El «deber» del recuerdo
«La verdad hay que repetirla en todas partes y a todas horas, para que nadie vote engañado»
Hace hoy 20 años publicaba el libro derivado de mi tesis «La función de recuerdo de los medios de difusión: qué pasa cuando en los medios parece no pasar nada sobre un tema».
Siempre he tenido curiosidad de saber por qué hay temas que copan los medios y luego desaparecen y, sobre todo, por qué algunos afloran cíclicamente en las portadas.
Decidí estudiar las dinámicas de construcción de los problemas sociales en el doctorado: me interesaba no tanto la irrupción de asuntos públicos, como la repercusión de su mantenimiento en el tiempo. Fue así como descubrí que la comunicación colectiva ejerce una importante labor. Mediante ciertos mecanismos mantiene contenidos que, sin ser novedosos, consiguen que los ciudadanos los consideren problemas. La «función de recuerdo» permite mantener esfuerzos y poner en marcha acciones y ha resultado (y sigue resultando) esencial, por ejemplo, en la lucha contra el SIDA o contra la violencia de género.
Si hace 20 años me interesó la construcción de temas sociales, hoy me preocupa su «borrado» y el efecto que éste tiene sobre la muerte cívica de la ciudadanía.
Hace unas semanas les hablé del gaslighting, del que estos días hemos visto un ejercicio coral con diputados del PSOE reproduciendo un argumentario oficial: «El PP y el poder judicial son los golpistas y delincuentes». La justificación defensiva de desvergüenzas se ve en las declaraciones surrealistas del señor Sicilia, o en los tuits bochornosos de la señora Martínez Seijo, que obedecen a la consigna de «liad la realidad, porque que la gente no se entera o no se acuerda».
Eso esperan. Porque, ciertamente, el desconocimiento, la incultura y la labilidad de la memoria en el tiempo son cooperantes necesarios para los planes de todos los tiranos.
La semana pasada se ha producido una ignominia inaudita en nuestra democracia: la aprobación de unas «leyes de desconexión» -mediante una reforma del Código Penal que, con la sedición, avala golpes de Estado; con la malversación, perdona corrupción política; y, con la modificación de la elección del CGPJ, permite futuras vulneraciones a nuestra Carta Magna. Lo más grave de todo esto es que las reformas han sido impulsadas por un partido que se presentó a las elecciones como máximo garante de la defensa del Estado: para conseguir los votos, el PSOE prometió a los votantes todo lo contrario a lo que después ha hecho.
Estos días se ha comprobado que, desde la moción de censura, Sánchez tenía un plan. A cambio de dejar ir «de rositas» a los secesionistas y de impulsar una pinza Fiscalía-Tribunal Constitucional -para hacer posibles lecturas torticeras de la Constitución que permitan a los quieren romper España cumplir sus deseos-, Sánchez (y, no nos engañemos, el PSOE) se perpetuaban en el poder. Poca broma, que los partidos políticos son hoy las mayores agencias de colocación de este país. Hay mucho en juego.
Lo grave no es Sánchez tuviera un plan. Lo grave es que el PSOE no lo contó y, con ello, engañó a los españoles.
Cobran hoy un inmenso valor unas palabras que Albert Rivera pronunció en la tribuna del Congreso el 22 de julio de 2019, durante el debate de investidura (que terminó con la convocatoria de nuevas elecciones). Entonces, en un discurso que la mayoría no terminamos de entender, Rivera explicó, punto por punto, el guion pautado de todo lo que después ha pasado. A saber cómo se enteró. Lo cierto es que a la mayoría de los españoles, entonces, nos pareció todo ciencia-ficción, cosa de locos.
Hoy se ve claro que, verdaderamente, Sánchez nunca quiso pactar con Ciudadanos. Para reformar un país y gobernar una legislatura, como hubiera sido lo deseable, al PSOE le hubiera bastado el partido naranja de entonces. Pero, para volar y retorcer un sistema, a cambio de mantenerse sine die en el poder, no. Les aseguro que no lo hubiéramos votado la mayoría de los diputados que en esos momentos estábamos en el grupo parlamentario. Por eso, solo le cuadraban los números con «la banda».
