THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

Podemos quiere guerra

«En Moncloa inquieta que Podemos recupere pulso. Los planes de Sánchez de ir de la mano de Yolanda Díaz al altar de las urnas están amenazados»

Opinión
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Podemos quiere guerra

Pablo Iglesias e Irene Montero. | THE OBJECTIVE

Hay que quitarse el sombrero ante Pablo Iglesias. Chapeau! Podemos ha ganado esta batalla con un poderío abrumador. La reacción a las palabras de la diputada Carla Toscano ha sido una operación brillante. Para el PSOE también supone una excelente noticia, aunque no una alegría completa. Y para Vox, desde luego. En definitiva, mucho que celebrar unos y otros. En medio queda esa España que todavía cree en el principio de realidad y la moderación; en definitiva, la racionalidad política en la que solían reconocerse socialdemócratas y liberales.

Con Irene Montero al borde del desahucio tras el fiasco del Solo sí es sí; con Yolanda Díaz resistiéndose a ceder liderazgo a Podemos en Sumar; con Sánchez inquieto por la debilidad de la extrema izquierda para futuras geometrías de poder para el PSOE… llegó esta operación. El presidente es un depredador, pero Pablo Iglesias tiene mucho sentido del tablero político. Tras el comentario insultante de Vox, en minutos ya tenían a todo el arco parlamentario, incluso al PP, solidarizándose con la víctima del ataque, y a los medios palmeros de la izquierda denunciando que se habían «superado todas las líneas rojas» y que aquello era «la violencia política llevada al máximo extremo» (¿Ni por sentido del ridículo se cortan de tales afirmaciones? No ya por la decencia de decir la verdad, pero ¿ni siquiera por sentido del ridículo?), con las redes haciendo honor al sintagma: ardiendo.

«No es feminismo; es partidismo. Y la izquierda domina muy bien los resortes para convertir sus campañas partidistas en causas nobles»

Por supuesto, la provocación faltona de la diputada de Vox estaba muy calculada. Vox es el contrapunto de Podemos, una fuerza nacionalpopulista que también se nutre de la polarización sectaria. Con el telón de fondo de la sedición y la cesión simbólica de la Guardia Civil a Bildu, en tanto se sucedían y se suceden las rebajas de condena a agresores sexuales, era el gran momento para Vox de salir de su desfallecimiento desde el affaire Olona. Con ese titular tendrían eco garantizado. Seguramente en Vox se sorprendieron, no obstante, de la reacción. No era ni de lejos el peor insulto que se haya escuchado en la Cámara, ni siquiera a una mujer, pues Ayuso ha recibido mucha más leña incluso caricaturizándola de enajenada como IDA, por no mencionar a Rita Barberá, evocada por el director de ABC por las campañas sobre sus gustos sexuales o su falso alcoholismo. Las hemerotecas han rescatado momentos sonrojantes no solo de Pablo Iglesias. Pero en esos casos no hubo solidaridad, sororidad, ni adjetivos en los editoriales de los tribunales mediáticos de la moral pública. No es feminismo; es partidismo. Y la izquierda domina muy bien los resortes para convertir sus campañas partidistas en causas nobles.

La operación Victimizar a Irene ha sido un éxito rotundo para Podemos. Exigieron incluso pasar por el control de calidad de retratarse con ella. Arrastraron a Ciudadanos y en buena medida al PP, mientras los insultaban: Sánchez e Irene Montero hablaron de ataques «de la derecha y la ultraderecha», sintagma que involucraba al PP en el improperio de Vox . Desde Podemos añadieron la idea de la «violencia política», un concepto asombroso en este contexto y más de la mano de los albaceas batasunos y los indepes del apreteu! que incendiaron las calles. El control de los marcos de la conversación pública, como advertía Lakoff en No pienses en un elefante, pasa por imponer el lenguaje. Y ahí ganaron la mano, una vez más, como al imponer que Vox sea denominado «ultraderecha» o «extrema derecha» y ellos simplemente «la izquierda».  

«El episodio le ha devuelto oxígeno a Podemos, ahogado en los sondeos y arrinconado por el sanchismo»

En Vox, por supuesto, piensan en sus propios intereses, como es obvio, y a ellos les interesa el clima de polarización. Claro que un efecto colateral es beneficiar al PSOE, cuyos votantes cada vez más fatigados en los sondeos parece que solo se movilizan con el tam-tam de la tribu frente a «la extrema derecha». Con todo, en Moncloa hay sentimientos encontrados. Celebran el delirio de Vox, pero inquieta que Podemos recupere pulso. Los planes de Sánchez de ir de la mano de Yolanda Díaz al altar de las urnas están amenazados. Si Yolanda se rinde a Podemos, eso no funcionará; y Podemos ha dado un golpe en la mesa.

Podemos pide guerra, que es su medio natural. Estos días sus redes son un hervidero de ataques a todo lo que se mueve. Como Vox, se revitalizan con la polarización. En realidad, nunca ha irrumpido en la política española una  fuerza tan divisiva, contra el Régimen del 78, empresarios, jueces, banqueros –esos poderes oscuros que finalmente el sanchismo ha hecho suyos–  y hasta las mujeres, como señalaba una socialista con crédito como Elena Valenciano: «La agenda de Irene Montero nos ha dividido y eso es un desastre para las mujeres». Por supuesto, señalan a periodistas, con un matonismo a menudo tabernario, mientras preparan su propia televisión cuyo perfil no hay que esperar a conocer, entre La Base y La Última Hora. Ramón Espinar anticipaba en Twitter cómo venderán esa nueva trinchera: «Una tele que te contará ‘lo que no quieren que sepas’ con tu dinero, el de Roures y el de Podemos, claro» para «desarrollar una izquierda trumpista en España». El exdirigente de Podemos conoce bien a su antiguo jefe y su forma de actuar, y entiende que la clave de todo esto es recuperar «lo que fue el Pablismo» como la alternativa.

Y este episodio, al alimón con Vox, le ha devuelto oxígeno a Podemos, ahogado en los sondeos, arrinconado por el sanchismo y muy desacreditado, aunque el precio sea tensar a la sociedad generando la percepción falsa de un país sometido a la violencia política. Es, una vez más, un juego peligroso en el que sus rivales no han sabido gestionar el órdago ventajista. Lakoff les hubiera sugerido «No pienses en un elefante… morado». Pero sí lo hicieron.

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