¿En vísperas de otro Tiananmén?
«China está combatiendo una pandemia del siglo XXI con remedios del siglo XIX. Y de ahí los encierros que han acabado por exasperar a los habitantes de las ciudades»
Durante la semana pasada pudimos leer en los periódicos, a veces compartiendo una misma plana, que el inexplicable exceso de la mortalidad en España -ese que reflejan las estadísticas oficiales- está causando hondo desconcierto entre los expertos, al tiempo que en otra pieza informativa se acusaba recibo del no menos hondo asombro que los expertos -es de suponer que se tratará de los mismos- vendrían experimentando frente a la inquebrantable obcecación de las autoridades chinas en mantener, contra viento y marea, su muy impopular política de covid cero, el desencadenante último de esas protestas populares que han saltado a todos los telediarios del mundo. Aunque no hace falta ser ningún experto para intuir la más que probable relación que debe de existir entre uno y otro hecho noticioso.
«China, pese a su deslumbrante nivel de crecimiento en los tiempos recientes, sigue siendo en gran medida un país subdesarrollado en múltiples aspectos»
A diferencia del proceder unánime de Occidente, China ha optado por no reabrir por completo su economía y retornar a la normalidad previa a la pandemia. Bien al contrario, sigue imponiendo confinamientos estrictos a la población allí donde se detecta una presencia significativa del virus. Tienen dos poderosas razones para actuar así. La primera es que China, pese a su deslumbrante nivel de crecimiento en los tiempos recientes, sigue siendo en gran medida un país subdesarrollado en múltiples aspectos. Las muy profundas carencias de su sistema hospitalario, por ejemplo, responden a esa naturaleza última suya de Estado con infraestructuras todavía precarias e insuficientes. Así, China dispone ahora mismo de más camas hospitalarias por habitante que Estados Unidos, pero su número de plazas en salas dotadas de la tecnología precisa para los tratamientos de cuidados intensivos, las imprescindibles a fin de tratar a los enfermos graves de covid, resulta manifiestamente insuficiente. Al punto de que, en ese tipo concreto de instalaciones, apenas dispone de un número de camas que roza el 25% del promedio entre los países de la OCDE.
En ese ámbito, China no ha dejado todavía de formar parte del Tercer Mundo. Por eso el Partido no se puede permitir, bajo ningún concepto, un rebrote masivo de los contagios. Y ahí es donde irrumpe en escena la segunda causa de ese empecinamiento oficial con el asunto de los confinamientos, pese al evidente riesgo que su aplicación estricta conlleva para la deslegitimación del régimen. Y es que China no sólo dispone de una red de instalaciones hospitalarias muy deficiente en las grandes áreas rurales, donde sigue viviendo la gran mayoría de la población, sino que en esos mismos territorios agrícolas e interiores es también donde más se manifiesta el acusado envejecimiento demográfico general que afronta el país. Malos e infradotados centros hospitalarios para atender a una población muy numerosa y, sobre todo, muy avejentada. Un problema que acaso no resultaría tan grave si no fuese por culpa de una tercera deficiencia crítica, a saber: la ineficacia relativa de las vacunas contra el covid, todas ellas de producción nacional, que se han administrado a esa misma población.
Los investigadores de los laboratorios estatales chinos no han sido capaces todavía de imitar la técnica ideada por Moderna y Pfizer que, orillando el recurso a la producción de vacunas por métodos tradicionales, emplea el nuevo ARN mensajero. Tampoco han logrado emular, por cierto, la vanguardista tecnología de vectores virales que aplican en sus compuestos contra el virus AstraZeneca y Johnson & Johnson. China está combatiendo una pandemia del siglo XXI con remedios del siglo XIX. Y de ahí los encierros interminables que han acabado por exasperar a, sobre todo, los habitantes de las ciudades. Las decadentes democracias de Occidente nos podemos permitir las crisis económicas periódicas propias del capitalismo porque, a pesar de todos los pesares, nuestros órdenes políticos se fundamentan en última instancia en el consentimiento popular expreso. Pero el régimen chino solo dispone ante la población de un argumento legitimador de su poder monopolístico y absoluto, a saber: el crecimiento económico permanente. Algo que no podría frenar ni el mayor ejército del mundo, pero sí un simple virus. Otro Tiananmén puede estar a la vuelta de la esquina.