Lo cierto es que, hasta ahora, nunca se ha podido gobernar España con tranquilidad absoluta sin estar al servicio y al dictado del nacionalismo.
Sánchez azuzó el «con Rivera no» y, ayudado por todo su establishment mediático, ese que hoy se empeña en no querer recordar lo que pasó en Cataluña, destruyó a Rivera. Y con él, a Ciudadanos. Porque, como se está viendo ahora también, nos metió un caballo de Troya dentro. Pero que quede claro que fueron Sánchez, el PSOE y parte del poder de este país quienes entonces eligieron.
Hace unos días, 120 diputados del PSOE, sin vergüenza, con nombres y apellidos, en antítesis a su compromiso electoral, han votado para retorcer la Constitución y el Código penal vía parlamentaria con el fin de dar cabida a exigencias de delincuentes secesionistas. No lo digo yo, lo han dicho los ‘indepes’ riéndose del Gobierno. Eso sí, con el fin de evitar una opinión pública hostil y un cabreo de españoles engañados (no olvidemos que la mayor parte de votos se dieron a una socialdemocracia constitucionalista), como Goebbles, los tertulianos de corte y los representantes políticos cambian el nombre de las cosas y, a «ceder y venderse» lo designan eufemísticamente «desinflamar».
La indignación de mucha gente me consta que es mayúscula, pero los estrategas la dan por descontado. «Haz que pase» y neutralizarás la resistencia.
El bombardeo indiscriminado de informaciones (a cuál peor) ha aturdido tanto a muchos ciudadanos que, sin tregua para reaccionar, hemos terminado confundiendo «quejas» con «rebelión». Pondremos cientos de tuits insultantes hoy, pero no nos acordaremos del cabreo cuando haya que llevarlo a la acción con el voto.
«La votación parlamentaria sólo va a servir para legitimar al presidente y dar carpetazo al tema»
No hay nadie a quien le venga mejor una moción de censura fallida que a Sánchez. Salvo que haya dirigentes socialistas que se decidan, por lealtad con España, a liderarla, y que suficientes diputados socialistas la apoyen por dignidad (cosa que no va a pasar), la votación parlamentaria sólo va a servir para legitimar al presidente y dar carpetazo al tema.
¿Qué podemos hacer entonces? Pues, como ellos, trazar un plan. Y ese plan pasa por recordar. Es más, pasa por esperar recordando.
Sánchez (pero sobre todo el PSOE) confían en la memoria lábil de este país. En que nadie recuerde esos 120 votos de la vergüenza. Mucho pan y circo y de esto no se acuerda nadie.
A los socialistas les viene también de cine la falsa dicotomía entre el actual «sanchismo malo» y el «PSOE bueno». El teatrillo ya no cuela: hay que recordar y recordar que, pese a todas las ruedas de prensa de los barones, en las votaciones de la verdad, no se ha perdido ni un voto. Tomen nota los castellanos, los aragoneses y los valencianos.
Igual que hace 20 años tuve la intuición del recuerdo, tengo el pálpito de que se va a tratar de ejercer también una importante «(dis)función del olvido» como estrategia de dominación. Vamos a ver en los medios del sistema una voluntaria «no cobertura» de cuestiones incómodas del pasado, que son clave para entender la dimensión del presente. Ahí, los buenos profesionales del periodismo, al margen de las empresas, tienen mucho que aportar.
Hay que estar para «hacer que no pase». Cada uno, como pueda: con la comunicación interpersonal, grupal y colectiva. De aquí a mayo, desde la sociedad civil, tenemos la obligación de recordar día tras día la ignominia que los partidos del gobierno han impulsado (y permitido) y las consecuencias que va a tener.
La verdad hay que repetirla en todas partes y a todas horas, para que nadie vote engañado.
Ebbinghaus dice en su «curva del olvido» que cuanto más intenso es un recuerdo, más tiempo se retiene en nuestra memoria. Explicar una y cien veces a la gente lo que ha pasado no es una opción, es una obligación cívica. Hasta que vayamos a las urnas. Porque como no lo hace motu proprio, los españoles tendremos que plantearle a Sánchez y a sus acólitos en las municipales y autonómicas nuestra particular moción de confianza.
Una especie de plebiscito: este Gobierno o Democracia.