Más concordia y menos Constitución
«¿De qué vale celebrar la Constitución si se reniega de la concordia entre los grandes partidos? El PSOE está muy lejos del consenso que hubo en la Transición»
Estoy convencido de que hay formaciones políticas que han fracasado porque se llenaron de ingenuos con óptimos propósitos. Es el caso de Ciudadanos. Lo digo porque leí una tribuna el otro día de una persona de dicho partido en la que se sostenía que España necesitaba mitos, como la Constitución, la Transición y la democracia. Literal. La intención de la autora era buena -como en el comunismo sin lecturas-, pero la aplicación de dicha idea es un desastre.
Un mito es una construcción imaginaria llena de invenciones para conseguir un efecto político o social. Por tanto, sostener un país con mitos es un profundo error porque se acaba desmoronando el sistema. En consecuencia, no quiero vivir en un país en el que la Constitución por la que se deben dividir los poderes, asegurar los derechos y organizar el territorio sea una ensoñación.
Tampoco, por tanto, deseo una España en la que la democracia sea un mito, una palabra manoseada por los demagogos de izquierda, centro y derecha para pastorearnos o legitimar sus acciones.
Menos aún, como historiador, quiero que la Transición sea un mito, sino que se cuente como una realidad documentada, demostrable, sin dobleces.
La mitificación de la Transición y de sus protagonistas nos ha llevado a que otro mito, el del franquismo tutelando el proceso, haya desmontado una realidad. Los enemigos de la libertad, del Estado democrático de Derecho que protege la Constitución, no han tenido más que acercarse a la documentación de lo que pasó entonces, con sus sombras, que las hubo, para manchar toda la Transición.
Una vez que se niega el espíritu que envolvió la elaboración del texto constitucional, la decisión de democratizar basada en la tolerancia y la resistencia a la presión de los extremos, se desmorona todo y cuela el relato alternativo.
«Los nacionalistas saben que el PSOE se cree una organización que viene a salvarnos de nuestro pasado»
Frente a la mitificación están ganando los rupturistas, los que quieren «irse de España», como dijo Otegi, esos mismos que van del brazo de Pedro Sánchez. Al fin esos independentistas encontraron el aliado perfecto, esa izquierda que tiende al exclusivismo, a la ingeniería social sin escrúpulos, y a la soberbia como guía de sus propuestas políticas. Los nacionalistas saben que el PSOE se cree una organización que viene a salvarnos de nuestro pasado y a designar el futuro. Zapatero enseñó el camino con el Pacto del Tinell, y los rupturistas tomaron nota.
A partir de ahí la Constitución como símbolo de convivencia es un muerto que camina. Izquierdistas y nacionalistas nos han hecho creer que el texto ya no sirve porque es «viejo». «Uno de cada cuatro españoles no la votaron», dice un pánfilo. Ya. Y ninguno de los 390 millones actuales de norteamericanos votaron su Constitución.
Unos y otros, los elementos de ese nuevo bloque de poder, alegan que la Constitución está vieja porque no está adaptada a la «nueva realidad». Claro que esa «nueva realidad» está marcada por la ambición de Pedro Sánchez y la monomanía de los nacionalistas de tener su Estado propio. Podemos se ha subido al carro, como buenos herederos del comunismo, porque todo lo que perturbe una democracia liberal puede ser una oportunidad para progresar hacia su dictadura.
La «nueva realidad» es para la izquierda y los nacionalistas el avanzar hacia la confederación, en el que las autonomías sean soberanas para decidir su relación con el resto. En realidad es lo que ha dicho Laura Díaz, la candidata del PSOE a pertenecer al Tribunal Constitucional.
La sanchista afirmó que hay que reformar el artículo 149.1 de la Constitución para dar a las autonomías competencias que hasta ahora eran exclusivas del Estado. ¿Cuáles? Por ejemplo, nacionalidad, inmigración, emigración, extranjería y derecho de asilo, así como las relaciones internacionales, la defensa y las fuerzas armadas, y la administración de justicia.
«Hoy veo imposible ese consenso entre el PSOE y el PP, por mucho que los españoles prefieran la vuelta del bipartidismo»
Para eso quiere el PSOE colonizar el Tribunal Constitucional, para asegurarse la anulación de la Constitución española por la puerta de atrás, por los hechos de unos nuevos Estatutos de Autonomía y los referendos consultivos.
Estaremos así en escenarios pasados, como 1931, en los que se construía un régimen de partido contra una parte de España. Frente a esto no nos hacen falta mitos, sino conciliación de los partidos vertebradores del país, los que permitieron que se pasara de una dictadura a una democracia.
Ahora bien. Hoy veo imposible ese consenso político entre el PSOE y el PP, por mucho que los españoles, según dicen las encuestas, prefieran la vuelta del bipartidismo. Esa negación procede de Zapatero, como dije, y la certificó Pedro Sánchez con su «No es no» y la coalición Frankenstein.
En consecuencia, ¿de qué vale celebrar la Constitución si se reniega de la concordia entre los grandes partidos que la hicieron posible? Desde hace años el PSOE está en un consenso político muy alejado del que hubo en la Transición. Ya dijo Juan Carlos Campo, la otra persona propuesta por el sanchismo para el Tribunal Constitucional, que estamos en un proceso constituyente, y que los socios preferentes son ERC y Bildu. ¿Qué puede salir mal?