THE OBJECTIVE
Ricardo Dudda

Todo es política, todo es partidismo

«Cuando no comprendemos algo, lo interpretamos en clave ideológica aunque nos equivoquemos. De ahí la tendencia a hablar de jueces de izquierdas y de derechas»

Opinión
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Todo es política, todo es partidismo

Reunión del CGPJ con Rafael Mozo como presidente. | Europa Press

Todo es política, dicen muchos, y lo que quieren decir es que todo es política ideológica. Y en la política ideológica solo hay dos opciones, aparentemente: izquierdas o derechas. El New York Times hizo un artículo a finales de 2020 titulado: «¿Sabes distinguir un frigorífico Trump de un frigorífico Biden?». En él hay varias fotografías del interior de frigoríficos y puedes votar si crees que son de votantes de Biden o de Trump. Hay frigoríficos de izquierdas y de derechas. 

La tentación de segmentar ideológicamente es comprensible. La ideología siempre se ha explicado, la han explicado los politólogos, como un atajo mental: no puedo tener una opinión sobre todos los asuntos públicos, así que delego en la ideología para saber lo que pensar. Es obviamente un heurístico con muchísimas carencias: hay muchas cosas en política que no son ni de izquierdas ni de derechas. Por eso el ciudadano da un paso más; no delega en la ideología sino directamente en los partidos. Como la política hoy no existe fuera de los partidos, todo es política partidista

«Llama la atención lo perdida que está la prensa cuando no pueden etiquetar ideológicamente a alguien»

A veces, cuando no comprendemos algo, lo interpretamos en clave ideológica para sentir que lo entendemos. Aunque estemos muy equivocados. De ahí la tendencia a hablar de jueces de izquierdas y de derechas, por ejemplo, en el debate sobre la renovación del CGPJ. No sabemos qué está pasando, es algo muy técnico; lo más fácil es interpretarlo como una disputa exclusivamente ideológica. Y es obvia la instrumentalización política de la justicia. Y es obvio que un órgano de gobierno de jueces donde los partidos colocan a sus candidatos está ideologizado. Pero llama la atención lo perdida que está la prensa, y en general muchos participantes en el debate público, cuando no pueden etiquetar ideológicamente a alguien o algo. «Pero, ¿tú de quién eres?», preguntan confundidos los periodistas constantemente. 

En una carta a la directora de El País, el magistrado emérito del Tribunal Constitucional Manuel Aragón se queja de que el periodista Xavier Vidal Folch lo describe en un artículo como «tránsfuga ideológico» porque, a pesar de que fue nombrado por el PSOE, fue un «paladín del recorte del Estatut catalán de 2006». Es decir, votó en contra de lo que defendía el partido que lo colocó. «Cuando accedí al Tribunal», dice Aragón, «dejé claro a quien me propuso que allí, como es obvio, actuaría con absoluta independencia de criterio, de manera que ni entonces ni nunca, aceptaría formar parte de una institución como esa supeditando mi actuación en ella a una determinada ideología». En vez de señalar la politización de la justicia para denunciarla, la prensa la señala para reafirmarla. La politización simplifica los debates. También simplifica mucho la cobertura mediática. El sueño de algunos es que los analistas participemos en el debate público con un pin que indique nuestra ideología; como quería hacer Podemos en RTVE, los periodistas en las tertulias acudirían siguiendo una cuota ideológica.

España tiene un problema de politización de las instituciones. El Gobierno de Pedro Sánchez enterró definitivamente el momento reformista que surgió hace diez años tras la crisis. Pero también hace falta una desideologización del debate público. Porque como escribió el sociólogo Daniel Bell, «la política ideológica, la política a ultranza –la política que se grita en nombre del pueblo y que, como observó una vez Groucho Marx, busca el poder para los que gritan ‘poder para el pueblo’– destruye al pueblo y a menudo también a los que gritan».

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