Urgencias climáticas: de Goya a Warhol
«Alguien tendría que salir a explicarles que sin esos pintores no veríamos la naturaleza del mismo modo; sin romanticismo, no habría ecologismo»
Hace unos días, unos activistas climáticos pegaron sus manos con cola al atrio de la Orquesta Filarmónica de Hamburgo con objeto de impedir la celebración de un concierto y alertar así sobre la necesidad urgente de tomar medidas decisivas contra el calentamiento global: una maniobra de distracción —deténgase el ciclo informativo— con la que se persigue llamar la atención. Sucede que el atrio fue simplemente desplazado al interior del edificio y los activistas con ellos, pudiéndose así celebrar el concierto con normalidad. Para cualquier observador concernido por la urgencia climática, estamos ante una metáfora irresistible: la civilización occidental prefiere seguir con sus entretenimientos y encierra su mala conciencia en un cuarto oscuro a fin de que no le moleste.
Que los activistas climáticos arremetan contra el arte exhibido en los museos occidentales o traten de frenar el desempeño de nuestras orquestas, en fin, sería escandaloso si los protagonistas de semejantes iconoclastias no fueran tan jóvenes: hay que perdonarlos, porque no saben lo que hacen. Más que saber, creen: en sus propias creencias. Y como estas les dicen que caminamos cual sonámbulos hacia un planeta inhabitable, todo vale para tratar de despertarnos. ¡Hasta un Goya! Si pensamos en la violencia política de los años 70, por fortuna tan diferente de eso que hoy en España se hace pasar por tal, hay que agradecerles que se limiten al terrorismo simbólico. Eso sí, alguien tendría que salir a explicarles que sin esos pintores no veríamos la naturaleza del mismo modo; sin romanticismo, no habría ecologismo. Claro que tampoco habríamos tenido romanticismo sin la revolución industrial, que incrementa desigualmente el bienestar material humano y a la vez crea las condiciones para el cambio climático antropogénico. ¿Por qué es todo tan complicado?
«Si la democracia no es capaz de asegurar la habitabilidad del planeta, razonan, habrá que prescindir de la democracia»
Tienen menos excusa los adultos —algunos hay— que andan pidiendo medidas dictatoriales como única solución para el cambio climático capaz de llegar a tiempo. Si la democracia no es capaz de asegurar la habitabilidad del planeta, razonan, habrá que prescindir de la democracia. Es un viejo argumento: el eco-autoritarismo surge por vez primera hace medio siglo, cuando el miedo a la superpoblación se suma a la crisis del petróleo y comienzan las advertencias sobre los límites ecológicos al crecimiento. Pero siendo China una dictadura que contamina más que las democracias, se ve que la mano dura no es suficiente: habrá de llevar puesto un guante verde. El Leviatán ecológico resultante trataría de reducir abruptamente el impacto material de las sociedades humanas, sofocando a palos el descontento que pudiera causar el empobrecimiento que de ahí se seguiría: no es plato de buen gusto y sin embargo peor sería extinguirse.
Aunque esta novela distópica tiene de momento pocos defensores, hay variaciones del mismo tema que los desasosegados occidentales pueden llegar a encontrar atractivas. Es el caso del decrecimiento, que a grandes rasgos propone desmantelar el capitalismo para dejar de crecer. O sea: viviríamos en felices comunidades desglobalizadas donde tendríamos empleos creativos a tiempo parcial y floreceríamos como sujetos no alienados mediante el cultivo de las virtudes contemplativas. Es una fantasía: nos imaginamos viviendo en una sociedad avanzada que ya no mejora, pero tampoco va a menos; como si Noruega y Holanda pudieran seguir siendo Noruega y Holanda dejando de crear la riqueza necesaria para ello.
Por suerte, hay alternativa: se trata de ser sostenibles sin renunciar al bienestar material ni a la organización democrática de nuestras sociedades liberales, tratando de mitigar el cambio climático al tiempo que nos adaptamos globalmente a él mediante el uso racional de la tecnología y demás recursos de la modernidad. Y si algún joven abraza esa causa y quiere darle publicidad, que elija un Warhol.