THE OBJECTIVE
Eduardo Laporte

2 de enero o el bajón luterano

«A mí me alegra seguir siendo español y católico que no luterano remendón los días 5 y 6 de enero y sumergirme en la nata del roscón de Reyes»

Opinión
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2 de enero o el bajón luterano

2 de enero o el bajón luterano.

Las Navidades son como esas raciones del restaurante de Annie Hall: asquerosas, pero, ay, qué pequeñas. Queremos que acaben cuanto antes, subirnos al Delorean de Doc hasta arriba de fluzo para bajar el 7 de enero, pero qué desgarro cuando retiramos el árbol, qué ducha fría de realidad cuando guardamos, hasta el año que viene, las lucecitas en su caja. Recuerdo aquel proceso, de niño, como un verdadero calvario. Así que un año decidimos dilatar la retirada del árbol hasta febrero. La metadona del duelo. Porque qué negrura esa Pamplona de nuevo sumida en la oscuridad del invierno de relojes retrasados de quienes vivíamos orientados al norte, a ríos renegridos, a bosques inexpugnables donde solo los terroristas se internaban para custodiar sus zulos del horror.

Porque aquellas Navidades de la infancia y también de la juventud primera se vivían como un fabuloso in crescendo que iba desde la plácida Nochebuena, pasando por la dionisíaca Nochevieja, para llegar a la traca final de Reyes, que en mi familia además troceábamos en dos grandes citas: la del 5 de enero, con el calor aún de la cabalgata en las retinas y los caramelos mágicos de los pajes en los bolsillos, en casa de los abuelos; y la del 6, mañana feliz en la que cada miembro de la familia se reivindicaba amablemente como tal. Con esos cartelitos con los nombres de cada uno, y los regalos que, con mayor o menor acierto, nos definían, nos representaban. Nunca hubo un materialismo más humano.

Releo estos días a un autor hiperlocal que vivía no lejos de mi casa, evocando aquellas sensaciones:

«Mañana de Reyes con nieve. Día pausado. Se oye el bullicio en otros pisos. Por la calle, bajo la nieve, pasan gentes con paquetes bajo el brazo. Es una estampa antigua o que parece antigua y uno regresa por un momento a los días perdidos».

Quizá ahí resida la magia de los Reyes. Tanto como para que incluso en edades más que adultas como las nuestras sigamos yendo tras su estela, aprovechando la excusa de que a los niños del entorno les hace ilusión.

De ahí que uno no entienda la radical ausencia de estas figuras míticas en países como Francia, Reino Unido o el mismo Estados Unidos. Hay que ser muy luterano de espíritu, más incluso que los comensales taciturnos del festín de Babette, renuentes daneses a las delicias de la cocina francesa, para querer volver cuanto antes a la rueda de la productividad, a la dictadura del despertador, del horario pautado sin más horizonte que el próximo viernes noche de comida basura y bebida energizante con serie de crímenes verdaderos como principal estímulo cultural.

«A mí me alegra seguir siendo español y católico que no luterano remendón los días 5 y 6 de enero y sumergirme en la nata del roscón de Reyes»

Esto se puede perdonar a aquel que produce algo cuyo fruto merecerá la pena y será un bien para toda la humidad. Los Beatles que el 2 de enero de 1969 se encierran en los estudios Twickenham para grabar el álbum Let It Be y pergeñar una de las actuaciones más icónicas de la historia del rock: el concierto de la azotea del 30 de enero de 1969, que era jueves, por cierto.

¿Qué hace un ayudante de cocina de Birmingham un lunes 2 de enero de 2023? ¿Y una abogada laboralista de Phoenix, Arizona? El próximo Blue Monday está fijado para el lunes 16 de enero. Pero los lunes que, en la Europa sin magia, en el Occidente luterano, preceden a tan ominosa fecha ya van llorando por las esquinas la cercanía del día funesto.

Qué bajón esa existencia de calendarios planos, de balances estrictos que empiezan a contar a partir de ya, de bienestar incómodo que puede conducir a desenlaces tan negros como el de El séptimo continente, la película más pesimista de Haneke, basada en hechos reales y alemanes.

Luego está la Befana que se estila en las latitudes italianas, muestra de una «secularización» de las tradiciones más sacras que tiene guasa que triunfe, precisamente, en aquel país. No obstante, se celebra el 5, víspera de la Epifanía, y la fiesta de Reyes Magos no ha sido extirpada del todo de muchas ciudades italianas.

A mí me alegra seguir siendo español y católico que no luterano remendón los días 5 y 6 de enero y sumergirme en la nata del roscón de Reyes. Y celebrar que, a pesar del atracón de celebraciones, queda aún cuerpo y espíritu para seguir celebrando. Comiendo, bebiendo, riendo, regalando. Asumiendo que el 2 de enero no es un anticipo del Blue Monday, sino la antesala de otros días gratos, antes de la llegada del tiempo ordinario, con sus discretos encantos.  

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