De Alhaurín de la Torre a Tombuctú
«La perla del Sáhara resulta hoy prohibida para los cristianos, víctima del dominio yihadista. Avanzan las tecnologías, pero la humanidad parece retroceder»
Tombuctú equivale, para el inconsciente cultural europeo, al lugar más remoto, misterioso e inaccesible del planeta. Las crónicas históricas que se conocían en el XIX hablaban de una ciudad mítica, a orillas del Níger y a las puertas mismas del atroz Sáhara, que se hizo rica gracias al comercio del oro a través de la Ruta de las Caravanas. Tan rica, que el más famoso de sus monarcas, el gran Kanku Musa (1280-1337), aún destaca como el hombre con mayor fortuna de todos los tiempos, jamás superado, todavía a día de hoy, por ninguno de los multimillonarios hasta ahora conocidos.
Franceses e ingleses compitieron en el siglo de las colonizaciones por ser los primeros en alcanzar aquella ciudad prohibida e imposible. Muchos fueron los que murieron en el intento (Mungo Park, Clapperton, Belzoni, Gordon Laing), víctimas de las enfermedades, la sed o el asesinato. Al final, la gloria de llegar y regresar a Europa para contarlo correspondió al francés Renne Caillié, que pasó a la inmortalidad por su gesta. Escribió en su diario el 20 de abril de 1828: «Por fin llegamos felizmente a Tombuctú. Al entrar en esta ciudad misteriosa, situada en el punto de mira de todas las naciones civilizadas de Europa, un inexpresable sentimiento de satisfacción se apoderó de mí. Mi felicidad fue total». Años después, el alemán Óscar Lentz, acompañado por el español Cristóbal Benítez lograrían repetir la gesta en 1880. Este Cristóbal Benítez escribió un libro delicioso sobre su gran viaje, a pesar de lo cual, es un gran desconocido para nosotros. Nació en el pueblo malagueño de Alhaurín de la Torre y, tanto su ayuntamiento como un conjunto de escritores y editores, queremos reconocer su figura y dar a conocer su legado a través de jornadas históricas en su honor y, probablemente, con la creación de un premio sobre literatura de viajes y aventuras.
Y, ya se sabe que el paso más importante de todo camino es el primero que se da. Pues bien, ése, ya lo dimos. Recientemente participé en un coloquio con Ismael Diadié organizado en el seno de la I Jornada de literatura de viajes y aventura Cristóbal Benítez, en Alhaurín de la Torre, un municipio con una intensa energía cultural y con un sorprendente museo de la educación que logra agitar la nostalgia y melancolía ante los objetos escolares y juguetes de nuestra infancia que exponen. Agradecemos a su alcalde, Joaquín Villanova, al diputado de cultura Manuel López Mestanza y al gestor cultural Jesús Castillo el apoyo entusiasta al proyecto que aspira a unir la andaluza Alhaurín de la Torre con la lejana y luminosa Tombuctú.
«Ismael Diadié es un erudito que saltó a la fama internacional por haber logrado reunir y custodiar la famosa biblioteca de Tombuctú»
Ya conocemos a Cristóbal Benítez, pero ¿quién es Ismael Diadié, nuestro otro protagonista? Ismael es un erudito –poeta, historiador, filósofo– nacido en Tombuctú, que saltó a la fama internacional por haber logrado reunir y custodiar la famosa biblioteca de Tombuctú, iniciada por su antepasado Alí ben Ziyad, exiliado de Toledo en 1468. Después de viajar a La Meca, se adentró en el Sáhara para establecerse en la ciudad de Gumbu, en el actual Malí, cercana a Tombuctú, donde se casó con una hermana de Askia Mohamed, futuro emperador del imperio Songhay. Tuvo como hijo a Mamud Kati, historiador, que llegaría a visir y que escribiría la primera historia de África conocida. Logró enriquecer la biblioteca heredada de su padre, añadiendo, como él, sus propias notas marginales en los bordes de los manuscritos, en una de las cuales, por ejemplo, narra su encuentro con el famoso viajero del XV, León el Africano.
Desde entonces, generación a generación, y tras muchas vicisitudes y peripecias, la biblioteca logró llegar hasta nuestros días. En varias ocasiones, como ocurriera durante el reino de los peules o tras la conquista francesa, tuvo que ser dispersada y ocultada, para no resultar destruida o requisada. Ismael, durante la década de los ochenta y noventa del pasado siglo logró reunirla de nuevo, clasificarla y darla a conocer al mundo. Tuve la ocasión de visitarla en Tombuctú en varias ocasiones, la primera, cuando todavía se custodiaba en arcones en casa de Ismael y, la última, cuando ya se encontraba instalada en el espléndido edificio-biblioteca financiado por la Junta de Andalucía. Parecía entonces que, por fin, la biblioteca habría encontrado la paz y el sosiego que los siglos tumultuosos de su existencia le negaron tenazmente. Desgraciadamente, no fue así y la maldición que la persigue la asoló de nuevo cuando la revuelta de los tuaregs y de los fundamentalistas aisló a Tombuctú del resto del país, sometida a sus leyes tiránicas. Ismael apenas si tuvo tiempo de huir, a punto de perder de la vida, e iniciar un exilio en España, la tierra de sus antepasados que ya dura 12 años. La biblioteca, dispersa y oculta de nuevo suspira por un nuevo periodo de paz y estabilidad que, desgraciadamente, se nos antoja lejana por ahora.
«Cristóbal Benítez y Tombuctú funcionan como símbolos del carácter circular de la historia»
Profeso gran admiración y antigua y sincera amista con Ismael Diadié, con el que escribí a medias el libro Tombuctú, andalusíes en la ciudad perdida del Sáhara, y al que, desde Almuzara, hemos publicado tres obras más: Rihla, que narra las aventuras y desventuras de su antepasado Abana, en sus esfuerzos tras la biblioteca y su sueño de regresar a Al Ándalus, el ensayo filosófico De la sobriedad y, por último, el Diario de un bibliotecario de Tombuctú, en el que se cuenta día a día las angustias vividas tras la invasión de los fundamentalistas. Esperemos, pronto, dar a luz a una nueva obra de este sabio africano que alberga en su ser tradiciones culturales musulmanas, cristianas, hebreas y animistas, una fuente de inspiración que sacia, al menos en parte, nuestra inquietud intelectual ante la vida y sus zozobras.
Cristóbal Benítez y Tombuctú funcionan como símbolos del carácter circular de la historia. En el XIX, la ciudad de los 333 santos resultaba inaccesible para los europeos que osaban retar a las arenas del desierto. Doscientos años después, en este posmoderno y fluido siglo XXI, la perla del Sáhara, como fue conocida, resulta prohibida para los cristianos, víctima de un dominio terrorista y yihadista. Avanzan las tecnologías, pero la humanidad parece retroceder, abatida por guerras, mentiras, zozobras y angustias varias. Ojalá la literatura ilumine la senda de la justicia y armonía entre las personas, las creencias, los pueblos y las naciones. Por eso, siempre nos quedará Tombuctú, como símbolo y meta de la huidiza paz por alcanzar.
Que nos veamos pronto, de nuevo, en las jornadas de Alhaurín de la Torre, inmersos en esa literatura de viajes y aventuras que, desde el origen de la humanidad, nos hizo soñar con mundos mejores.