THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

Las braguetonas de Podemos

«Más allá de la ridícula reprimenda del Ministerio de Igualdad a una bodega por la etiqueta de un vino, el episodio retrata a esa izquierda ayatolá cada vez más cerril»

Opinión
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Las braguetonas de Podemos

Etiqueta del vino Demasiado Corazón. | Europa Press

O más bien de una izquierda tristemente decadente.

Pero vayamos por partes. Se diría que a fuerza de costumbre y de hastío, no se ha reparado lo suficiente en el asunto de la bodega del Bierzo a la que el Instituto de la Mujer reprendió por la etiqueta de su vino Demasiado Corazón, un godello apreciable. Se trata de una ilustración playera casi naif, de un optimismo suavemente ingenuo, obra  de Joan Moscardó, con su impronta alegre y vitalista. Una chica frente al mar con un biquini de corazones, nada de brasileña o tanga, más bien un bañador casi infantil. El caso es que el Instituto dependiente del Ministerio de Igualdad no ve el mar ni la alegría, sino  «los glúteos», y en definitiva una «cosificación femenina […] presentando a la mujer como un objeto sexual».

Escandalizarse por esa etiqueta demuestra, a la vez, una mirada sucia, capaz de ver imágenes sexualizadas donde cualquiera ve una estampa alegre de un verano alegre, con un enfermizo instinto de persecución de la libertad, como ayatolás de lo suyo que por supuesto exigen tapar el cuerpo.

Irene Montero, Pam y compañía, si bien se mira, vienen a ser como aquel Papa retorcido y obsesionado con el sexo, para la historia Pío V, tridentino e inquisidor, al que le resultaba insoportable la desnudez en las pinturas de Miguel Ángel en La Capilla Sixtina –uno de los puntos más cercanos a la gloria que haya alcanzado la condición humana– y ordenó taparlas. El encargo recayó en Volterra, que pasaría a la Historia con el sobrenombre irónico de Il Braghettone.

Pues eso, las braguetonas de Podemos.

«Este episodio no va de cosificación sino de la obsesión paranoica de esas funcionarias cada vez más cercanas a una policía de la moral»

Cualquiera puede distinguir, efectivamente, los anuncios de mal gusto que cosifican a la mujer. Y si no, para algo se financia al Instituto de la Mujer. Pero este episodio no va de cosificación sino de la obsesión paranoica de esas funcionarias cada vez más cercanas a una policía de la moral, en permanente agitación de la sospecha. Ahí fluye el macartismo de la izquierda que señala certeramente Alejo Schapire, autor de La traición progresista donde despliega el estupor ante una izquierda que ha renunciado a algunos de sus valores fundamentales como la libertad de expresión y los ideales universales de emancipación, en una deriva donde afloran rasgos puritanos e insólitas conexiones con el oscurantismo religioso. Esto del vino es un ejemplo anecdótico pero, elevado a categoría, muy revelador 

Por supuesto esta secta del Ministerio de Igualdad suma adeptas y también algunos adeptos. De no ser así, tal vez no valdría la pena detenerse en la chusca misiva institucional con retórica de sacristía reprimida, a medido camino entre los viejos censores del Índice y los nuevos clérigos iliberales. Ayer mismo el diario El País, la vieja referencia del ideario progresista, publicaba la carta de una lectora escandalizada por esa etiqueta del vino puesta en la picota por el Instituto de la Mujer: «Utilizar el culo de una mujer para vender vino, adornado de ridículos corazoncitos, mientras tres amigotes beben vino es, sencillamente, indignante». El periódico estimó que era una pieza valiosa, y le dio más publicidad que a sus mejores artículos y tribunas.

Esa idea del grupo de amigos –la carta dice amigotes como podía haber dicho señoros, otro término bobo de cierto feminismo para identificar al hombre como una categoría caricaturizada– adquiriendo el vino seducidos por el dibujo de la mujer para embriagarse resulta muy gráfica de la miopía enfermiza y antiliberal en la que se sustenta.

«La etiqueta es una ilustración agradable en la que solo una pirada o un pirado ve la imagen de un culo sexualizado»

La etiqueta, vuelvan a mirarla, es una ilustración agradable en la que solo una pirada o un pirado ve la imagen de un culo sexualizado.  Almázcara Majara es una bodega que hace vinos decentes a un precio soportable. Majara le viene de la primera sílaba del nombre tres amigos propietarios: Manuel; Javier, el fundador; y Raúl; y Almázcara es un pueblo leonés, entre Ponferrada y Bembibre, con unos pocos cientos de habitantes. Sus vinos los decoran con esas etiquetas concebidas para transmitir su espíritu. Hay otras etiquetas semejantes, como la del velero Cobija del Pobre. Seguramente el ministerio les ha hecho un favor dándoles una publicidad formidable. También los ha colocado  en  el punto de mira, y no es descartable que tengan algún ataque de activistas entusiastas. Irónicamente podrían ser de Femen con las tetas al descubierto.

De hecho, el episodio ha resultado tan ridículo que el propio Ministerio de Igualdad ha rectificado. Un hito extraordinario, pues de hecho aún no han sido capaces de desandar la ley del solo sí es sí que ya ha rebajado decenas de condenas y ha sacado a un puñado de agresores sexuales a la calle. Tras la polémica admiten que la retirada «pudiera ser desproporcionada» –a ver, «pudiera ser» no, es– para refugiarse en la jerga administrativa y concluir «procedemos a rectificar la solicitud». Pero, más allá del espectáculo ridículo, este episodio sonrojante retrata poderosamente a esa izquierda ayatolá cada vez más cerril.

La etiqueta lleva una década en uso. 

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