THE OBJECTIVE
Daniel Capó

El poder es el destino final

«El PSOE hoy no es un partido modernizador, pero sigue controlando el relato dominante. El día que diga ‘basta’ se terminará el pacto constitucional del 78»

Opinión
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El poder es el destino final

Ilustración. | Erich Gordon.

Cuenta Pascal Quignard en L’homme aux trois lettres que los antiguos romanos llamaban reliquiæ a los excrementos humanos. Las reliquias serían, por tanto, los detritus del hombre, las cosas usadas: un hueso, un mechón de pelo, la caries de un molar, una servilleta manchada de vino, de café o de leche. Pensé en las viejas reliquias romanas el pasado viernes, después de escuchar la noticia de que el Gobierno socialista va a reformar por la puerta de atrás la Ley Orgánica del Poder Judicial y de leer el artículo de José Antonio Zarzalejos en El Confidencial acerca del principio del fin de la Constitución de 1978. Y pensé en la reliquias no por el sentido escatológico que tenía la palabra latina, sino por la condición pretérita de nuestra Constitución: la democracia española –tal y como la hemos concebido desde la Transición– empieza a pertenecer al pasado; sus acuerdos, sus pactos, nuestra confianza, nuestras leyes, se resquebrajan lentamente bajo el peso de una mutación cultural e ideológica que ya no sé cómo denominar, más allá del manido término de populismo.

Un mundo termina, en efecto, sin que medie ni siquiera un velo de melancolía. Aunque seguramente no haya que situar el principio del fin este pasado viernes, cuando el Gobierno decidió arremeter directamente contra la separación de poderes de la forma más arbitraria imaginable (¡utilizando una enmienda a la proposición de ley de reforma del Código Penal!), sino un poco más atrás en el tiempo: en los infaustos días de octubre de 2017 en Cataluña, aunque entonces muchos no quisimos reconocerlo o no supimos ver que los muros de la ciudad cedían y que ni las palabras del Rey –con todo su poder simbólico cifrado en un discurso memorable– fueron suficientes para frenar la deriva anticonstitucional de un país ya entonces gravemente herido.

«La izquierda de hoy no es la de las dos últimas décadas del siglo XX, la que hizo posible la modernización de un país»

¿Se ha convertido la Constitución en el resto de un naufragio democrático, en una reliquia de tiempos mejores? Es cierto que quizás haga servir palabras demasiado fuertes: conviene preservar una distancia prudencial. Sin embargo, el naufragio de una determinada concepción de la vida en común sí que parece evidente. La izquierda de hoy no es la izquierda de las dos últimas décadas del siglo XX, la que hizo posible en gran medida la modernización de un país. Aquella izquierda latía con un corazón moderado, respondiendo a los anhelos de una sociedad que quería respirar en libertad y junto a Europa. Aquella izquierda asumió como propia la máxima según la cual la virtud se encuentra en el justo medio y cualquier virtud –o cualquier verdad–, cuando se radicaliza y llega a su extremo, adquiere vida propia y enloquece. Aquella izquierda, en fin, viró –primero con Rodríguez Zapatero y, más adelante, con Pedro Sánchez– y ha adquirido todos los tics de los que antes abominaba. A su ya clásica superioridad moral, ha añadido la educación sentimental de los nacionalismos periféricos –y su continuo victimismo–, además del resentimiento identitario de los nuevos populismos. El PSOE hoy no es un partido modernizador, pero sigue siendo el partido que controla el relato dominante. El día que diga «basta» se terminará el pacto constitucional del 78. Y tantea hacerlo.

La radicalización de la izquierda y del nacionalismo ha conseguido despertar de su letargo ideológico a la derecha española. Vox ha nacido del miedo conservador, del mismo modo que el independentismo y Unidas Podemos nacieron del rencor que alimenta a diario la propaganda política. El PP de Feijóo, mientras tanto, permanece impasible. Se aferra a los principios de ayer, confiando en el bolsín de dos millones de votantes pragmáticos que reorientan su voto de acuerdo con su lectura del momento. Confía además en las elecciones de mayo y en su poderosa estructura territorial. Mayo permitirá encarar las legislativas de fin de año con mayor seguridad, según sean los resultados. Las reglas, sin embargo, cambian a velocidad de vértigo, mientras Sánchez activa todas las palancas a su favor. Su bloque es sólido, porque a sus componentes les unen demasiados intereses comunes. Y su labor de deslegitimación del 78 –y de la España ligada sentimental y moralmente a aquel pacto democrático– continuará sin cesar. El poder es el destino final.

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