La peor columna de opinión de la historia
«En este país hay un clamor: queremos decidir. La voz de los desarraigados, la voz de los sin voz se eleva por encima del ruido y la furia de la política»
¿Cuándo se jodió el Perú? Me lo pregunto a menudo, como se preguntaba Zavalita en esa maravillosa novela del premio Nobel Mario Vargas Llosa. Me lo pregunto en esta España de «hunos» y «hotros». ¿Por qué tanto odio? La derecha está instalada en el cuanto peor, mejor. Todavía no hemos aprendido que no se puede ser tolerante con los intolerantes. Y la izquierda, por su parte, está cada vez más dividida. Y eso es combustible para la ultraderecha. ¿Qué hacer? La solución, no nos queda otra, es el diálogo. Ya lo decía el maestro Juliana: mirada serena, luces largas y, sobre todo, finezza.
Vivimos en tiempos complejos. La sociedad está cambiando. En el tablero político hay partida nueva. Se han vuelto a repartir las cartas. Los jóvenes quieren un futuro, no un pasado. ¿Qué mundo queremos dejar a nuestros hijos? En este planeta globalizado, ya no valen las soluciones de siempre. Hay que pensar a largo plazo. Si no hacemos nada, cuando despertemos, el dinosaurio del descontento seguirá allí. Y eso puede convertirse en combustible para la ultraderecha.
El otro día un joven me paró por la calle. Me dijo: «Ricardo, esto no puede seguir así. Está en juego la democracia». Le di una moneda y le respondí: «Tienes razón. Algo se ha roto. Hay líneas rojas que no deben traspasarse». Antes de marcharse, me presentó a su hija de ocho años, que me preguntó que si ETA ya no mata, ¿por qué seguimos hablando de ella? Yo le dije que hay algunos que querrían que siguiera matando. «¿Qué más tiene que hacer la izquierda abertzale para ser legítima?», se despidió la pequeña. No supe qué decirle. Su sentido común –que es el menos común de los sentidos– me abrumó. El futuro es de las niñas.
«Los jóvenes quieren un futuro, no un pasado. ¿Qué mundo queremos dejar a nuestros hijos? En este planeta globalizado, ya no valen las soluciones de siempre»
Cuando no sé qué hacer, ni qué pensar, cuando estoy perdido y abrumado, cuando no tengo un timón al que agarrarme, cuando me abate el descontento, pienso en los sanitarios. En su fortaleza, en su empeño. Aplaudamos de nuevo. Tenemos la mejor sanidad pública del mundo. Los interesados en desmontarla no saben lo que es hacer cola en un centro de salud. La patria es un hospital público; la patria es un centro de salud.
¿Qué hacer?, me vuelvo a preguntar. En primer lugar: cuidado con la extrema derecha. En segundo lugar: cuidado con quienes quieren desprestigiar a este gobierno, instalados en la antipolítica y el negacionismo. En este país hay un clamor: queremos decidir. La voz de los desarraigados, la voz de los sin voz se eleva por encima del ruido y la furia de la política. No les olvidemos. Pero, de nuevo, cuidado: es también combustible para la ultraderecha.