THE OBJECTIVE
Jordi Bernal

Peronismo podemita

«Caídas Cuba y Venezuela por su propio peso de dictadura y miseria, el peronismo brinda a nuestra frívola izquierda la enésima oportunidad de hacer el ridículo»

Opinión
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Peronismo podemita

Irene Montero posa junto a Cristina Fernández de Kirchner. | Redes Sociales

Pocas causas derribadas le quedan ya que abrazar al populismo podemita. Una de las últimas la ha encontrado en la figura de Cristina Fernández de Kirchner, condenada a seis años de prisión e inhabilitación perpetua. Caídas Cuba y Venezuela por su propio peso de dictadura y miseria, el peronismo argentino brinda a nuestra frívola izquierda de sacristía la enésima oportunidad de hacer el ridículo lejos de casa. Los experimentos con gaseosa. El único peligro es que ahora mismo la alegre muchachada que no tiene ningún reparo en apoyar políticas defectuosas manda en plaza y vive una existencia regalada, aunque parezca, por su porte airado y sus maneras despechadas, que estuviera al borde de la indigencia.

Recordemos que el peronismo, ese populismo de izquierdas, no se llevó mal con el franquismo, y la cinematográfica Evita se dejaba fotografiar luminosa por aquel Madrid inquietante de las parrandas salvajes de la insaciable Ava Gardner. Será que a la podemia no le importa contribuir al tímido pero constante blanqueamiento del franquismo por parte de nuevas generaciones de la derecha que reaccionan a los excesos de la memoria histórica con una manipulación del pasado igual de preocupante, pero esta vez desde la otra trinchera ideológica.

Metidos en el apoyo, el gran timonel Pablo Iglesias mandó un breve mensaje de apoyo a Kirchner desde twitter: «Partido Judicial contra la democracia. Fuerza, Cristina». Tampoco podía faltar Juan Carlos Monedero con esa retórica ajada y cursi de cantautor de túnel interminable de metro: «Las balas de los milicos argentinos de ayer se convierten hoy en sentencias judiciales. Al ritmo de los que intentan disparar a la cara. Sentencias disparadas como prevaricaciones obvias. Los enemigos de siempre. Solo el pueblo salva al pueblo. Todo mi apoyo».

Le ha faltado tiempo ha sumarse a su defensa Pablo Echenique, el inefable portavoz de Unidas Podemos en el Congreso: «Jueces que falsifican facturas de una bacanal con ejecutivos de los medios de derechas a los pies de los Andes. Jueces que juegan al fútbol con el fiscal en una finca de Macri. Jueces corruptos. Una justicia golpista. Lo hicieron con Lula. Ahora con Kirchner. Lawfare».

«Como es costumbre en nuestros populistas la culpa no es de la corrupción rampante de unos pocos sino de los poderosos»

El lawfare ha sido el clavo ardiendo al que se han agarrado en la red social las huestes moradas. Ahí Carolina Alonso, portavoz de Podemos en Asamblea de Madrid, comparó el lawfare que padeció el presidente de Brasil, Lula da Silva, con el caso de Kirchner, con un «poder judicial al servicio de los intereses económicos de las grandes corporaciones y partidistas de la derecha extrema». «A Macri que dejó al país en la ruina y con una deuda impagable, nadie lo persigue».

La líder de la formación y titular de Derechos Sociales, Ione Belarra, señaló a «la derecha y algunos jueces corruptos», que se ha traducido en esa condena. «Un absoluto e intolerable atropello a la democracia», claro está.

Por último, Irene Montero tiró del mismo sonsonete de los poderosos en twitter: «La guerra judicial y mediática es la herramienta de los poderosos para frenar los avances democráticos». «Buscan disciplinar a millones destruyendo a una. No les saldrá bien, somos más. Vicepresidenta, querida Cristina, todas contigo», cerró filas la ministra de Igualdad.

Como es costumbre en nuestros populistas de guardia la culpa no es de la corrupción rampante de unos pocos sino de unos poderosos cuyo único objetivo parece ser dinamitar los anhelos de instaurar el paraíso terrenal socialista. Desde que el muro de Berlín se les cayó encima no han parado de buscar culpables debajo de los cascotes. La cuestión es no asumir responsabilidades y hacer la tan cacareada autocrítica. En fin, hacerse mayor y dejar de vivir del cuento.

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