THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Competición de victimistas

«Renunciamos a derechos y libertades para honrar a colectivos de víctimas de las que no somos responsables, pero cuyas imposiciones son tiránicas»

Opinión
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Competición de victimistas

Ilustración. | The Objective.

Irene Montero se ha victimizado. En cuanto sintió en el cogote el aliento de sus verdugos por el fracaso de su ley del solo sí es sí, una torpeza de una diputada de Vox la salvó. La ministra se victimizó, y consiguió el respaldo de los que querían aprovechar la ocasión para echarla. 

Tras el triunfo de su artimaña, esta semana ha repetido el truco. Ante las peticiones de dimisión por su error fatal, dice que sobre ella se ejerce «violencia política». Esta vez ha ido más allá: ha afirmado que el PP fomenta la «cultura de la violación». 

La victimización de la ministra le ha servido para recobrar protagonismo en el mundo mediático de la izquierda cuando creía que todo estaba perdido. Es evidente que donde hay conflicto con supuestas víctimas y verdugos del patriarcado fascista, ahí está el supremacismo moral de la izquierda para hacer justicia social.

Pedro Sánchez ha hecho lo mismo. Justo el día en que se debatía la eliminación del delito de sedición, el presidente opta por victimizarse. Cuando iba a recibir la justa crítica por parte de la oposición y Lambán decía que el país no merecía sufrir a Sánchez, va el Gobierno y saca unas cartas pirotécnicas de hace una semana. El sanchismo eligió el momento para victimizar al César y convertir al agresor de la democracia en agredido por los violentos. 

Victimizarse se ha convertido en un instrumento político cada vez más poderoso. De hecho, la política de cancelación y la izquierda woke se fundamentan en la victimización de personas, culturas y demás. Lo hace el feminismo, el movimiento trans, los ecologistas y demás feligreses de las religiones políticas. 

«Nuestra sociedad es autora y prisionera a la vez de la fabricación de víctimas»

Hemos llegado al punto de que nuestra sociedad es autora y prisionera a la vez de la fabricación de víctimas. Tenemos un victimario al que sacrificamos nuestras libertades de expresión y acción

Renunciamos a nuestros derechos para honrar a colectivos de víctimas de las que no somos responsables, pero cuyas imposiciones son tiránicas. Asumimos una inexistente responsabilidad colectiva, incluso si se refiere a un pasado de la Humanidad cuyo contenido real desconocemos. Nunca está de más repetir que no existe la responsabilidad colectiva, sino la individual, como sabe muy  bien cualquier Código Penal. 

Estamos en una sociedad en la que los únicos héroes son las víctimas del machismo o del racismo; es decir, las mujeres y los negros. Ahora, a estos dos colectivos se han unido el LGTBIQ+ y las víctimas del cambio climático. El problema es que una vez que triunfa el victimismo y se extiende la obligatoriedad de sentirse culpable, se legisla a favor de la discriminación positiva de esos colectivos. 

Vivimos en el tiempo de las víctimas, que desplaza el mérito y la capacidad por el supuesto valor de pertenecer a un colectivo victimizado. Así todo encaja. El mérito es liberal, y por tanto nocivo, explotador, patriarcal, supremacista blanco, darwinista social y contaminante.

En frente está el ingeniero social que moldea la sociedad a través de la legislación en atención al victimismo. Resultado: el cultivo de la mediocridad más absoluta. Esto explica que una nada en el vacío como es Irene Montero esté en un ministerio que podría quedarse en una secretaría de Estado, que gestiona 500 millones de euros al año. Un dinero, por cierto, que no ha servido para reducir el número de víctimas, y con el que se podría ampliar en 15.000 efectivos el Cuerpo de Policía. 

Nos hemos instalado en la cultura de la queja desde el infantilismo más rancio, buscando la instalación de un Estado moral, fundado no en la igualdad sino en el ajuste de cuentas. Una vez reconocida la condición de víctima, como hacen Montero, Sánchez y tantos izquierdistas, ya tienen la legitimidad moral para actuar y legislar, crear derechos o prohibir. 

«El victimismo es hoy un arma política que descoloca a los que no son de izquierdas»

Por esto la izquierda puede insultar en el Congreso, y la derecha solo puede cerrar la boca. Unos, los de izquierdas y los nacionalistas –otros victimizados a pesar de sus privilegios-, pueden decir lo que quieran, difamar y apuntar con el dedo, decir que acabarán con la oposición o que será el último día que la derecha hable, y no pasa absolutamente nada. 

El victimismo es hoy un arma política que descoloca a los que no son de izquierdas. Este uso partidista y deformador genera una perversión del delito; es decir, que no importan las verdaderas víctimas. Ejemplo: Irene Montero no siente nada si su ley deja en la calle a los delincuentes sexuales y perjudica a las mujeres agredidas. No ha dicho nada. Al contrario. Se inventa un enfrentamiento con los jueces y la derecha, y se victimiza. 

Sánchez ha hecho lo mismo. Ahora resulta que su presidencia genera tanta animadversión que algo que antes se llevaba en secreto, como era la recepción de cartas bomba y amenazantes, se convierte en parte del teatro sanchista. Perdí la cuenta de las horas de televisión pública dedicadas a las cartas pirotécnicas a Sánchez que ocultaron el debate sobre el delito de sedición o la «diarrea legislativa» de Irene Montero. 

La cultura de la victimización está convirtiendo en buenos y sufrientes a personajes malos y agresivos. Su uso en democracia es directamente proporcional al espíritu totalitario. El daño es evidente: trastoca la moral, pervierte la democracia y la justicia, elimina la libertad de expresión, y generaliza para excluir y apropiarse del poder. No olvidemos que quien domina la mentalidad, controla la política. 

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