THE OBJECTIVE
Rebeca Argudo

Violencia vicaria de Estado

«Lo de menos son las víctimas que ven cómo sus agresores salen a la calle. Lo importante es que el heteropatriarcado quiere hacerle daño a Irene Montero»

Opinión
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Violencia vicaria de Estado

Ilustración de Erich Gordon.

Tengo un amigo, guionista de humor, que sostiene que Paquirrín es el comodín de todo aquel que se dedica a su oficio. Si falla el chiste o no sabes qué poner, porque no estás inspirado o no acabas de atinar, echas mano de Paquirrín y te levanta la ocurrencia. Lo tiene comprobado. El equivalente a Paquirrín en el columnismo de opinión, nuestro comodín infalible, es Irene Montero. La tía es una mina. La única diferencia entre uno y otro es que la Montero hace tiempo que pasó de tener gracia y levantarte una columna (o darte para una cuando no sabías de qué escribir) a provocar, primero, un poco de bochorno, luego cierta pena y, ahora ya, directamente miedo.

Es la misma evolución de la figura aquella del tonto del pueblo (quienes tuvieron pueblo en su infancia me entenderán). Al principio, cuando eres pequeño, te parece divertido y te entretiene con sus ocurrencias en las tardes de verano, cuando el cuerpo te pide juerga pero tu madre exige siesta. Te ríes fuerte, das codazos a los colegas, vaticinas la siguiente ocurrencia mientras apuras el paquete de las Facundo desde la barrera. Un poco después pasa a provocarte cierto bochorno, cuando ya intuyes que en esa cabeza se compite con un jugador menos pero aun no comprendes muy bien por qué le dejan deambular solo y se te congela la sonrisa. Es esa sensación de vergüenza ajena como si una señora muy gorda se hubiese sentado en tu regazo y no te dejara respirar, pero tampoco largarte de allí (de la vergüenza ajena no se puede huir, hay que lidiar con ella hasta que decide desaparecer). Luego llega la lástima que impele a proteger, a evitar que, de un modo u otro, se haga daño a sí mismo o se lo haga a terceros y resguardarle de su propia tendencia natural a hacer el ridículo. Finalmente, llega el temor. Porque ves que aquello no es inocuo y perjudica a otros.

«Si no compartes su ideario al completo eres fascista y misógino»

Y es en ese punto en el que nos encontramos con Irene. Su cable pelado es la ideología radicalizada sobre la que descansa todo su ideario, todas sus decisiones. Irene Montero, convencida de ser la primera mujer en detectar en este país problemas específicos contra las mujeres por el mero hecho de serlo y en idear soluciones para lograr una igualdad que el estado heteropatriarcal estructural ha evitado por mala fe hasta su advenimiento (no he olvidado las comas, es que hay que leerlo del tirón y enfadadísimo, como ella, y me ha parecido buena idea lograrlo mediante asfixia), ha colectivizado sus traumas y de ese burro no se baja. Si no compartes su ideario al completo eres fascista y misógino. Un ecoterrorista, incluso, a la que te descuidas. Y ahora, con el desaguisado de la ley del solo sí es sí, sigue enrocada en la misma tesis: todo el mundo es fascista, machista y racista, le tiene manía y el perro se ha comido sus deberes. Y si para sostenella y no enmendalla hay que desacreditar a las instituciones, pues se hace. Así, la responsabilidad de todo es de los jueces (y las juezas) que aplican mal una ley irreprochable para beneficiar a los delincuentes. ¿Con qué fin? Pues perjudicar a Irene Montero. Por machismo y por maldad.

Lo de menos son las víctimas que están viendo cómo sus agresores salen a la calle o ven reducidas sus penas. Aquí lo importante es que el heteropatriarcado le quiere hacer daño y eso solo demuestra que lo está haciendo muy bien. Si esto no es violencia vicaria de Estado, yo es que ya no sé. 

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