THE OBJECTIVE
Daniel Capó

Una alianza a largo plazo

«Asistimos a una mutación del PSOE similar a la que vivió CiU al transformarse de partido central de la estabilidad en movimiento populista de ruptura»

Opinión
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Una alianza a largo plazo

Pedro Sánchez y Pere Aragonès.

Pedro Sánchez llegó al verano con unas perspectivas inquietantes. Los indicadores económicos oscilaban al ritmo de la inflación y de unos crecientes tipos de interés que amenazaban con ahogar la incipiente recuperación. Las bolsas bajaban, mientras los augures pronosticaban un nuevo crash como el del 2008. La experiencia nos ha enseñado que no es precisamente un oficio sencillo el de adivinar el futuro; pero el relato, o los relatos, definen un clima y unas expectativas. Y, en mayo y junio de 2022, la crisis parecía a la vuelta de la esquina: quizás para el otoño, cuando los meses ociosos de las vacaciones hubieran transcurrido.

Pero a Sánchez no le preocupaba la economía –no directamente, quiero decir–, sino el poder, su lenguaje, su permanencia. Tras la caída de Pablo Casado, la aparición de Núñez Feijóo había servido como catalizador del voto flotante: aquel que se rige por las variables económicas. Feijóo se presentaba en Madrid como un político serio, experimentado, moderado y tranquilo; un hombre de palabra, en definitiva. No se le podía acusar de fanático ni de ideologizado ni de nacionalista español ni de franquista ni de… La demoscopia apoyaba esta lectura, con un avance constante y consolidado de los populares sobre los socialistas. En aquellos meses teorizábamos –yo también– que, en sociedades líquidas como la nuestra, ninguna moda (y el poder tiene algo de moda) dura demasiado tiempo. Sin embargo, hay una constante histórica que siempre se ha repetido en la España democrática: el PSOE sólo pierde el poder cuando la economía se derrumba. Así, a punto de entrar en el verano de 2022, convergían dos vectores –la aparente solidez de Feijóo y el escenario inflacionista– contra las pretensiones políticas de Sánchez. Y además, en apenas un año, se convocarían elecciones autonómicas y municipales, antesala de las generales.

«La provocación del adversario forma parte de un guion que necesita de chivos expiatorios, victimización y culpabilidad»

La respuesta a aquellas perspectivas negativas la empezamos a conocer ahora. Se articuló por una doble vía. Por un lado inundar de dinero el mercado, a fin de que la economía quedara de un modo u otro intervenida: bonos y ayudas, subidas salariales y de pensiones, campañas publicitarias sin límite y una lluvia de miles de millones de euros –los famosos fondos europeos– para la industria. Esto permitiría enmascarar la crisis –al menos durante un tiempo– y modular el malestar social anulando la crítica. Por el otro, la estrategia del sanchismo pasaba por garantizar sus pactos de gobierno a largo plazo, iniciando una nueva dinámica de poder que fuera más allá de los meses inmediatos: un programa de transformación institucional y moral del país en línea con los intereses de sus socios. Ello exigía definir como reliquia el 78tal y como expliqué en mi anterior columna–, demonizar a la oposición (incluyendo al Rey, al que se considera otra pieza del pasado) y explotar la tensión partidista de unas elecciones que se quieren en clave plebiscitaria, lo cual responde a la lógica implícita a la dialéctica amigo/enemigo. Entre todas estas iniciativas, la provocación del adversario forma parte de un guion que necesita de chivos expiatorios, victimización y culpabilidad.

En realidad, como señaló con acierto Juan Milián hace ya un tiempo en su libro El proceso español, muchas de las técnicas y retóricas del procés han penetrado en el corazón del Estado y, casi sin darnos cuenta, asistimos a una mutación del PSOE similar a la que vivió CiU –el pal de paller de la política catalana– al transformarse de partido central de la estabilidad en movimiento populista de ruptura. Podemos buscar un motivo u otro, y poco importa ahora mismo dilucidar el origen de nuestros males. Lo que cuenta es hacia dónde nos dirigimos. Y la dinámica de los pactos que sostienen a Pedro Sánchez en el poder es esta: decir adiós al pasado para dar inicio a algo nuevo y muy distinto.

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