Nuestro Rey democrático
«El grito de ¡Viva el Rey! no está hoy reservado a los monárquicos tradicionales, sino que lo comparten muchos otros que quieren expresar simplemente su respeto a la única institución en la que ven representados con nitidez sus valores democráticos»
Bastaron unas cuantas frases coherentes y juiciosas pronunciadas por un hombre sensato y creíble para devolver por un rato la serenidad allí donde hasta entonces gobernaba la exageración, la impostura y la astracanada. El discurso del Rey vino de nuevo a rescatar al país de su incompetente clase política. Esta vez, después de varias semanas de desasosiego y deliberada polarización que habían puesto en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones democráticas.
Ya lo había hecho en circunstancias mucho más comprometidas el 3 de octubre de 2017, tras el intento de ruptura constitucional protagonizado por los nacionalistas en Cataluña. Aquel discurso desató la ira de los enemigos de nuestra democracia, que desde entonces le negaron el saludo al monarca y le impidieron el acceso a los organismos que representan al Estado en Cataluña, sin que el Gobierno de la nación haya hecho nada por impedirlo.
No tengamos ninguna duda de que también el discurso de esta Nochebuena habrá irritado a quienes estos días están pronunciando sus propios discursos prometiendo referéndums anti constitucionales y futuros estados desgajados del único que hoy garantiza la libertad y la democracia de todos los españoles. Como tampoco habrá gustado a quienes prefieren el ruido de los ficticios golpes judiciales o su inacabable lucha contra el fascismo que sólo existe en sus manuales de agitación.
Para desdicha de unos y otros, nuestra democracia es más sólida de lo que creen y es todavía capaz de impedir sus planes, pese al terreno que han ganado en el propio Gobierno y entre la izquierda que hasta hace poco defendía nuestro marco constitucional. El discurso del Rey ha venido a recordarnos que la Corona es aún un arma poderosa para la protección de la democracia.
«Bastaron unas cuantas frases coherentes y juiciosas pronunciadas por un hombre sensato y creíble para devolver por un rato la serenidad allí donde hasta entonces gobernaba la exageración, la impostura y la astracanada»
Muchos temían que la ola populista que ha arrasado en todo el mundo organizaciones y partidos de profunda raigambre en el sistema, acabara minando también un modelo tan arcaico como el de la Monarquía. No han faltado voluntarios en España para ayudar a su derribo, incluso en el entorno familiar del monarca. Pero, afortunadamente, no sólo sigue en pie, sino que ofrece síntomas de buena salud.
El valor simbólico de la Corona como representante máximo de nuestra democracia ha crecido en los últimos años de polarización ideológica, y su necesidad como institución suprema se ha hecho más acuciante en la medida en que se han ido deteriorando las demás instituciones. El grito de ¡Viva el Rey! no está hoy reservado a los monárquicos tradicionales, sino que lo comparten muchos otros que quieren expresar simplemente su respeto a la única institución en la que ven representados con nitidez sus valores democráticos.
La Corona no es un ente autónomo de nuestra democracia, es parte inseparable del Estado democrático definido por nuestra Constitución y de la voluntad popular que la elevó a norma máxima de nuestra convivencia. Eso le da al Rey la misma legitimidad que a cualquier otra institución de nuestro sistema político, aunque también la somete como todas las demás a la incertidumbre que las circunstancias políticas han traído a nuestro futuro democrático.
El grito de ¡Viva el Rey! esconde hoy también el temor a su defenestración. Nada habría que objetar a esa voluntad si fuera el fruto de un proceso natural en el que una sociedad madura, ejercitada en décadas de una democracia estable, había decidido cambiar su modelo de Gobierno por una República y procedía a hacerlo tal y como ordena la ley suprema. Pero no es eso lo que las manifestaciones de adhesión al Rey parecen sugerir. Más bien expresan, a mi juicio, una cierta alarma de que la Corona sea la última pieza en el punto de mira de quienes tratan de colarse por los resquicios de nuestra democracia con el fin de destruirla.
El populismo y el nacionalismo son fuerzas arrasadoras. Su combinación es letal para la convivencia en cualquier sociedad. Un Rey que simboliza nuestro sistema y, al mismo tiempo, la unidad de nuestra nación va a ser antes o después objetivo de esa doble embestida. Por eso el grito de ¡Viva el Rey! es principalmente hoy el grito contra los enemigos de la democracia.