En defensa de la portada de 'Mongolia'
«La libertad de expresión no admite gradación en su defensa. O se defiende siempre o no se defiende nunca, porque el más mínimo pero ya supone limitarla»
Me ha sorprendido la polémica por la portada de la revista Mongolia porque, para mí, no hay tal polémica: no puedo más que alegrarme de que aquí y hoy una revista satírica pueda publicar algo así sin temer por la integridad física de sus trabajadores. Las críticas, que las ha habido, me parecen tan legítimas como la propia portada. Uno cuando ejerce su libertad creativa, como cuando se expresa libremente, sabe que puede desagradar a alguien con ello. Otra cosa es confundir el que algo pueda ofendernos o molestarnos con que eso deba ser considerado delito. Por eso la querella interpuesta por la asociación Abogados Cristianos contra la revista por delito de odio me parece una malísima noticia. Lo curioso de todo esto es la facilidad con la que unos y otros (con unos y con otros me refiero a los dos extremos especulares del arco ideológico) son capaces de defender la libertad de expresión en unos casos (los afines) y atacarla en otros (con los que se discrepa). Sin pudor ni sonrojo.
Sin embargo, la libertad de expresión no admite gradación en su defensa. O se defiende siempre o no se defiende nunca, porque el mas mínimo pero que se le ponga ya supone limitarla. Es la maldición de las adversativas. Así, si uno está con la libertad de expresión (con los límites que para ella establece la ley) y lo está siempre, no debería cuestionar que esta portada sea legítima. Independientemente de su particular impresión ante ella. Creo que aquí el problema es que corremos el riesgo de confundir el defender el derecho a decir algo con la defensa de lo dicho. Y no tiene nada que ver una cosa con la otra. Se puede defender el derecho a manifestar libremente las ideas y que al mismo tiempo esas ideas nos desagraden profundamente.
«Afortunadamente no se legisla con base en la particular sensibilidad de cada uno de nosotros»
Afortunadamente no se legisla con base en la particular sensibilidad de cada uno de nosotros. Porque a la asociación Abogados Cristianos le ofende esta portada de Mongolia, a las presentadoras de un podcast de moda les ofende un chiste de Gila, a Pablo Iglesias le ofende una secuencia de 17 segundos de una peli de dibujos de los años sesenta y, a mí, la mera existencia de la cerveza sin alcohol. ¿Dónde nos detenemos? ¿En las religiones, en el género, en las intolerancias alimentarias, en las manías personales? Pero no se preocupen. La polémica es cíclica, ya lo verán, y dentro de nada la tendremos con algo que habrán hecho en el otro extremo y entonces los que protestarán serán los que ahora gritan que aúpa la libertad de expresión y entonces gritaran penitenciagite y «vivan las cadenas». A poemas de jueces a cuenta de ministras me remito. O a raperos encarcelados, dramaturgos vetados, portadas de discos o anuncios de vino.
Y en medio, defendiendo siempre el derecho de todos, independientemente de su signo o filiación, de sus fobias y sus filias, de nuestro propio parecer, los que no estamos ni con sus ideas ni contra ellas, sino con su libertad creativa y de expresión. Con las de todos.