¡Vamos Rafa!
«Lo que es una verdad irrefutable es que sin esfuerzo no hay éxito, por lo tanto, la cultura del mérito y del esfuerzo es esencial para el progreso de la sociedad»
Anda cierto sector de izquierda mundial empeñada en intentar convencer a la sociedad de una sandez: que el éxito es fruto del privilegio y no del esfuerzo.
Es obvio que el reverso de esta boutade tampoco es una verdad absoluta, porque el éxito es hijo en gran parte del esfuerzo, pero también lo es del privilegio, y por supuesto de muchos otros factores, como explica muy bien en su libro Outliers el periodista y escritor Malcom Gladwell. Lo que es una verdad irrefutable es que sin esfuerzo no hay éxito, por lo tanto, la cultura del mérito y del esfuerzo es esencial para el progreso de la sociedad.
Esta teoría contra la meritocracia es una de las muchas absurdas banderas culturales enarboladas por un sector desnortado de la izquierda. Desgraciadamente, la citada argumentación tiene cada vez más adeptos en el mundo, y tiene el potencial de hacer mucho daño al desarrollo económico, político y social del futuro. Entre los que la apoyan públicamente existen personajes muy relevantes, como el propio canciller alemán, el social demócrata Olaf Scholz, el célebre filósofo y profesor de Harvard Michael Sandel, y también una ristra de habituales políticos populistas. Me da la sensación que las razones para sostener estos postulados son fundamentalmente ideológicas. Es decir, construyen un argumento exclusivamente para llegar a una conclusión premeditada.
Empecemos por explicar cómo piensan filósofos como el renombrado Sandel, extremadamente inteligente, buen comunicador y renombrado profesor de Harvard (por cierto, recomiendo ver su fascinante curso de Harvard sobre la ‘Justicia’, gratis online). En sus recientes escritos sobre la «tiranía del mérito» es uno de los grandes prescriptores de esta teoría. Basa su filosofía (algo moralista en este caso) en que la meritocracia, entendida como un sistema que premia a la gente en función del talento, el esfuerzo y sus logros, es una estructura que viene dominada por las clases educadas dominantes. El resultado es que estas no otorgan ningún valor a las formas de trabajo donde prima el esfuerzo manual o físico. Según este filósofo, el problema de la meritocracia es que en nuestro ecosistema neoliberal las oportunidades no son iguales para todos, y se termina por catalogar a las personas en ganadores y perdedores. Por lo tanto, la meritocracia crea arrogancia entre los ganadores y humillación hacia los que se han quedado atrás. Finalmente, argumenta que esto está creando una enorme frustración en la sociedad, que lleva a los votantes de la clase trabajadora a abandonar a los partidos de izquierda para apoyar a políticos y a partidos populistas autoritarios (Donald Trump, el Brexit, Le Pen).
Una vez entendidos sus argumentos veamos cuáles son sus conclusiones. La primera es que hay que concentrarse menos en preparar a la gente para la competencia meritocrática y hay que centrarse más en la dignidad del trabajo. A continuación debemos impulsar medidas y políticas que hagan la vida mejor y más segura para los trabajadores, independientemente de cuáles sean sus logros y títulos académicos. Porque según Sandel, el error es asumir que crear más igualdad de oportunidades es una respuesta suficiente a las enormes desigualdades de ingresos y riqueza que ha provocado la globalización neoliberal.
¿Y cómo se arregla todo esto según los defensores de esta teoría? Pues como toda medida que viene de la izquierda: más intervencionismo social, y con impuestos, más impuestos.
Desgraciadamente, Sandel asume que las clases trabajadoras deben votar a la izquierda, lo cual es un punto de partida manipulativo. En cuanto a la arrogancia del exitoso, es muy fácil comprobar que esta no es coto privado del ganador, sino que existe en todas las capas de la sociedad. Esto lo afirmo sin pudor, porque creo firmemente que el éxito profesional no determina el éxito en la vida. El éxito en la vida es un conjunto de logros personales, espirituales, familiares, académicos, sociales, e intelectuales. Hacer una reducción del éxito al dinero es absolutamente materialista e incorrecto. Por otro lado, es verdad que en esta sociedad las oportunidades no son iguales para todos, y que los privilegiados tienen ventaja. Pero también la tienen los espabilados, los inteligentes, los nacidos en el mundo desarrollado, los que tienen buena salud y los que no son minorías, entre otros muchos. ¿Vamos a hacer una lobotomía al listo para que no tenga ventaja sobre los demás?
«Del éxito personal salen los mejores frutos para la sociedad. Pero el mérito nunca es individual, sino que siempre es colectivo, siempre hay un grupo detrás del exitoso»
Es esencial continuar preparando a la gente para destacar por sus méritos propios obtenidos por la multitud de factores anteriormente citados. Del éxito personal salen los mejores frutos para la sociedad. Pero el mérito nunca es individual, sino que siempre es colectivo, siempre hay un grupo detrás del exitoso. Por supuesto, también hay que enfocarse en dignificar el trabajo peor remunerado, empezando por dejar de afirmar solemnemente que el trabajo manual está percibido como inferior al intelectual, porque esas afirmaciones consolidan esa imagen distorsionada. Recordemos que prima el trabajo físico en los éxitos de personajes como el tenista Rafa Nadal, la actriz Penélope Cruz, o la escultora Cristina Iglesias ¿Y qué pasa con cualquier fisioterapeuta, modisto, modelo, soldador, fontanero, agricultor, artesano o cualquier otro profesional que esté profundamente satisfecho con su vida? ¿Es acaso un perdedor? Podría seguir haciendo una lista larguísima de profesionales que trabajan con su físico entre los que hay gente feliz y muy exitosa profesionalmente o vitalmente.
Obviamente, hay que continuar mejorando la seguridad en el trabajo y las condiciones laborales, y además esforzarse porque todos tengan mejores salarios. Pero, en paralelo, hay que garantizar que la igualdad de oportunidades siga siendo el pilar de la sociedad. Para lograr ese objetivo hay que crear un sesgo positivo hacia los más desfavorecidos ofreciendo una excelente y mucho más exigente educación en los colegios públicos, facilitando la proliferación de becas, y promoviendo una cultura de la excelencia y del esfuerzo, y no del igualitarismo por abajo y de la subvención.
Trabajemos para que la sociedad no valore más el dinero que otros logros personales, profesionales, intelectuales o artísticos. Es aberrante que alguien, por el mero hecho de ganar más dinero que otro, se sienta superior y viceversa.
¿Y para terminar, solamente queda preguntar por qué cierta izquierda quiere deslegitimar el mérito? Sencillamente porque sin meritocracia, el esfuerzo y el progreso personal dejan de tener valor. El menos privilegiado deja de esforzarse y se convierte en alguien sin futuro, pobre y manipulable. Porque inoculando el virus del miedo en la población (receta clásica de esta ideología política) – en este caso el virus del miedo al fracaso – se consigue desarrollar una cultura igualitaria del débil, donde solo ‘Papa Estado’ puede proteger al individuo de la pobreza. Y cuando ‘Papa Estado’ te tiene cogido por «ahí», no hay quien se lo pueda quitar de encima.
Ahora que he cogido carrerilla, aprovecho para reclamar a nuestras autoridades una nueva época dorada de reconocimientos públicos para los exitosos, otorgados con toda la pompa del Reino de España, vía condecoraciones y títulos nobiliarios, prioritariamente dirigidos a aquellos a los que no acompaña el rédito económico a su prestigio profesional.