Si de verdad se quiere salvar la Constitución
«Muchos españoles están de acuerdo en que este Gobierno no augura nada bueno, pero, al mismo tiempo, sienten una profunda desconfianza hacia las alternativas»
Diríase que los españoles vivimos en un país en una situación prerrevolucionaria, por no decir prebélica, porque tal cosa es inconcebible. Las alertas antifascistas o anticomunistas se suceden sin descanso. Todos los días desayunamos con titulares explosivos, que son amplificados por voces televisivas y radiofónicas, casi alaridos, que nos advierten del peligro de una temible involución.
Para bien o para mal, dependiendo el cristal con que se mire, las instituciones que todavía no han sido tomadas están sitiadas. Los que resisten en estos últimos baluartes son héroes o canallas. En este esquema amigo- enemigo, cualquier postura marca una posición absoluta. No hay razonamiento o argumento que merezca ser atendido. La verdad es ambivalente y cada bando tiene la suya. Verdades innegociables que solo pueden ser proclamadas con furia. O estás con nosotros o contra nosotros. Elige tu alarma. Elige tu verdad.
La España política está partida en dos mitades. A primera vista, es sencillo distinguirlas. A un lado tenemos un Gobierno de coalición de minorías, donde cohabitan socialistas, comunistas y secesionistas. Y al otro todos los demás, desde socialistas espantados, pasando por socialdemócratas, hasta llegar a una derecha amplísima. Así pues, entender esta confrontación como la clásica división entre izquierda y derecha, entre progresistas y conservadores, es equívoco. Las alianzas no obedecen a la cercanía ideológica sino a la confluencia de intereses. No hay una visión canónica para transformar la España que hoy conocemos en otra distinta, en lo territorial y en lo político. El motivo de esta confrontación es mucho más prosaico: la permanencia en el poder de un personaje, Pedro Sánchez, y de su red clientelar, comúnmente conocida como Partido Socialista Obrero Español.
Frente al egoísmo de Sánchez y los suyos, ¿por qué los españoles no reaccionan?, ¿por qué no se echan a la calle sin tener que ser convocados?
«Los políticos han desmantelado a conciencia lo que llamamos sociedad civil»
Para explicar esta aparente pasividad, lo primero es denunciar lo que es evidente. Los políticos han desmantelado a conciencia lo que llamamos sociedad civil. No es ya que los omnipresentes agentes sociales hayan sido capturados incorporándolos a los presupuestos, es que toda organización susceptible de tener alguna influencia ha sido sistemáticamente desactivada vía subvención. El Estado, de la mano de los partidos, se ha infiltrado en la sociedad de forma tan profunda y capilar que la existencia no se ha politizado, se ha estatalizado. Todo lo que hay es el Estado en su forma más letal, la partidista. Y el partidismo jamás actúa en contra de sus propios intereses.
Pero hay otra dolencia, si cabe todavía más preocupante: el descreimiento general. Muchos españoles, me atrevería a decir que la gran mayoría, están de acuerdo en que este Gobierno no augura nada bueno, pero, al mismo tiempo, sienten una profunda desconfianza hacia las alternativas. No seré yo quien se lo censure. Durante demasiado tiempo, por la vía de los hechos, las actitudes y el cálculo político, unos y otros le han estado dando patadas al interés general y también a la Constitución, aunque de forma más disimulada. Era solo cuestión de tiempo que llegara un energúmeno que acabara el trabajo.
Entender el Gobierno de España como un botín, en vez de como el privilegio de servir a los españoles, es lo que lo ha podrido todo. Hoy en los partidos casi nadie da puntada sin hilo, opinión sin contrapartida, halago sin recompensa, valores sin sobresueldos. Todo se compra y se vende. La ideología, aunque siempre presente, es una impostura. Para saber lo que realmente ocurre, basta seguir el rastro del dinero.
«El caos tiene una ventaja insuperable: allí donde acaba imperando, tarde o temprano emerge un poder irresistible»
Quien sí tiene algo parecido a la ideología es la izquierda radical. Pero no es marxismo ni postmarxismo. Es el caos. De ahí que promueva innumerables modelos de familia, porque si todo es familia, nada lo es. Lo mismo ocurre con el invento del género. Si hay tantos géneros como percepciones, y si además son de quita y pon, el sexo deja de existir y el hombre y la mujer también. Y si a la violencia se le añade el plural, no hay violencia sino violencias. Violencias interpretables, perseguibles o justificables a conveniencia. El caos tiene una ventaja insuperable: allí donde acaba imperando, tarde o temprano emerge un poder irresistible. A ese poder aspira la izquierda radical.
A su lado, los demás son unos aficionados. Tipos para los que no existe Constitución, ni ley, ni democracia. Sólo el juego del poder. Personajes que, como Sánchez, se creen por encima del bien y del mal, que han venido a este mundo para gobernar a los demás y vivir a cuerpo de rey.
Por eso, si de verdad se quiere cambiar esta deriva, si se quiere servir y no servirse, si se quiere, en definitiva, preservar la Constitución y recuperar la normalidad, la respuesta no puede limitarse al acostumbrado «vótame a mí». Eso ya no vale. Hace falta mucho más.