millones de personas que integran sus filas, aproximadamente el 40% de la población activa, ganan un promedio anual antes de impuestos que se mueve en torno a los 75.000 dólares per cápita.
Lo anormal, por tanto, de la economía estadounidense no radica en que la clase media sufra ningún imaginario proceso de decadencia, sino en lo extremadamente bajos que resultan los ingresos actuales de la clase trabajadora. Una caída de ingresos derivada de forma directa de la falta simultánea de empleos para ese grupo de población. Desde el final de la Gran Recesión en Estados Unidos, entre enero de 2010 y enero de 2019 se crearon cerca de diecisiete millones de nuevos puestos de trabajo en Norteamérica.
Pero, de todos ellos, apenas tres millones estaban destinados a ser ocupados por personas que carecieran de titulación universitaria. Y únicamente cincuenta y cinco mil podían ser ocupados por personas que no dispusiesen de otra acreditación académica que un certificado de enseñanza secundaria. El acceso o no a la educación superior constituye, pues, una barrera infranqueable que escinde a la población norteamericana en dos universos paralelos, asimétricos e inconexos.
Una barrera tan sólida y consolidada que ha llevado a que en el grupo de edad que va de los cuarenta a los cincuenta y cinco años, el periodo de la vida laboral en que las personas suelen conseguir mayores ingresos, una cuarta parte de los norteamericanos que solo posee estudios secundarios hayan optado por rendirse. Son los que no trabajan ni figuran inscritos como demandantes de ocupación en registro alguno.
Simplemente, han tirado la toalla y ya ni siquiera aparecen en las estadísticas de la población activa. Esa grieta invisible, pero creciente y cada vez más profunda, es lo que explica lo inexplicable. Y lo inexplicable se llama Trump. Él descubrió, he ahí su único talento político reseñable, el modo de capitalizar toda esa inmensa montaña de sufrimiento humano y frustraciones vitales nihilistas. Por eso ganó la primera vez. Y por eso mismo puede volver a ganar. Porque se equivocan los que lo dan por muerto.