THE OBJECTIVE
Sonia Sierra

Albert Rivera tenía razón

«Los socios de Sánchez quieren destruir España y para ellos el Rey es la caza mayor»

Opinión
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Albert Rivera tenía razón

Albert Rivera. | TO

En los años que compartí partido con Albert me fascinaba su capacidad para anticiparse: muchas veces parecía oler en el aire lo que estaba por venir. Esa intuición política fue la que hizo que lograra entrar, de la nada, en el Parlamento de Cataluña y, pocos años después, convertir a Cs en uno de los partidos más importantes de España. Y nadie mejor que él –a excepción, quizá, de Rubalcaba- caló a Pedro Sánchez, aunque sus advertencias se perdieran en el aire como las de Casandra.

El 22 de julio de 2019 formuló un discurso en el Congreso, que ahora las redes han recuperado, en el que anticipa las tropelías que iba a cometer Sánchez una vez envestido presidente: «El Plan Sánchez es un plan por el cual el señor Sánchez se quiere perpetuar en el poder controlando la tele pública, las encuestas, criminalizando a los constitucionalistas y lavándole la imagen a sus socio: eso es el plan Sánchez. […] Se trata de criminalizar a todo aquel que no tenga el carné del PSOE, se trata de estigmatizar a todos los constitucionalistas que hemos defendido la libertad, la igualdad y la Constitución durante muchos años, y lavarle la imagen a Otegi en la televisión pública. Y la pregunta es: ¿con quién piensa llevar a cabo este plan, el Plan Sánchez? Pues con su banda. Menuda banda. Con Otegi brindando, con los nacionalistas en Navarra, con los de MES en Baleares, con los nacionalistas en la Comunidad Valenciana, con Podemos llevando la economía de España… […] Ese plan es un plan para una década». Las negritas son mías, porque aunque con el ruido que lograron los voceros mediáticos del PSOE con lo de «la banda», esto pasó desapercibido y, en realidad, es la clave de todo el discurso.

«Los separatistas vascos y catalanes son meros instrumentos en manos de Sánchez que tiene como único fin perpetuarse en el poder»

Se habla mucho de todas las cesiones que Sánchez ha realizado –y lo que te rondaré, morena- a sus socios separatistas y filoetarras para permanecer en la Moncloa y, por supuesto, estas son muy graves. Es muy duro para los que dimos la cara por el Estado de derecho en los momentos más aciagos de 2017 ver como ahora los separatistas no solo se van de rositas, sino que los socialistas están a dos ruedas de prensa de decir que ellos sí son constitucionalistas pata negra y no esa marabunta de la malvada derecha y ultraderecha que no hacen otra cosa que saltarse la Constitución. El chiste se explica por sí solo: Otegi dijo con todas las letras que el Gobierno depende de los que «nos queremos marchar», ERC ya ha puesto sobre la mesa un nuevo referéndum de autodeterminación y Sánchez cuenta en su haber con dos Estados de alarma inconstitucionales. Con defensores como estos, la Constitución no necesita enemigos. Pero, por muy grave que sea, los separatistas vascos y catalanes son meros instrumentos en manos de Sánchez que tiene como único fin perpetuarse en el poder. De ahí la importancia de las palabras de Rivera: «Ese plan es un plan para una década».

Como a todo buen tiranuelo –y Sánchez lo es-, le molestan los contrapesos del Estado y ese es el principal motivo de su ansia por controlar el CGPJ y el TC, más que complacer –que también- a sus socios del Gobierno Frankenstein. En un Estado de derecho ningún poder está por encima de otro y eso es, entre otras cosas, lo que distingue a una democracia de otro tipo de regímenes, pero Pedro Sánchez parece que se inclina por el l’Etat, c’est moi y le cogió el gusto a mandar sin molestas cortapisas durante los Estados de alarma. El mismo que ahora acusa a los jueces de impedir a las Corte Generales legislar, cerró el Congreso durante meses y se quedó tan pichi. No es ninguna casualidad la campaña de desprestigio sistemático que desde este Gobierno se está sometiendo a los jueces –que si son endogámicos; que si solo acceden a la judicatura las personas de cierta clase social; que si son franquistas, aunque la mayoría nacieron en democracia; que si son machistas, aunque la mayoría son mujeres…-  porque tras colonizar todos los organismos que han podido, ahora solo quedan dos impedimentos para el plan de Sánchez y su banda: los jueces y el Rey.

Si se fijan, cada vez que Pedro Sánchez coincide en un acto con nuestro Monarca, se salta el protocolo y esto tampoco es casualidad. Los socios de Sánchez quieren destruir España y para ellos el Rey es la caza mayor porque en una monarquía parlamentaria como la nuestra su figura representa a España, a esa España constitucional que surgió de los grandes acuerdos en 1978. Si bien es cierto que los separatistas siempre lo han tenido en su punto de mira, su odio se agravó después de su imprescindible papel durante el intento de golpe de Estado que consiguió que los constitucionalistas saliéramos en masa a las calles gracias, entre otras cosas, a su discurso del 3 de octubre. Si a esto sumamos que Sánchez, es sus delirios narcisistas, quiere ser el Jefe del Estado y su esposa, la Primera Dama, se entienden mejor los «errores» del protocolo cada vez que se ven así como las presiones a las que lo someten para que tercie en el tema de la renovación del CGPJ y el TC. 

Albert Rivera tenía razón, pero cuando explicó el Plan Sánchez resultaba tan inverosímil que la mayoría no lo creyó. A eso hay que sumar que todo un ejército mediático, prietas las filas, perpetrara una campaña de desprestigio hacia él y lograron que se grabara en el inconsciente colectivo que Pedro Sánchez quería pactar con Rivera e, incluso, hacerlo vicepresidente, pese a que esa oferta jamás existió, y que al pobre no le quedó otro remedio que pactar con los separatistas ante su rotunda negativa. Ahora ya solo queda desear, por el bien de nuestro país, que Sánchez no se perpetúe en el poder al más puro estilo chavista. En nuestras manos está.

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